7 julio, 2024
“Es sencillo ser valiente desde una distancia segura” (Aesopo)
El viernes 28 de junio, a las 24:00 horas, a Adela G. colegiada número …, le tocaba guardia del turno de oficio. Estaba acostumbrada a que muchos fines de semana y festivos, el teléfono que le daban en el Juzgado fuera su acompañante más habitual. Adela había visto mucho en el turno, lo suficiente como para saber que las ciudades son como el mar en calma: aparentemente tranquilo, pero con oscuras corrientes bajo la superficie.
La guardia de 24 horas comenzaba sin muchas expectativas, puesto que, con la huelga, iría solo a supuestos de causa con preso o violencia de género. Además, la policía no solía llamar de madrugada, aunque ciertamente alguna vez le había tocado
Adela se resignó a no tomarse ni una caña en previsión de tener que salir corriendo a comisaría o al Juzgado con su propio coche. Así que se puso ropa cómoda y se sentó en su estudio, esperando que, a partir de las doce de la noche, el teléfono le dejara unas horas de sueño reparador. Pero cercanas las 3:00 de la mañana, éste sonó despertándola de su duermevela y en la pantalla apareció “número oculto”.
“La policía”, pensó, “vamos allá”.
La comisaría no es agradable por la noche. Incluso de día, los que van a renovar el pasaporte ven una realidad, pero hay otra muy distinta para quienes deben bajar a los calabozos, donde el ambiente y la temperatura cambian a cada peldaño.
El agente vestido de paisano, la saludó someramente y le indicó el banco donde debía esperar: “lo están trasladando aún”.
– “¡Podrías decirme de qué se trata?”
– “No mucho. Recibimos una llamada La Algalia, parece que un tío se pasó de raya (hizo un gesto tocándose la nariz) y atacó a su mujer. No sé mucho más”, dijo esquivo.
Al cabo de media hora, con la comisaría en penumbra, le dijeron que podía bajar al calabozo. Enfrente de éste, había una oficina, en la que estaba sentado su cliente separado de un policía por una mesa. Un hombre de edad indeterminada maltratado por los excesos y el perfil de un toxicómano: dentadura picada, delgadez excesiva, ojeras marcadas. La abogada empezó a pensar en las atenuantes o eximentes que podría solicitar, pero lo primero que le llegó al olfato, fue un olor nauseabundo. Mezcla de sudor y ropa de varios días puesta sobre un cuerpo sucio. Se obligó a lo que hacía siempre: darle la mano y presentarse El hombre casi ni la miró. Tenía las manos húmedas.
El interrogatorio con el agente comenzó tras leerle a aquel los derechos, no sin que antes, Adela le informase que no estaba obligado a declarar allí, sino ante el Juez, pero el sujeto hizo un gesto de fastidio:
– “Mire, letrada. Váyase a la mierda. Yo la maté y punto. No crea que no sé lo que me espera, hoy en día todo lo que haga un hombre lo condena, aunque su mujer sea una auténtica zorra”
Adela se obligó a respirar a pesar de que el olor iba impregnado las paredes del recinto y su propia ropa.
– “Le vuelvo a recomendar que no declare si no es …”
– “Y yo te vuelvo a mandar a la mierda”, le respondió violentamente el hombre. “Y a ella al infierno, que es donde deberíais estar todas. Qué más da, si me va a tocar una jueza y le va a importar un huevo lo que yo le cuente. O lo que cuentes tú, abogaducha, que estás aquí pringando por cuatro duros”-el hombre le escupió las palabras y luego se rio, dejando un hueco descarnado y hediondo a la vista- “Anda que no estarías tú mejor con tu hombre f…”
El policía tomó la palabra y comenzó a preguntarle sobre los hechos acaecidos, cediéndole la palabra seguidamente a la abogada. A las preguntas efectuadas en presencia de la letrada de oficio, Doña Adela G, colegiada número…, quedó constancia de lo siguiente:
Que, en Santiago de Compostela, siendo las 24:00, el detenido, D.XXX, confiesa que sí. Que había matado a su esposa.
Que sí, que sabía lo que había hecho. Sí, era consciente y no estaba bajo el efecto de drogas ni de alcohol. ¿Puede repetir? Ah, pues porque estaba harto de sus quejas: que si busca un trabajo, que si deja de beber, que si… ¡Claro que lo había preparado todo! Se lo pensó varios días, a ver qué hacía, pero el piso era de ella y él no tenía a dónde ir. Que había afilado el cuchillo. ¿Cómo que un accidente? (Fuera de acta y con amonestación del policía: “¿Es que no me has oído, estúpida?”) Que reiteraba que lo había planeado con detalle, incluso afiló el cuchillo en la casa de un amigo al que podían llamar cuando quisieran, y se cubrió con un plástico para no mancharse con la sangre. No, joder, no: claro que estaba bien seguro de lo que quería, él solo se chutó un pico cuando acabó y pensó que a ver qué hacía con “aquello”. (De nuevo fuera de acta: “Tú debes ser mongólica, tía. Te lo tengo que repetir todo. No iba colocado, debía tener la cabeza despejada para degollarla a la primera”)
El acta fue leída por el agente de guardia ante el imputado quien firmó con una cruz. El policía, bajo su máscara imperturbable, mostraba un destello de compasión y empatía hacia la abogada, quien se estaba obligando a pensar exclusivamente en cómo recurrir la inevitable prisión de aquel desecho humano.
Al acabar, Adela le preguntó si tenía a alguien que le llevara ropa para pasar la noche en el calabozo del Juzgado recibiendo un escupitajo de lado del hombre, quien le clavó los ojos, pero permaneció en silencio.
El sujeto fue ingresado de nuevo al calabozo en espera de traslado al Juzgado. El agente acompañó a la abogada escaleras arriba para sellar y cumplimentar los documentos.
– “¿Quieres un café?”, le preguntó a Adela. Ella asintió.
– “Supongo que nunca te acostumbras, murmuró el agente mientras metía unas monedas en la máquina”
– “No te creas”-mintió Adela- “son muchos años en el turno…”
– “Mi hija quiere hacer Derecho”, dijo el policía pasándole un vaso, “y te juro que si la tengo que ver haciendo lo que tú esta noche…”
– “Bueno”, volvió a mentir Adela. “Ya te digo que te acostumbras”
Agradeció el café y quedó citada en el Juzgado para el día siguiente, lo que no iba a servir de nada ante la declaración de aquel desgraciado. Pero ella lo iba a pelear igualmente.
Volvió a su casa y por primera vez sintió algo de miedo. Vivía sola y había muchos locos como aquel. Volvió a obligarse a pensar en el recurso: tenía que pedir una pericial para saber si el hombre estaba en sus cabales, que se valorase su dependencia de alcohol y drogas…leerse de nuevo el expediente a ver sí…”
De repente la luna se hizo presente por la ventana de la habitación y alumbró una mancha de sangre en la manga de su blusa. Descubrió que se había rascado tan profundamente, que con las uñas se había hecho una herida muy fea en su antebrazo. Fue a por un desinfectante y la limpió como si pudiera quitarse toda la miseria, dolor y locura que había visto. Se abrió todavía más la herida sin sentir el dolor, porque mientras pasaba febrilmente el algodón por el brazo, resultó que había estado llorando desconsolada durante todo el rato.
Lo que iba a cobrar por aquel caso, ni pagaría la próxima sesión de psicoterapia a la que llevaba yendo hacía años.
La abogada siguió llorando, hasta que tuvo fuerzas para irse a la ducha, arrancarse la ropa que había llevado a comisaría y ponerse después un viejo chándal. No tenía sueño, podía adelantar trabajo.
Se sentó en la mesa de la cocina y encendió el portátil: “Al Juzgado de guardia que por turno corresponda”.
La luna, compasiva, iluminó a una mujer con el alma llena de asco y pena que solicitaba medidas para ayudar a aquel desgraciado a tener lo que la Constitución le garantizaba: la mejor defensa posible. La que no iba a tener ella ni de su Colegio de Abogados ni de sus políticos, que en su mayoría estarían durmiendo o divirtiéndose a aquellas horas.
Su guardia de 24 horas no había acabado, y no sabía lo que le deparaba la noche, tal vez seguir viendo los horrores que transcurren en el interior de los hogares y de los que sólo en el Turno se tiene conocimiento.
Y efectivamente: eran las 4:00 de la madrugada, cuando el teléfono volvió a sonar y Adela, automáticamente, cogió las llaves del coche.
Solo se permitió pensar un instante, cuánto cobrarían los que no querían pagar más por el turno de oficio, si fueran ellos quienes estuvieran en su lugar.
Después arrancó el motor y salió a la oscuridad de la noche.