9 agosto, 2024
Hoy por hoy, no se me ocurriría llamarle maestro a nadie. Salvo, claro está, a L.A.R. Legido, alumno del bostoniano Berklee College of Music y uno de los mejores baterías del Mundo, y a Brad Mehldau, la poderosa luz que brilla en el rico universo de ese jazz que se mira, como en un espejo, en Bach, Schubert y Bill Evans. Por cierto. Tuve la oportunidad de decírselo in person, el día que tocó en el Principal junto a esos dos colosos que se llaman Larry Grenadier y Jeff Ballard. Me dio las gracias por escrito, al dedicarme una obra maestra titulada Elegiac Cycle. A Luis Alberto se lo digo cada vez que lo veo (no se despisten: su grupo, Sumrrá, y El Niño de Elche tocarán juntos cerca de aquí muy pronto; ya les avisaré).
Pero en el pasado, ese que no está excesivamente alejado, pude conocer a otros maestros. Y, si abarcamos el mundo de la creatividad en general, la cuenta me sale numerosa: Borges, Cunqueiro, Auster, Tàpies, Warhol, Abbado, Celibidache, Rostropovich, Menuhin, Munari, Polanski, Fellini, Boulez, Weissenberg, Berman, Burdon… Es decir: todos aquellos que crearon escuela y que supieron repartir sabiduría a quien supo aprovecharla para, a su vez, hacerla presente y desarrollarla en el futuro…
En el complejo cosmos del Rock, me tocó en suerte, por ejemplo, ser una de las cuatro personas que entrevistaron en España al inquietante e inexplicable Frank Zappa, alguien que había decidido seguir los pasos de otros impenetrables, como Edgar Varèse, y cuya autobiografía, The Real Frank Zappa Book, finiquitada el 23 de agosto de 1988, estaba dedicada a Ko-Ko (¿se refería al tema de Charlie Parker?), a su mujer, Gail, a sus hijos y a… Stephen Hawking…
Zappa era un gigante, desde luego. Murió en Los Ángeles el 4 de diciembre de 1993, poco después de haber grabado, junto al Ensemble Modern, uno de sus discos más revolucionarios, The Yellow Shark, y tan sólo cinco años después de haberlo visto y conocido en Barcelona (en el Palau dels Sports), el 17 de mayo de 1988.
Pero el semidios en el que quiero centrarme hoy es John Mayall. Lo hago ahora porque, lamentablemente, acaba de desaparecer. Ocurrió el pasado 22 de julio, a los noventa años, en Los Ángeles. Había nacido en el Reino Unido, en Macclesfield, el 29 de noviembre de 1933.
Siempre formó parte de la banda sonora estable de mi generación (suelo escuchar Empty Rooms casi a diario). Recuerdo una frase suya: “Bajé a Londres a principios de 1963 y todos éramos unos colgados del blues, totalmente obsesivos y ajenos a todo lo demás”. Sus discos eran siempre una fuente de sorpresas y un laboratorio inagotable de ideas frescas. Había conseguido tres cosas fundamentales: atraer a los mejores instrumentistas vivos, trabajar con ellos de forma muy seria y conseguir así que, una vez que se habían ido, esa gente formase alguno de los mejores grupos existentes… El caso de Clapton, por ejemplo. Después de grabar el intitulado Bluesbreakers with Eric Clapton, donde se acompañaban de Hughie Flint y John McVie, el apodado God fundaría los Cream junto a Jack Bruce (por cierto, éste aparecía en el disco alternativo de ese mismo título, pero no en la versión oficial) y el todopoderoso Ginger Baker. Otro: Peter Green lo sustituyó como guitarra solista. Y, cuando se fue, fundó (con John McVie, por cierto) los Fleetwood Mac. Item más: en una ocasión en que el grupo estaba sin guitarrista fueron a encontrar a un genio, Mick Taylor. Hicieron juntos Crusade, Bare Wires y el preciosísimo Back to the Roots (ahí se juntaron casi todos los grandes herederos de los Bluesbreakers, incluídos Clapton, el colaborador de Zappa en Hot Rats Sugarcane Harris y el legendario Larry Taylor, el espectacular bajista de Canned Heat). Al dejar la formación, Mick acabaría sustituyendo a Brian Jones en los Rolling Stones. Con ellos hizo, entre otros, Sticky Fingers y Exile on Main Street…
Aquí la lista vuelve a ser eterna. Nombrar a los herederos espirituales de Mayall es una labor muy ardua… Con él han trabajado, por ejemplo, el increíble batería Jon Hiseman, que luego fundaría Colosseum, o el guitarrista Coco Montoya, que lo acompañó asiduamente en los últimos tiempos… Era quien estaba con él en A Coruña en el Concierto de los Mil Años (el 8, 9 y 10 de julio de 1993, en Riazor), donde Mayall se cabreó mucho cuando empezó a llover: “¡¡¡Fuckin’ rain, fuckin’ rain…!!!”
Me costó muchísimo llegar a conocerlo. Ocurrió el 17 de julio de 2009, tras el show que dio aquí, en el Multiusos de Sar, al que fui junto a dos queridos amigos: Pemón Bouzas y María Arias. Aquello fue espectacular. Al final, acudió a dedicarnos a todos sus joyas, con una amabilidad propia de un viejo colega. Lo que, en realidad, venía siendo muy cierto… Dios lo tenga en su gloria…
Mayall, en el Multiusos de Sar, tras el concierto, firmando autógrafos; en escorzo, XF. Portada firmada del famoso disco con Clapton./Fotos: María Arias