31 mayo, 2024
Como decíamos en un artículo reciente, el caos se adueñó del emblemático edificio que alberga la Facultad de Geografía e Historia (USC), en el corazón del casco viejo de Compostela. La situación se enquistó de tal forma, que se sabe cómo comenzó pero es impredecible cuándo se pondrá punto final. Como consecuencia directa de la apatía del decano, Marco García Quintela, y de su aparente silencio cómplice, o al menos aquiescencia con lo que ocurre, jóvenes que nada tienen que ver con los universitarios han tomado posesión en plan okupa del edificio y manu militari hacen de su capa un sayo.
De lunes a viernes, nadie, salvo ellos -no llegan a 200- pululan por el interior las 24 horas del día y hacen y deshacen como Perico por su casa. Los fines de semana -cual funcionarios que se precien- abandonan por turnos las guardias, hacen una tregua en su especial «Toma de la Bastilla», se duchan, recuperan fuerzas, se abastecen de víveres para reanudar su antisemitismo, brindan por una Palestina libre, y como diría la vicepresidenta gallega Yolanda Díaz, «desde el río hasta el mar». Es decir, cargarse a los 8 millones de habitantes, la mayoría judíos, que habitan ese territorio. Por cierto, el único país democrático de Oriente Próximo.
Mientras, los datos están ahí y no pueden discutirse: casi medio centenar de exámenes, que afectan a más de un millar de alumnos, se están realizando en otras facultades, sobre todo en Medicina y Derecho. Tanto profesores como funcionarios y una gran mayoría de universitarios están «dolorosamente hartos» de esta situación calificada de «totalmente fuera de control, dictatorial, sin sentido y alimentada por radicales que poco tienen que ver con quienes han pasado los nueve meses de curso asistiendo a clase», según afortunada expresión de una catedrática.
Las críticas contra el decano, al que se ve deambular en solitario entre colchonetas habilitadas en los pasillos como improvisados dormitorios, y también entre tiendas instaladas en otras zonas del caserón, no cesan y son coincidentes en que su aparente complicidad inicial con los promotores del encierro tiene mucho que ver con el desarrollo de los acontecimientos.
Tal como adelantó Diario de Santiago la pasada semana, el problema está más que enquistado por la esperpéntica secuencia de los hechos que tienen, como telón de fondo y talón de Aquiles, qué hacer con los 150.000 tomos de la valiosa biblioteca y los casi 10.000 volúmenes de revistas especializadas y encuadernadas ad hoc. Lo único que se sabe añade más leña al fuego de la improvisación como norma. Se intenta depositar en una zona hasta ahora dedicada a cafetería una parte del todo, pero resulta imposible utilizar un recinto de 200 m/2 para volúmenes que ocuparían más de cinco kilómetros. Solución «a tontas y a locas y un sinsentido», añaden nuestras fuentes.
Por otra parte, y en contra de previsiones anteriores, el delegado del Gobierno, Pedro Blanco, no está por la labor del desalojo de los okupas debido a la pésima imagen que en periodo electoral supondría ver a las fuerzas del orden entrar por la fuerza en la universidad gallega. O sea, que otra vez habrá que desplazar exámenes de másteres y diversas especialidades a facultades «amigas», y así, multiplicar el caos, ceder ante la fuerza de los demagogos y tirar por tierra el principio, casi sagrado, de respeto a las instituciones universitarias por cuestiones ajenas a las puramente académicas.
Recordaba un profundo conocedor de las interioridades de la USC que este batiburrillo de consecuencias impredecibles se asemejaba a la comedia que hizo época, «La vida de Brian», rodada en 1979, que narraba las vicisitudes de un coetáneo de Jesucristo, hijo de una madre feminista y revolucionaria, comedia que dio la vuelta al mundo por sus metafóricas conclusiones. Y remataba el comentario con la conocida frase de que «el que con niños se acuesta, mojado se levanta».
Pues eso.