7 mayo, 2024
He aquí dos palabras que, situadas en el campo semántico de la política, nos aportan material suficiente para hacerle un caldo jugoso al comentario sobre el tema, en nuestros días. Entre las idas y venidas de los políticos hay un acto imprescindible, en la acción de gobierno, que es el nombramiento. Se nombra para entrar y se nombra para salir. Digamos que hay dos puertas. Una de entrada y otra de salida.
También hay las llamadas puertas giratorias. Estas son aquellas de las que queríamos hablar. Son unas puertas digitales. O sea, funcionan a dedo. Cuando el dedo entra en acción, la puerta se pone en movimiento para despachar la salida, con dolor, o la entrada, con euforia. Mucha hipocresía en la ceremonia.
Todo son abrazos y besuqueos, sin apenas haberse conocido. Porque, vamos a ver. Para tener la chance de entrar, hay que contar con la confianza del jefe, que es lo mismo que estar dispuesto a hablar o a callar, según toque y figure en el prontuario de usos y costumbres. Para cumplir los requisitos con que ha de contar el neonato a la vida del cargo, no hace falta tener el título que exija conocimientos al respecto.
No. Finjamos unos ejemplos. Si es albañil (con perdón) no tiene por qué exhibir el título de arquitecto y, si es soldado (también, con perdón) no está obligado a distinguir un fusil de una escopeta (valga la figura literaria correspondiente). Es mucho más fácil. Basta con tener el abrazo del mandamás y la confianza y disciplina necesaria para guardar los secretos del Consejo de ministros, como así dice la norma.
También puntúa el haberse distinguido como buen recaudador de votos, en su distrito electoral. Con la oposición y, siempre que sea cara al público, ni agua, porque éstos siempre insultan, cuando atacan, y no son demócratas, aunque sean cristianos. No como el de Valladolid, que llegó al cargo y se puso, como un loco, arrasando el monte, sin consideración de marcos ni de lindes, con tal que fueran de color azul los arrasados.
Eso sí, en la cuestión de sueldos y demás prebendas, ahí, no tocar. Todos de acuerdo, que los de la oposición también callan, pues les va la nómina en el asunto. Volvamos a lo de las puertas giratorias. Cuando hay que reajustar, remover o recambiar gobierno, entra en acción la puerta giratoria y, para que no resulte un agravio al que se va, se le adjudica un puesto en una empresa gubernativa que paga, algo así como 185.000 euros del ala, cada año, para que el “largado” note menos la patadita, en salva sea la parte.
Eso también lo hacía Franco. Solo que aquel mandaba al motorista del Pardo al domicilio del cesado con un sobre y el descargo. Siempre, antes como ahora, agradeciendo los servicios prestados.