1 marzo, 2024
Con su arquitectura gótica que deslumbra con sus altas torres y elaborados detalles esculturales, la Catedral de Santiago es un testimonio perdurable de la fe y la devoción de generaciones pasadas. Su fachada principal, conocida como «El Pórtico de la Gloria», es una obra maestra del arte románico, tallada con una profusión de figuras religiosas que dan la bienvenida a los peregrinos con sus brazos abiertos. Al adentrarse en su interior, los visitantes quedan maravillados por la magnificencia de sus naves, donde la luz se filtra a través de vitrales multicolores y se refleja en los muros de piedra. En el centro del templo se encuentra el Altar Mayor, presidido por la estatua del Apóstol Santiago, cuya tumba se dice que se encuentra bajo el altar, convirtiendo este lugar en un punto focal de fervor y devoción para los creyentes.
Cada rincón de la Catedral de Santiago cuenta una historia, desde las capillas ricamente decoradas hasta el imponente Pórtico de la Gloria, donde los peregrinos llegan exhaustos pero llenos de emoción tras completar su largo viaje. En su conjunto, la catedral es más que un simple edificio religioso; es un símbolo de encuentro, de búsqueda espiritual y de la poderosa conexión entre el hombre y lo divino.
A lo largo de los siglos, la Catedral de Santiago ha sido testigo de innumerables momentos históricos y ha inspirado a millones de personas a emprender su propio viaje interior. Es un lugar de asombro y reflexión, donde la fe se entrelaza con la belleza arquitectónica para crear una experiencia que perdura en el alma de quienes la visitan.
Las lunas que acompañan nuestras noches a lo largo de las cuatro estaciones del año despiertan fascinación y poesía en nuestros corazones. Cada una de estas lunas, con sus propios nombres y peculiaridades, teje un relato único en el cielo nocturno, reflejando la cadencia del tiempo y la naturaleza cambiante que nos rodea.
En primavera, cuando la tierra se renueva y el mundo florece, la luna llena se eleva majestuosa, conocida como la Luna Rosa. Esta luna, teñida con los tonos suaves del crepúsculo, marca el comienzo de una nueva vida y el renacimiento de la naturaleza.
Con la llegada del verano, la luna adquiere un brillo especial, iluminando las noches cálidas con su resplandor plateado. Conocida como la Luna de Fresa, evoca el dulce sabor de esta fruta madura y la alegría de las noches estivales, donde las risas y las historias se entrelazan bajo su luz.
En otoño, cuando los días se acortan y la tierra se prepara para el reposo invernal, la Luna de Cosecha ilumina los campos dorados con su resplandor dorado. Es un recordatorio de la abundancia de la naturaleza y la gratitud por las cosechas que sustentan nuestras vidas.
Y finalmente, en invierno, cuando la tierra se sumerge en el frío y la oscuridad, la Luna de Nieve tiñe el paisaje con su suave resplandor. Es una invitación a la introspección y la calma, recordándonos la belleza serena que se encuentra incluso en los momentos más gélidos del año.
A lo largo de las cuatro estaciones, estas lunas nos guían con su luz, recordándonos la constante danza entre la luz y la oscuridad, el ciclo eterno de la vida y la renovación que caracteriza nuestro mundo. Cada una de ellas, con su propio nombre y esencia, nos invita a contemplar la belleza y la magia del universo que nos rodea.