31 marzo, 2024
Para confirmar que las relaciones entre Galicia y Argentina se remontan a tiempos fundacionales de este lado del océano, solo alcanza con recordar que la ciudad más antigua del actual territorio argentino lleva el nombre del Apóstol Santiago. El primer asentamiento poblacional que persiste desde su fundación en 1553 hasta el presente es hoy la capital de la provincia de Santiago del Estero. Pero su fundación, planeada estratégicamente para un día 25 de julio y así recibir la bendición del Gran Patrón de las Españas, es un historia narrada entre leyendas, heroísmo y flechas envenenadas.
La posibilidad de organizar una ciudad que perdurara en el tiempo pese a los constantes ataques indígenas, para luego ser eje de los caminos hacia la Capitanía de Chile y el resto del norte argentino se convirtió en uno de los hechos históricos más importantes que ocurrieron durante la conquista y colonización española de América. Y aunque se convirtió en el primer centro colonial y el primer proyecto urbano exitoso de toda la región, su origen estuvo ligado a una leyenda de oro incaico; con el territorio que ahora ocupa Argentina inexplorado, los mitos se transmitían de boca en boca y se hizo muy fuerte el rumor sobre “reino reluciente de oro que brilla hasta el cielo, dignos tesoros del rey dorado” cerca de la actual provincia de Tucumán.
Ante las versiones de la posibilidad del hallazgo de tales fortunas, en 1543 el gobernador del Perú, Cristobal Vaca de Castro aceptó la propuesta del capitán Diego de Rojas para ir en su búsqueda. Siguiendo la antigua ruta inca hacia el sur, se adentró entre peligrosas quebradas y sierras, encontrando pequeños pueblos originarios que con hostilidad resistieron a su llegada. El avance del grupo español, de menos de 50 personas, además de habituales enfrentamientos con los indígenas sufrió hambre, enfermedades, sed y calores sofocantes. Y aunque diezmados siguieron avanzando con coraje en busca de las supuestas alhajas, terminaron cayendo en la trampa preparada por la etnia “tucma”.
Este grupo, alertado sobre la presencia de los españoles en la zona, abandonaron su pequeño poblado y dejaron que los soldados de Rojas se asentaran en su espacio, mientras los espiaban constantemente. A la segunda noche, en plena madrugada y luego de identificar al líder, le dispararon una flecha envenenada con extractos de plantas que atrofian los músculos hasta la muerte. Pocos días después, tras una lenta agonía, el capitán Diego de Rojas falleció y el resto de sus expedicionarios huyeron hacia el Río Paraná aterrados, heridos, agotados, sin tesoros y sin llegar a fundar ningún asentamiento. Los sobrevivientes que lograron volver a Perú contaron las situaciones vividas y desde el Virreinato fortalecieron la idea de la exploración de la zona y fundación de ciudades en el espacio que luego iba a ser reconocido como la República Argentina.
La ciudad más antigua del territorio argentino lleva el nombre del Apóstol Santiago // El primer asentamiento de población que persiste desde entonces,en 1553, es hoy la capital de la provincia de Santiago del Estero // Es una apasionanate historia narradas entre leyendas, heroísmo y flechas envenenadas.
El nuevo presidente de la Real Audiencia de Lima, Pedro de la Gasca, estaba obsesionado con fundar un poblado que subsista en el tiempo pese a las amenazas que había en el norte argentino: el desconocimiento total del entorno se mezclaba con zonas montañosas, clima árido con mucha amplitud térmica y por supuesto, el enfrentamiento con los pueblos que habitaban la zona desde hace centenas de años. Debido a lo dificultosa de la misión puso a cargo al experto militar Juan Nuñez de Prado, que fundó en 1550 el poblado de Barco del Nuevo Maestrazgo en homenaje al Barco de Ávila, la pequeña aldea en Castilla y León de la que era originario el presidente. Este pueblo, que se ubicaba en la actual provincia de Tucumán quedó comprendido dentro del espacio chileno, por lo que tuvo su primera mudanza: El Barco II se creó un año después dentro del futuro ámbito argentino, pero las sequías y los enfrentamientos con los feroces indios lules tampoco garantizaban la estabilidad para el crecimiento de una futura ciudad.
En 1552, los empobrecidos y desolados pobladores que quedaban iniciaron una caravana hacia el sur, hacia los esteros pantanosos del Río Dulce, donde tuvieron la fortuna de encontrarse con los indios diaguitas, enemigos de los lules, que les ofrecieron desarrollar sus actividades en una zona y protegerse conjuntamente forjando la tercera fortaleza de Barco. Pero cuando se fortalecieron las relaciones y la posibilidad de una ciudad segura y bien establecida parecía hacerse realidad, una terrible inundación producto del desborde del Río Dulce destrozó por completo la ciudad, las cosechas y produjo el ahogamiento de muchos de los pobladores, tanto originarios como españoles. Y allí es donde aparece la figura de Francisco de Aguirre, “El Viejo”, un militar que había participado de la Conquista de Chile y que rápidamente se trasladó hacia la devastada población de Barco III para buscarle una ubicación y destino definitivo.
Situada a 1.000 kms al norte de Buenos Aires se convirtió en un punto estratégico, centro del comercio local y articulación de rutas vitales // El estradense Francisco de Llama es recordado por plantaciones de lino en parajes inhóspitos, utilizado en Inglaterra para fabricar valiosas telas a un precio altísimo.
Recorrió la región, que aunque pantanosa y cálida tenía los beneficios de estar rodeada de etnias “amigas” y la cercanía de un gran río. Entonces decidió trasladar los restos del antiguo pueblo hacia un sitio que había elegido a muy poca distancia del anterior: la futura ciudad sería emplazada “a dos o tres tiros de arcabuz”, lo que equivalía aproximadamente a un kilómetro y medio de distancia. De esa manera se mantendría en una zona que estaba bien comunicada con el entorno, con buenas posibilidades para la agricultura y particularmente, alejada de las posibles inundaciones del río más importante de la región.
“El Viejo” Aguirre, ferviente devoto del Apóstol, esperó formalmente hasta el 25 de junio de 1553, el Día Santo, para realizar la mudanza y nueva fundación de la ciudad, a la que cambió su nombre y bautizó Santiago del Estero del Maestrazgo, en honor al Apóstol, asociando su denominación a los “esteros” o lagunas que rodeaban el espacio. Y pese a que hasta la fecha son muchas las discusiones sobre si Santiago del Estero fue fundada o simplemente trasladada, según el Cabildo santiagueño y con respaldo de la Convención Nacional, esta fecha es considerada la fundación original de la primera ciudad argentina, ya que es la más antigua que persiste: el resto de los poblados anteriores no lograron asentarse y desaparecieron con el paso del tiempo.
Y pese a haber nacido con apenas 66 pobladores distribuidos en 8 manzanas, Santiago del Estero desde su fundación se fue convirtiendo en un centro clave del poblamiento y posterior desarrollo argentino. Durante muchos años fue la única ciudad en nuestro territorio, mientras las demás aldeas eran arrasadas por los indios o abandonadas debido a enfermedades, hambre o pestes. Llegó a ser el primer proyecto urbano y primer gran centro colonial exitoso en el sur de América. También, gracias a la ubicación geográfica central en el espacio argentino y la alianza con los indios de la zona a los que otorgaron encomiendas para liberar los caminos, Santiago fue punto de partida de la evangelización en Argentina y de la expansión y conquista militar: desde los esteros partieron las incursiones que fundaron las provincias de Tucumán, Salta, Jujuy y Córdoba.
Además, desde la ciudad de Santiago del Estero se erigió la primera Diócesis con su primera Catedral, el instituto de Estudios Superiores que marcó el inicio de los estudios universitarios en el país y la primera industria en exportar. Los pioneros vecinos quienes se encontraban en la ciudad al momento de su fundación por los conquistadores castellanos, constituyeron las cabezas de las familias criollas más antiguas de la República Argentina. Fundada en honor al Apóstol, Santiago del Estero es el primer abrazo gallego al Santo en nuestro país: población hija de la fé, actualmente es conocida en todo el país como “la madre de las ciudades argentinas”.
Ubicada a mil kilómetros al norte de la Capital Federal, su posición en el centro del país convirtió al pequeño poblado inicial en una ciudad pujante y activa al localizarse como escala obligatoria en el Camino Real que unía Potosí en Bolivia con el resto de las aldeas que comenzaron a fundarse hacia el sur argentino. En 1577 el rey Felipe II le otorgó el título de “Muy noble y leal ciudad” junto al Escudo de Armas que presenta un castillo como emblema de fortaleza y tres veneras de la Orden de Santiago Apóstol en representación de las tres fundaciones que existían hasta ese momento (las futuras capitales de Córdoba, Tucumán y la desaparecida población de Esteco). Como punto estratégico se convirtió en el centro del comercio local y articulación de rutas, pero con el paso del tiempo fue perdiendo su influencia al ritmo del crecimiento de las grandes ciudades como Santa Fe y Buenos Aires.
Su nacimiento como provincia autónoma sucedió en 1820, lo que, debido a la gran extensión de su territorio, centralizó la economía local en el núcleo urbano, tierra de hacendados españoles dueños de enormes estancias: para entonces, el 85 % de los habitantes eran empleados rurales de los terratenientes o practicaban la agricultura de subsistencia que apenas les permitía sobrevivir. En ese contexto aparece la casi desconocida figura de Francisco de Llama, un gallego de A Estrada que desarrollaba tareas rurales en la cosecha de lino en un paraje inhóspito del campo santiagueño. Las fibras de dicha planta eran utilizadas para fabricar valiosas telas que eran exportadas a Inglaterra a un precio altísimo que enriquecía a los dueños de los campos mientras los habitantes contratados para el trabajo de siembra y cosecha recibían sueldos ínfimos, al límite de la esclavitud.
Las condiciones de trabajo eran deplorables, con salarios semanales que eran pagados con fichas o vales que sólo podían ser intercambiados por mercadería en el almacén de ramos generales del propio dueño de la estancia. Vivían en tiendas de campaña y sus tareas diarias eran desde las 5 de la mañana hasta el anochecer sin descanso: ante esta situación, Francisco, luego de hablar con su patrón y no llegar a ningún acuerdo decidió junto a sus 7 hermanos dispararle con una escopeta en la entrepierna al dueño de la estancia para luego prender fuego la totalidad de la cosecha. Estos hechos produjeron la primera huelga de campesinos rurales de Santiago y aquel paraje despoblado comenzó a llamarse “Campo Quemado”.
La diferencia de calidad de vida e ingresos económicos en provincia se hizo aún más profunda cuando varios de los descendientes de las familias de clase media decidieron mudarse a la pujante Buenos Aires a fines del siglo XIX, aumentando las diferencias sociales; según los propios historiadores en esa época se generó un definitivo quiebre entre pobres y ricos. Mientras en el interior de la provincia se registran algunos de los índices más altos de pobreza y desocupación a nivel nacional, la capital provincial, ligada laboralmente al comercio, en la actualidad mantiene la centralidad de antaño, nucleando así todos los servicios de salud y educación de importancia. Miguel Limia, nieto de gallegos “nacido y criado”, como le gusta aclarar, en las afueras de la localidad de Añatuya (a 180 km de Santiago capital) nos resume la dura vida actual en el interior de la provincia: “A pesar de ser casi 30.000 habitantes, acá ya no queda nada. Los árboles los talaron, las vacas se nos mueren de calor, sufrimos la sequía y las cosechas no son finas por la aridez. El hospital no tiene especializaciones y no hay trabajo en ningún lado. Nuestros hijos comen la vianda que les ofrece la escuela y la gente del pueblo rogando por alguna oportunidad en un puesto estatal que, por supuesto, solo ofrecen en la capital”.
Pero mientras muchos de los campesinos del entorno rural deciden terminar por mudarse a Santiago ciudad, dejando al interior de la provincia con una densidad de población bajísima y cada vez con pueblos más aislados, Miguel resiste. Y aprovecha para contar los orígenes de una historia familiar que persiste sobreviviendo en el norte argentino: “Yo no pienso irme de acá. Mi abuelo José nació en Negreira y llegó al país reclamado por un tío que falleció mientras él estaba de viaje. Siempre nos contaba que cuando desembarcó en el puerto no entendía porque no estaba ahí para recibirlo. De repente, con 14 años se encontró en la otra punta del mundo, solo, sin conocer a nadie y lógicamente, sin nada de dinero. Unos compatriotas lo ayudaron a enviar una carta a su madre en A Coruña, donde le avisaba que se iba a quedar en Argentina y que algún día le enviaría un pasaje para volver a encontrarse. José durmió varios días en el Hotel de Inmigrantes, hasta que desde la Oficina de Empleos le consiguieron un trabajo en Santiago… del Estero. ¡No lo podía creer! Y aunque no tenía idea sobre donde quedaba, al escuchar la palabra mágica, aceptó. Trabajando en la cosecha, en aquella época se ganaba bien y al año le pagó el pasaje a su madre”.
Su pasión por las raíces gallegas afloran en cada palabra y continúa: “La vida en el campo siempre fue dura, pero una de las máximas virtudes del abuelo fue haber sido un buen vecino, solidario y atento. En el interior de Santiago no se formaron grandes colectividades gallegas, pero siempre que llegaba algún paisano se le iluminaba el rostro. De hecho, siempre nos relataba con todo orgullo que él fue quien guió al famoso fotógrafo gallego José Suárez, de Allariz, cuando estuvo a finales de la década de 1930 retratando la vida de los trabajadores rurales de Añatuya. Hasta ahora nos seguimos dedicando a lo mismo: tenemos cabras, ovejas y gallinas, que vendemos o intercambiamos. Pero mis hijos no quieren esta vida y se fueron a estudiar a la capital una de esas carreras donde enseñan a usar bien las computadoras”.
También nos cuenta que “mis padres solían viajar a Santiago del Estero capital para los grandes bailes que se realizaban en el Centro Gallego, pero como en todo el país estas instituciones van desapareciendo. Es increíble que en una provincia fundada en nombre del Apóstol no haya una asociación plenamente gallega o que promueva el Camino”. De hecho, a la fecha solo existe la Sociedad Española en la localidad de La Banda, pero en el año 2019 abrió sus puertas la Casa de España en Santiago del Estero, una entidad civil sin fines de lucro con la idea de ser el nexo entre el Reino de España, la Embajada de España en la Argentina y las autoridades locales, ofreciendo asesorar a la gente en todo lo que se refiere a pedidos de fe de vida y estado civil, pasaportes, visados y fundamentalmente, los requerimientos necesarios para acceder a la ciudadanía española mediante la vigente Ley de Nietos que ha provocado una avalancha de solicitudes en todo el país.
La provincia de Santiago del Estero es una de las provincias menos visitadas del país, aunque posea bellezas impactantes como sus parques y reservas naturales o las termas de Río Hondo, además de la cultura e historia que se respira en todo su casco histórico, con una cuidada arquitectura colonial. Una ciudad que en sus mejores épocas ha sido fundamental para el crecimiento y desarrollo argentino, hoy deambula entre la desigualdad de la pobreza campesina y el desarrollo en su capital. Como lo resume el gallego Miguel Limia, que ya lleva casi 70 años viviendo en la Santiago argentina: “Todos hablan de que somos la madre de las ciudades, pero acá se acuerdan del Apóstol solamente el 25 de julio porque es un día no laboral. Pero nosotros somos muy religiosos y siempre le rezamos a la Virgen de Luján y al Santo Patrono pidiéndole un mejor futuro para nuestros hijos. No queremos que emigren y vuelvan a sufrir el desarraigo de mi abuelo”.