5 mayo, 2024
Quizá no sepamos adónde vamos, quizá tampoco queramos saberlo. La metafísica y la ciencia han propuesto diferentes teorías para bosquejar el paso del ser humano por el mundo, teorías habituadas a colisionar con los altos muros de lo sagrado. Algunas, apoyadas por los lamarckistas, plantean que evolucionamos adaptándonos progresivamente a un medio cambiante y más hostil; otras, propias del darwinismo, aceptan la selección natural, esto es, la supervivencia de los más aptos; finalmente, también hay espacio para propuestas más imaginativas y singulares, como la formulada por Teilhard de Chardin, quien desde una concepción teológica defendía que la inteligencia se irá globalizando en un nivel cada vez más alto hasta converger en una conciencia en sintonía con el universo-dios.
«Los estudios de imagen funcional del cerebro han demostrado que los ataques de agresividad están relacionados con una disminución de la actividad en la corteza prefrontal y de un incremento de la amígdala y del hipotálamo, mientras que las personas más tolerantes y empáticas tienen un patrón de actividad cerebral inverso»
Sea lo que fuere, vivimos en una persistente paradoja que nos enfrenta personal y colectivamente. El cerebro dispone de una parte primitiva y animal, muy poco racional, que rápidamente responde a estímulos mediante emociones y sentimientos. No está sola: a su alrededor se extiende otra región, mucho más evolucionada, que modula y controla los instintos más primitivos. Estas dos estructuras están conectadas por vías nerviosas complejas, por neurotransmisores y hormonas, y además su relación depende de factores genéticos y ambientales. El ajuste de este complicado mecanismo no siempre es perfecto y, en determinadas circunstancias, se puede desacoplar. Los estudios de imagen funcional del cerebro han demostrado que los ataques de agresividad están relacionados con una disminución de la actividad en la corteza prefrontal y de un incremento de la amígdala y del hipotálamo, mientras que las personas más tolerantes y empáticas tienen un patrón de actividad cerebral inverso. Este desbalance habitualmente tiende a potenciar el cerebro de las emociones en contra de nuestro componente más humano.
Las conductas agresivas son propias de las especies del reino Animalia, aunque solo los humanos las hemos desarrollado de una manera particularmente compleja y destructiva. La violencia animal suele estar relacionada con la competencia por los recursos, la defensa del territorio o la protección de las crías. En cambio, la agresividad del Sapiens puede tener motivaciones más complejas, como la ira, el odio, la venganza o el deseo de poder. Esto ha propiciado que los conflictos humanos alcancen niveles de destrucción y brutalidad sin precedentes en el reino animal.
La cultura regula la agresividad. La conducta agresiva y violenta se aprende, nos rodea, aflora incluso en los pequeños detalles. Los medios de comunicación documentan un mundo de agresividad y violencia y, a menudo, lo amparan y difunden. Las consecuencias ya las estamos sufriendo. Los partidos políticos son conscientes de que la agresividad de sus programas conlleva un aumento de votantes, arrastrando con ello a los políticos más moderados a adoptar posiciones extremistas para no perder fuerza electoral. Esta cultura de la violencia también coagula en nuevas formas de expresión, como el acoso cibernético, los discursos de odio y la violencia digital. Asimismo, se potencia con la creciente desigualdad social, la mayor exposición a la desinformación y el aumento de los problemas de salud mental.
«La tolerancia es el respeto y la aceptación de los pensamientos, sentimientos y creencias de los demás. La tolerancia fomenta la cohesión, la cooperación y el intercambio de ideas entre personas diversas, lo cual cristaliza en un mayor desarrollo social, económico y cultural»
La naturaleza, que es más sabia que el hombre, nos ha dotado de un cerebro más evolucionado, más humano. Esto nos conduce a una mayor tolerancia, la capacidad de las personas para coexistir pacíficamente y aceptar diferencias entre sí. La tolerancia es el respeto y la aceptación de los pensamientos, sentimientos y creencias de los demás. La tolerancia fomenta la cohesión, la cooperación y el intercambio de ideas entre personas diversas, lo cual cristaliza en un mayor desarrollo social, económico y cultural. Sin embargo, la agresividad genera desconfianza, fragmentación social y obstaculiza el progreso colectivo. La tolerancia contribuye al bienestar individual, mientras que la agresividad suele producir efectos negativos en la salud mental, tanto a nivel individual como colectivo. Las personas con altos niveles de tolerancia son más propensas a evitar conflictos y a sentir empatía por los demás, mientras que las que registran niveles bajos están más expuestas a sentirse amenazadas. Vivimos en un mundo donde día a día nos enfrentamos a la intolerancia, ya sea por diferencias ideológicas, raciales, sexuales o religiosas, entre muchas otras.
Es importante señalar que el concepto de tolerancia implica reciprocidad, es decir, consiste en un acuerdo en el que la otra parte también defiende nuestro derecho a ser diferentes, a tener puntos de vista propios y a expresarlos libremente. Es imposible ser tolerante con un fanático, pues interpretará nuestra tolerancia como un signo de debilidad y ello reforzará su intolerancia.
En este contexto convivimos con la paradoja de promocionar posicionamientos de tolerancia cero con un fomento de las actitudes agresivas. Sería más coherente que las tolerancias cero no se limitasen a hechos denunciables concretos, sino a todo tipo de conductas agresivas y violentas. A todos nos corresponde comprender y abordar las causas profundas de la agresividad –la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades, etc.–, promover una educación para la tolerancia que fomente la empatía y el respeto por la diversidad y fomentar culturas de paz. Una actitud activa para afrontar la tolerancia y reducir la agresividad contribuirá a un futuro más pacífico, justo y próspero para todos. Tolerancia cero, pero para toda expresión de agresividad y violencia.