10 junio, 2024
«Perroflautas al poder en la Universidad de Santiago». Así, más o menos, definió una antigua alumna de Derecho, hoy funcionaria pública, a quienes por la fuerza de la sinrazón han tomado la antigua Fonseca, y antes la Facultad de Historia, impidiendo el acceso al rector, equipo de gobierno, docentes, trabajadores y a quienes -como es el caso de lectura de tesis, desplazada a Filosofía hoy mismo- realizan su actividad normal a escasas fechas de que se inicien los exámenes pendientes de septiembre.
Pero más fino estuvo uno de los más prestigiosos catedráticos de la institución académica al clavar, con esta expresiva frase: «Un grupo de WhatsApp pone de rodillas a la USC», lo que ocurre dentro de los venerables muros que albergan la sede del rectorado. Como titular periodístico no tiene precio. Son muchas las preguntas que los atónitos espectadores de esta casi trágico-cómica situación se hacen, y tienen mucho que ver con lo ocurrido en Sevilla casi a la vez que en Compostela.
En el sur, el rector pidió en el primer minuto a las fuerzas de Seguridad del Estado su intervención y tras el primer asalto por parte de unos pocos desocupados -la mayoría no universitarios- la policía tomó cartas en el asunto y santas pascuas. Hubo unos cuantos detenidos, algunos contusionados, otros que protestaron por las calles pero al final del cuento es que allí se consiguió la paz en pocas horas y aquí todavía continúa la guerra.
El pueblo llano -no digamos el profesorado y funcionarios- se hace cruces por la situación tal como está. Son sólo unos pocos quienes ponen en jaque a todo lo que representa la cúpula del saber en Galicia, sin que, aparentemente, se haga nada para controlar la situación. Desde dentro cargan las culpas en el decano de Historia, Marco Virgilio García, por su complicidad inicial, y otros apuntan al rector, Antonio Díaz, por inacción y falta de autoridad para resolver el conflicto de manera contundente.
Y a la vez, una inmensa mayoría se pregunta sobre la escasez de células grises de los convocantes y encerrados. ¿Acaso creen en serio que lo que hacen va a servir para algo en la resolución de la causa palestina? ¿Están convencidos de que sus protestas son más poderosas que las gestiones realizadas en favor de la paz por la ONU, Estados Unidos, la Unión Europea, una gran parte de los 194 países de los cinco continentes e instituciones de la mayor relevancia a lo largo de más de medio siglo? ¿Los encerrados se han parado a pensar que si en lugar de una treintena de jóvenes se multiplicaran por diez, por cien, por mil o por cien mil las cosas iban a ir a mejor, se firmaría la paz en Gaza?
Si su grito de guerra resuena como el de la caduca Yolanda Díaz («Del río al mar», cargarse a casi nueve millones de judíos), a quien el pueblo le acaba de dar la espalda, ¿sirve para algo el ruido y la toma por la fuerza de dos edificios singulares? ¿Qué esperan conseguir con su gesto, absurdo e inservible, que no resuelve absolutamente nada? ¿Qué trofeo les van a entregar en el podio de su irracional cabezonería?
Mientras continúa el desmantelamiento en la vieja facultad – tanto físico como institucional- más de uno se pregunta, con referencia a Historia, cuál es el destino del hasta ahora restaurante-bar, a punto de ser desmantelado. ¿Quién está detrás de la operación del nuevo concesionario tras una adjudicación fallida? Círculos bien informados creen que un alto cargo hará caja con la operación cuando se adjudique. Habrá que estar muy atentos. La codicia humana es infinita, y los absurdos de algún grupo de irresponsables, también.