Si lo necesitas, tan solo pide ayuda

“Cuídate, por favor, puedes llamarme cuando necesites”. Con esas palabras y un abrazo me despedí de un gran amigo este sábado. Uno de esos de toda la vida, de los que se cuentan (y sobran) con los dedos de una mano y de los que uno agradece el poder haber conocido y tener al lado en esta vida.

Justo ayer pude cenar tras mucho tiempo con mi amigo, de esos que realmente hacen honor a la expresión de que, quien los tiene, tiene un tesoro, a pesar de que hoy por hoy este no esté en su mejor momento.

Iré al grano: ayer pude cenar tras mucho tiempo con mi amigo, que atraviesa una profunda depresión. Los motivos no vienen al caso. Tampoco aportaría nada explicarlos. Todos convivimos con nuestros demonios, nuestras sombras, nuestra conciencia, nuestras mochilas y sus a veces tan pesadas cargas…

Y hay veces en que uno, simplemente, ya no puede más. Hay veces en que los humanos, precisamente porque lo somos, sentimos, sufrimos, amamos y lloramos… Y en ocasiones no alcanzamos a ver y a pensar que el sol volverá a salir mañana, que vendrán nuevos días, que todo pasará…

A veces esas mochilas nos pesan tanto, esos demonios resultan tan aterradores, esas sombras tan alargadas…

Hay veces (creo que todos hemos pasado por ello) en que, si pudiéramos y nos lo ofrecieran, querríamos pulsar sin duda un botón para abandonar este mundo. Hay veces en que simplemente uno desearía que la vida fuese como un autobús o un tren, porque así podría, directamente, bajarse de ella. Bajarse de la vida. ¿Acaso no es cierto?, ¿acaso no hay tantas y tantas personas que querrían irse, quedarse en algunas de esas paradas que hay a lo largo el camino?

Ayer pude cenar con mi amigo. Ayer, tras mucho insistir, pude convencerle de dar una vuelta y salir un rato de casa, de donde no quería salir. Ayer, tras mucho intentarlo, pude hacerle reír. Ayer, tras semanas, pude observar en sus ojos lo profundo que puede llegar a ser ese pozo en el que uno cae y se hunde cada vez más y más sin tener ni idea de cuándo se golpeará de una vez contra el fondo.

Ayer sábado mi amigo y yo cenamos. Él no habló mucho y comió menos aún, mientras que yo sufrí ya de vuelta en casa todo un corte de digestión al pensar en toda esta realidad y este mundo que nos rodea. Esa mochila que a veces pesa tanto, esas personas que cada día desearían poder bajarse de la vida…

No es una labor periodística, es una labor humana y siento la necesidad de expresarlo así: Cuídense. Cuídate. No tengamos miedo de hablar de la salud mental y abordemos el problema.

Ahí van un par de datos:  Según Sanidad, el 34,95% de los gallegos padece algún tipo de trastorno de este tipo, destacando la ansiedad. En 2022, 328 personas murieron por suicidio en Galicia, liderando junto con Asturias este apartado, con tasas de 12,2 y 12,5 por cada 100.000 habitantes respectivamente.

Y no vengo a soltar datos (por reveladores que sean) ni a hablar de mi cena, vengo a hablar de aquello que, no sé si por vergüenza o lo que demonios sea, parece que no queremos hablar.

Si alguien a tu lado está pasando por esto tan solo acompáñalo, escucha, estate ahí… Porque no sabes lo valioso que puede resultar para él/ella en este momento.

Si te sucede a ti, tan solo recuerda: no estás solo, no hay de qué avergonzarse, no hay pozo tan profundo como para no poder salir de él ni día en que el sol no vuelva a salir.

Si lo necesitas, de verdad, tan solo pide ayuda.