31 marzo, 2024
Se ha ido extendiendo una sensación de inseguridad, de desorientación, que hace que muchos miles de personas de distintas creencias, con diferentes ideas y con opciones vitales que muchas veces poco tienen en común entre sí, tengan dudas sobre el momento y el lugar en el que nos está tocando vivir. Y no es que esas personas no sepan quienes son, ni lo que quieren. Saben lo que son, que es lo mismo que ya fueron y lo que quieren seguir siendo, y les gustaría poder mantener la esperanza de conseguirlo. Pero como no controlan ni la economía, ni el poder político ni el poder militar, sino que son controladas por ellos, se sienten manipuladas, cuando no burladas, por unos poderes que parecen querer tratarlos como si fuesen menores de edad intelectual.
Sabemos que no hay más remedio que trabajar, que pagar impuestos, que seguir toda clase de directrices y quede cumplir cada vez más órdenes, pero es que ahora parece que todo es arbitrario. Yo puedo trabajar porque sé que de otro modo no podría vivir, pero mi trabajo ha de tener un sentido y en él necesito sentirme reconocido como persona, a la vez que reconozco a mis compañeros y mis superiores- sean de la clase que sean-.Si eso no fuese así me sentiría como un peón que es manipulado en el tablero de un juego por quienes mueven las fichas a su capricho y para su propio provecho.
Los trabajadores son personas que trabajan, y no recursos equiparables a las materias primas, y reutilizables y desechables como ellas. Una persona no es una ficha, y la economía es algo más que una búsqueda de los rendimientos del capital. Y si no lo es, debería serlo, porque de ella depende la supervivencia de nuestra especie. Hemos perdido esa sensación, porque se lo propusieron. quienes controlan el poder económico solo con el fin de multiplicar sus beneficios. Dicen ellos que solo existe la gestión y no las diferencias de riqueza. No seríamos más que gestores y nos quieren hacer creer que nuestro éxito o fracaso depende de nuestra inteligencia para administrar nuestro capital humano. Estas falacias son las que han logrado que muchísima gente esté desorientada dentro del desorden económico, sientan como que sus pies han perdido el contacto con la tierra, y que ya no le importan a nadie.
Como lo que no son cuentas son cuentos, todo el mundo respeta el poder económico, incluso los que controlan el poder político o el militar. El poder militar es inapelable, porque se basa en el uso planificado de la fuerza. Las bombas no preguntan la opinión de sus blancos. Un país atacado tiene derecho a defenderse, pero no a ganar la guerra, porque ganar la guerra no es un derecho es una técnica que hay que saber manejar. Por eso, con la guerra no se juega, y afecta por igual a los que les importa y a los que no.
La gente corriente sabe que los bancos no son tómbolas, y que el dinero no nace de los árboles, y que solo un fusil los puede defender de otro fusil. Sabe que casi nadie cree en ellos y a que poca gente les importan algo. Y saben que no podríamos vivir si junto a la realidad no pudiese existir la ilusión. Y la ilusión consiste en creer en algo que nos permita tener esperanzas de que tenemos dignidad, de que somos alguien, y de que el mundo puede cambiar hacia lo mejor. Y todo esto solo lo pudieron ofrecer por milenios las religiones; y ahora la política.
La gente corriente sabe que los bancos no son tómbolas, que el dinero no nace de los árboles y que solo un fusil les puede defender con otro fusil
La política es una ficción útil, sin la cual se descompondría el orden social. Es una ficción útil y necesaria porque se basa en ideas intangibles que sirven para mantener el mundo como está, pero también para cambiarlo. Y esas ideas pueden ser el pueblo, la nación, la clase social, la humanidad, el bienestar, la cultura o la felicidad de todos y de cada uno. Nadie ha visto a esas ideas por la calle, pero por ellas se ha luchado, se ha vivido y se mata y sigue matando. Porque son ellas las que orientan nuestras conductas individual y colectivamente.
Necesitamos creer en las ideas y los principios y en las personas que los representan, porque es a esas personas a los que otorgamos nuestra confianza en esa gran ficción política- que es la menos mala de todas las ficciones políticas- que son las elecciones. Todos sabemos lo que es ir a votar. Nadie nos pide nuestra opinión, lo que nos piden es nuestra papeleta. Nuestro voto es secreto, y por eso las personas que lo reciben no hacen listas de sus votantes, para luego pagarles el favor. Y además yo acepto que me gobiernen las personas que no elegí, lo que puede parecer un poco absurdo, pues si no las tengo que aceptar, quiéralo o no, entonces ¿para qué voto?
Una sesión en el Congreso de los diputados en Madrid
Cuando además los votos entrar en un juego aritmético para convertirse en escaños, entonces mi voto ya se reduce a casi nada. Y eso no es lo malo, lo malo es que luego con los escaños se pueden hacer otros juegos aritméticos para decidir quién me va a gobernar a mí y a quienes tengo que obedecer; me guste o no me guste.
Los políticos son personas que tienen la obligación de encarnar los principios de la política, como los sacerdotes los de sus religiones, los artistas los de las artes y los profesionales de cada profesión los valores de la suya: médicos, profesores, abogados…Yo no contrato a los políticos con mi voto: eso es un absurdo, pero sí deposito mi confianza, mi fe en un sistema político, legal, administrativo, y en definitiva en el estado que debe garantizar la seguridad de sus ciudadanos, sus derechos de todo tipo y hacer posible que su vida sea la realización, en el mayor grado posible de esos derechos que hacen de ellos personas. Por suerte es el estado quién garantiza nuestros derechos, no el gobierno. La misión del gobierno es lograr que el estado, la economía y sociedad funcionen de la mejor manera posible, para lo que dispone de un dinero que solo proviene del bolsillo de sus propios ciudadanos, de una manera o de otra.
Los políticos administran, y si lo hacen mal porque son incompetentes o defraudadores, causan un daño irreparable. No porque puedan ser delincuentes, sino porque hacen perder la fe en ellos y en todo el sistema que representan. Pero los políticos además hablan, hablan sin parar de sí mismos, de los otros políticos y de todo lo divino y lo humano. Si un político hace lo contrario de lo que dice se hunde en el descrédito, a la vez que desacredita al sistema. Y ya no digamos si lo hacen casi todos. Pero si además no tiene nada que decir, no sabe hablar , ni escribir algo más que cinco líneas, entonces la fe en la política se disipará en el aire.
Los políticos administran, y si lo hacen mal son incompetentes o defraudadores, causan un daño irreparable… porque hacen perder la fe en ellos y en todo el sistema que representan
Y esa misma fe puede llegar a asomarse al precipicio de la nada si los políticos además de hablar, no dejan hablar, si falsean, controlan y manipulan la información y sus medios, con sus influencias, con el dinero público y con sus complicidades con los poderes económicos y militares globales.
Vale que los políticos no nos escuchen, que manipulen las instituciones, las leyes, la justicia, que quieran demostrarnos que mandan, como manda sin piedad la riqueza de los ricos sobre la pobreza de los pobres, y como manda un misil cuando cae sobre una vivienda. Pero lo que no pueden hacer es tomarnos por tontos y querer imponernos su ínfimo pensamiento, su escuálido lenguaje y sus ridículos lemas y palabras a cientos de personas que sabemos lo que somos y los que queremos ser. Que tenemos derecho a vivir, a pensar y a expresarnos; cuando se ahoga la libertad de expresión, y profesores, periodistas, artistas y profesionales de todo tipo no son más que muñecos ventrículos.
La Biblia, en los proverbios, nos dice: «No respondas al necio según su necedad, no sea que te vuelvas como él
Tenemos derecho a pensar, a hablar, a protestar, a despreciar a quienes son indignos y necios y a admirar a las personas que se lo merecen por su vida y sus acciones, y a admirar a quienes saben más- y no menos que nosotros-. Por eso pondremos punto final con una cita del libro de los que saben, la Biblia, que en los proverbios nos dice:» como el perro que vuelve a su vómito,/ vuelve el necio a su insensatez»(26,11). Y: «no respondas al necio según su necedad, no sea que te vuelvas como él» (26,4) ; «trata al necio como necio, no vaya a creerse que es sabio» (26,5). Lo dijo un gran maestro.