4 julio, 2024
Tomo prestada la frase de Virgilio, uno de los más grandes poetas romanos en los primeros años de nuestra era, autor de dos obras inmortales, la Eneida y las Bucólicas, referida a los campesinos hace 2.000 años. Vivimos en una ciudad colosal dentro de su aparente inmensa pequeñez y, pese a ello, tenemos un pobre concepto de cuanto nos rodea y de la simbología que representa la historia ligada al Apóstol, que ha confirmado a esta urbe como centro espiritual europeo y creó una estructura urbana, en algunos aspectos, única en el mundo.
En una sociedad teóricamente descreída, el Camino de Santiago trasciende lo puramente religioso para identificarse con valores humanos esenciales, pero, por desgracia, la sociedad compostelana está, en general, adormecida, sin aparente autoestima, y no valora lo que tiene a su alrededor. Quizá tenga que ver con la característica de las élites, cargadas de complejos en unos casos y de pasotismo en otros, adormecidas, anestesiadas. Hasta hace algunas décadas, se articulaban en los grandes ejes de Universidad, Iglesia y Comercio, pero el triunvirato pasó a la historia.
Con el impacto posterior del Gobierno Autonómico y sus instituciones, así como el desgaje de una universidad única en tres sedes, se han incorporado nuevos elementos sin que se haya creado una nueva y poderosa élite industrial. No existe un hilo conductor ni una nueva articulación de la sociedad civil, que ha perdido valores y referencias iniciales, y no ha sido capaz de transformarse en algo más influyente en el resto de Galicia. El excesivo peso de actores políticos que no residen en la ciudad y la inexistencia o falta de implicación de líderes locales tiene como consecuencia una atonía enfermiza que nos condiciona a todos.
Parece indispensable articular un nuevo liderazgo que fortalezca las débiles pero existentes asociaciones ciudadanas, a quienes corresponde articular una plataforma de apoyo a la recuperación del valor universal de Santiago. Pese a la cada vez menos fiable clase política en general, es razonable que el liderazgo del proyecto sea desempeñado por quien ocupa la alcaldía, limitada en sus posibilidades por la precariedad de gobernar en minoría. Esta debería impulsar, potenciar y coordinar una especie de lobby ciudadano que contribuya al renacimiento de una urbe meta de ciudadanos de los cinco continentes.
Amparados en su característica de foco cultural europeo, se puede reclamar desde este finisterre -punto más occidental de Europa- un protagonismo intelectual del que hoy carecemos. Se hace necesario consolidar un proyecto dominado más por consideraciones económicas que por otros valores trascendentales; habrá que crear espacios coordinados y lograr una integración en esa especie de dos mundos que son la barrera del Casco Histórico y el Ensanche, desarrollando proyectos que los integren.
Algunos soñamos con una zona «vieja» viva en la que la cultura esté también en la calle; un fomento del turismo de ida y retorno hacia el resto de los continentes, centrado en nuestros valores y en Compostela con el Camino como puerta de entrada y salida. Un proyecto, en definitiva, ilusionante que, si se lleva a cabo, entonces sí podría integrar y hacer partícipes activos a las élites urbanas, hoy fatalmente desconectadas y desilusionadas. ¿Lo veremos algún día? La esperanza es lo último que se pierde.