25 mayo, 2024
Generalmente, los gobiernos que actúan, guiados por una fuerte ideología, no son deseables. Suelen tener más en cuenta el interés de partido que el del pueblo. Son gobiernos, por otra parte, situados en la frontera de la dictadura, aunque, aparentemente, se proclamen pregoneros de la democracia, incluso únicos representantes de la misma. Detentan el poder como si fueran predestinados para repartir el bien entre las gentes, ya que los que están enfrente, según ellos, son los poseedores del mal.
Se les nota demasiado el apasionamiento en el discurso y tienen, para ello, la lengua fácil y, en cierto modo, agresiva. Tenemos, en nuestra nación, un ejemplo claro, en estos días. Todo comenzó, cuando al ínclito ministro de Transportes de España, un señor de Valladolid, se le calentó la lengua, sin venir a cuento, y acusó al presidente de Argentina de consumir droga.
El argentino, que no es manco, aprovechó un viaje a España para defenderse, contraatacando a su estilo extremo, como suele. Y lo hizo, diciendo al español las verdades del barquero, a la puerta de su misma casa y poniendo de vuelta y media al presiente Sánchez quien responde, retirando a la embajadora española en Buenos Aires y amenaza con romper relaciones diplomáticas.
Y, como la mesura no es arte que practique este gobierno de nuestros pesares, se armó un guirigay de imprevisibles consecuencias. Hasta aquí los hechos. Hagamos, ahora, un somero y fundamental análisis. Hay un dicho que sostiene que el que da primero da dos veces. Bueno, pues aquí el que dio primero, en la herradura y no en el clavo e inició una pelea de gallos vergonzosa y preocupante, fue el personaje de Valladolid, señor ministro de Transportes.
Este ministro peculiar que, en vez de preocuparse más de los fallos del Ave y demás carruajes de su incumbencia, se preocupa de los chismes de sociedad, señalando con el dedo a sospechosos drogadictos. Quien lo nombró sabía lo suficiente de sus cualidades como portavoz de pleitos podridos y cuestiones de estrategia política del partido.
Algunas de esas cualidades: es directo en la bronca, no tiene inconveniente en largar tema, en el momento oportuno, para desviar la atención pública, sobre cualquier actualidad desfavorable para el gobierno y es lo suficientemente cáustico para provocar la crispación, aunque luego, ésta se atribuya al de enfrente. Se dedica poco a ministrar, en su terreno, que sería lo propio de cualquier ministro y gobernar en las cosas de su ministerio de Transportes que tantos fallos y carencias acumula. Pues no. ¡Que viva la Pepa! Se vive mejor, dedicándose a la intriga y al chisme, vaciando el insulto sobre la cabeza de quien profesa otra ideología. Es así el estilo de frivolidad que utiliza este gobierno.
Ningunea a la oposición, se mete en charcos evitables, pasa de la política de consenso y decide, por su cuenta, en Asuntos Exteriores, sin requerir el parecer de otras mayorías, tratando a éstas con gesto despectivo. Alguien se preguntará: ¿por qué esta pelea de gallos tan intempestiva? La respuesta es fácil. Se confundió, una vez más, el buen gobierno con la ideología. La falta de reflexión sobre las consecuencias que pudiera traer la agresión verbal a un país extranjero, por confundir ideología con tareas de gobierno. Y por actuar con soberbia, ignorando que, cuando no se es rico, mejor tener amigos.