10 mayo, 2024
La guerra de Ucrania nos entristece y aburre. Detrás del telediario que informa de ella y de Gaza están las armas que las alimentan. Y la Inteligencia Artificial las diseña ahora más precisas: un dron diseñado por IA liquida trescientos ucranianos en tres segundos sin reparo ni consideración a niños e impedidos, sarcástica operación. Nuestras sucesivas civilizaciones pasteleras han refinado armas contra los enemigos del imperio. Homero canta que las flechas ilíacas ‘apetecían’ las armaduras troyanas. Nuestra historia lo es también de guerras, condición humana: Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes, esculpió Miguel Hernández en 1941.
Las armas han moldeado el curso de la historia. El arsenal comenzó en la prehistoria con garrotes, piedras; añadió arcos, flechas, la sofisticada tecnología de hoja, y más tarde cañones, rifles, acorazados, cohetes y esas armas nucleares. Cuando Egipto estaba en su esplendor los hicsos los invadieron porque tenían armas superiores hechas de hierro. Se adentraron en Egipto usando carros, una innovación táctica y logística. Los macedonios introdujeron las catapultas. Los romanos mejoraron la tecnología de los equipos de asedio y las tácticas de combate. La pólvora, invento chino, introdujo un rango de artillería basada en propulsión. Los alemanes, tras su derrota en la Primera Guerra Mundial inventaron aviones de combate y la Segunda Guerra Mundial contribuyó al desarrollo de la bomba atómica, que insinúan ahora Irán y Rusia.
Y Miguel Hernández nos sigue soplando en la oreja: Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes. La Paz es un don del Cielo, nosotros la suplicamos para quienes la administran y a mismo tiempo podemos erigirnos a diario en ‘sembradores de paz’: ¿nos han enseñado a ello? Se aprende.