31 marzo, 2024
Si bien hace ya cerca de un mes de su adiós, tanto para la audiencia como para el gremio periodístico resulta imposible aún no recordar a Ana Blanco. Después de Pedro Piqueras en diciembre del año pasado, nos toca de nuevo acostumbrarnos a encender nuestros televisores y no ver un rostro que nos ha acompañado y ha ‘estado’ en nuestros hogares durante más de 30 años. Estas tres décadas de dedicación incansable se cerraron con la misma sobriedad y profesionalidad de las que la presentadora ha hecho gala durante toda su carrera. Sin estridencias, ni palabras grandiosas, a Blanco le bastó con un simple “por mi parte, esto ha sido todo” para cerrar su último Informe Semanal y, a la vez, despertarnos esa amargura tan puñetera que caracteriza a las despedidas. Sobra decir que esa nostalgia amarga no ha desaparecido, y tardará en desaparecer, quién sabe cuándo, de nuestros corazones, al igual que también huelga decir que el ejemplo y el sabor que nos deja la carrera de la inigualable Ana Blanco resulta aún más gratificante. La emotiva ovación que le brindaron sus compañeros de redacción en aquella última jornada fue entonces la de todos los telespectadores, que aplaudimos al unísono en un gesto de agradecimiento que no es en verdad nada en comparación con la grandeza y el legado de una carrera como la de la presentadora. Esta grandeza, esta carrera, este legado, este ejemplo y estos valores son los que, un mes después de esa despedida que nos entristece y nos alegra a la vez, aspiramos a que nos definan. A nosotros y nuestra labor.