9 junio, 2024
El odio es una emoción compleja que se caracteriza por una intensa antipatía hacia alguien o algo, asociada a un deseo de dañar o destruir. A menudo va acompañado de sentimientos de ira, asco y miedo. El odio es exclusivamente humano porque implica la capacidad de razonar, hacer juicios morales y experimentar rencor. Los animales pueden exhibir agresividad hacia otros individuos por una variedad de factores, como el miedo, la competencia por los recursos o la protección de las crías, pero no por un odio pertinaz y acumulativo.
En el sapiens se han identificado dos regiones cerebrales que se activan cuando experimentamos odio. La amígdala, localizada en el lóbulo temporal, responde a las amenazas enviando señales a otras áreas del cerebro, para preparar una respuesta de lucha o de huida. En el caso del odio, la amígdala puede amplificar la percepción de amenaza hacia un grupo o individuo específico. La corteza prefrontal se encarga de funciones cognitivas superiores como la toma de decisiones, la evaluación de riesgos y el control de impulsos. Sin embargo, en el contexto del odio, la corteza prefrontal se ve afectada por la amígdala, lo que lleva a una disminución de la capacidad de reflexionar lógicamente y de tomar decisiones racionales. A pesar de estas bases biológicas, la influencia del entorno y las experiencias personales son fundamentales para moldear las emociones y los comportamientos. Siempre somos responsables de nuestros actos.
«El odio no tiene ningún aspecto positivo. Las consecuencias negativas que genera se expresan en forma de violencia, conflictividad, discriminación o desintegración social, pero también en forma de un hondo impacto en la salud mental y en el bienestar de las personas»
El odio no tiene ningún aspecto positivo. Las consecuencias negativas que genera se expresan en forma de violencia, conflictividad, discriminación o desintegración social, pero también en forma de un hondo impacto en la salud mental y en el bienestar de las personas. Vivimos en una sociedad en la que las expresiones de odio son habituales y se ven potenciadas por los medios de comunicación, que se recrean en estas actitudes. Existen múltiples factores, tanto individuales como sociales, que pueden contribuir al desarrollo de sentimientos de odio hacia quienes percibimos como distintos, porque no es inhabitual que lo diferente produzca miedo e incertidumbre. A menudo, nos dejamos dirigir por ideas preconcebidas sobre comunidades de personas que no conocemos bien, lo cual puede devenir en que nos sintamos amenazados y articulemos actitudes discriminatorias. En algunos casos, la percepción de que un grupo diferente compite contra nosotros por recursos escasos puede desencadenar sentimientos de hostilidad. Pero más frecuentemente, cuando nos sentimos frustrados o enojados, es posible que busquemos un chivo expiatorio al que culpar de nuestros problemas, y los diferentes suelen ser un objetivo fácil.
Estas respuestas individuales se ven condicionadas por las desigualdades socioeconómicas, las cuales generan resentimiento y tensión entre los diferentes grupos sociales. Las ideologías que promueven el odio y la división exacerban los sentimientos de hostilidad hacia los distintos. Con demasiada frecuencia, líderes políticos y religiosos utilizan la retórica del odio y la discriminación para sus fines. La falta de conocimiento y de contacto con personas de diferentes grupos puede alimentar los prejuicios y el miedo. La diversidad ética, la xenofobia, el racismo y el miedo a los pobres son los pilares sobre los que se sustenta el odio a los diferentes.
«La falta de conocimiento y de contacto con personas de diferentes grupos puede alimentar los prejuicios y el miedo. La diversidad ética, la xenofobia, el racismo y el miedo a los pobres son los pilares sobre los que se sustenta el odio a los diferentes»
Si bien es cierto que la diversidad de creencias y valores puede inducir tensiones y conflictos –desencadenados por la falta de comunicación, por la desigualdad social y económica, por el miedo a lo desconocido y por la manipulación política–, también puede ser una fuente de riqueza y de aprendizaje mutuo si promocionamos el diálogo intercultural, la lucha contra la desigualdad y la educación para la tolerancia como recursos para combatir el discurso del odio.
La xenofobia –miedo o aversión hacia los extranjeros– y el racismo son dos problemas relacionados. Desde que nacemos, los humanos incorporamos la preferencia por lo familiar y la desconfianza por lo desconocido. Este sesgo de familiaridad puede extenderse a personas de diferentes agrupaciones étnicas, raciales o culturales, lo que lleva a sentimientos de desconfianza y hostilidad hacia el forastero. Y también existen quienes tienden a ver las culturas propias como superiores a las demás. Sin embargo, las razas y las etnias son construcciones sociales, productos de procesos históricos, culturales y políticos. Esta desnaturalización de la raza es fundamental para combatir el racismo, ya que expone la falsedad de las jerarquías raciales que sustentan la discriminación y la opresión. A lo largo de la historia humana, la interacción entre colectivos diferentes ha impulsado el intercambio cultural, la innovación y el progreso. La creciente interconexión del mundo actual nos presenta la oportunidad de superar la xenofobia.
Pero no solo rechazamos a los diferentes, sino también a grupos muy numerosos de nuestra raza, cultura y principios éticos. La aporofobia es un término acuñado por la filósofa española Adela Cortina para definir el miedo, rechazo o aversión hacia las personas pobres o desfavorecidas. No se trata simplemente de una falta de empatía o compasión, sino de un miedo irracional que incluye la discriminación, la invisibilización y la estigmatización de estas personas, a quienes se hace responsables no solo de sus problemas, sino de múltiples conflictos sociales y de convivencia. Este concepto no solo incluye a personas con escasas capacidades económicas, sino a todos aquellos que, por razones diversas, como la edad o el prestigio laboral, ya no se consideran rentables para el éxito social.
«Pero si el odio es un sentimiento exclusivamente humano, la compasión también lo es. Su expresión y desarrollo están profundamente influidos por la cultura, la sociedad y las experiencias individuales…potencial que podemos cultivar y fortalecer a través de un proceso continuo de aprendizaje y crecimiento»
La tolerancia, la capacidad de respetar las diferencias entre individuos y adaptarse a ellas, es un valor fundamental para construir sociedades justas y pacíficas. Desde una perspectiva evolutiva, la cooperación ha sido fundamental para la supervivencia y el éxito de la especie humana. La tolerancia hacia los miembros del propio grupo y hacia aquellos con los que se interactúa ha facilitado la colaboración y el intercambio de recursos, favoreciendo la adaptación y la supervivencia. Las experiencias positivas con personas diversas, la educación intercultural y la promoción de valores como la igualdad y el respeto a la diferencia, son cruciales para fomentar la tolerancia.
Pero si el odio es un sentimiento exclusivamente humano, la compasión también lo es. Su expresión y desarrollo están profundamente influidos por la cultura, la sociedad y las experiencias individuales. La compasión no es un estado innato perfecto, sino un potencial que podemos cultivar y fortalecer a través de un proceso continuo de aprendizaje y crecimiento.