Parlamentarismo y simbiosis parasitaria: II

Dejaremos al doctor Gómez Nerea explicando a Freud para todos y nos iremos a ver a un contemporáneo de Galileo, el doctor Jean Wier, que en 1570 publicó el libro De prestigiis daemonium, en el que analizó todos los supuestos casos de intervenciones demoníacas centrándose sobre todo en la brujería y la licantropía. En la época de Wier las brujas y licántropos eran juzgados y quemados. Y filósofos como Jean Bodin, reyes como James de Escocia, y, por supuesto teólogos, creían que las brujas volaban, tenían sexo con el diablo en sus misas negras, robaban y se comían a los niños, siempre tras untarse un bálsamo con belladona estando vestidas, al igual que los hombres lobo.

Wier observó cómo dos ancianas se untaban el bálsamo, permanecían horas en el suelo y al despertar contaban todas estas historias que les habían contado a ellas. Concluyó que todo era producto de su imaginación y por eso propuso que ni se las torturase en los interrogatorios, ni se las quemase. Así se podrían ahorrar muchos sufrimientos y mucha leña. Aplicó el mismo procedimiento a chicas que adelgazaban de un modo extraordinario, casi milagroso, y así descubrió lo que era la práctica de la anorexia. Wier recopiló miles de datos en un lenguaje sencillo. Carecía de verborrea, porque buscaba la verdad, y no tenía ganas de figurar. Solo era un médico, un observador de la naturaleza y un defensor de la tolerancia.

«Al contrario que Wier, cientos de los que se llaman a sí mismos científicos se dedican en la actualidad a dar recetas para todo, esperando que algún político les haga caso y los recompense. Como su lenguaje es muy técnico a veces consiguen vender algo»

Al contrario que Wier, cientos de los que se llaman a sí mismos científicos se dedican en la actualidad a dar recetas para todo, esperando que algún político les haga caso y los recompense. Como su lenguaje es muy técnico a veces consiguen vender algo más o menos rutinario como un descubrimiento que los haría merecedores del premio Nobel, a adquirir en un autoservicio, premio que se puede ir predicando por la calle.

Como todos somos iguales ante la ley, yo que solo soy un modesto historiador de una ciudad de provincias he decidido también descubrir algo tan transcendental que me haga merecedor de fama universal, y que será el primer paso para reivindicar la inclusión del premio en la lista de los derechos fundamentales. Se trata nada más, ni nada menos, que de explicar las degeneraciones parlamentarias que ya casi son pandemia.

«La vida no es más que un plagio, porque cada célula hacía copias de sí misma hasta el aburrimiento. Para clonarse, que es como se llama eso de fotocopiarse a sí mismo, es necesario tener ADN, una secuencia de cuatro moléculas: adenina, citosina, timina y guanina»

Se llama parásito a un ser vivo que no puede subsistir si no es costa de otro. Los parásitos inteligentes consiguen no matar a su animal huésped, o hacerlo tan despacio que los miembros de su grupo puedan emigrar a otro portador. Y se pueden dar casos también, como el de las bacterias del intestino, en el que varios quilos de microorganismos logren vivir en un mamífero – como usted y yo- siendo indispensables para nuestra salud.

En el mundo de los seres vivos todas las especies tienden a reproducirse a costa de las demás, pudiendo llegar a agotar un ecosistema, como hicieron los conejos en Australia. Eso quiere decir que cada especie aspira a aumentar el número de sus miembros, o militantes, que se entienden entre sí en su propia lengua, y se enfrentan a las demás especies en su lucha por la supervivencia. Pero hay seres vivos, como los virus, que tienen un problema, y es que necesitan ya no expandirse, sino reproducirse a costa de otras células.

«Se llama parásito a un ser vivo que no puede subsistir si no es costa de otro. Los parásitos inteligentes consiguen no matar a su animal huésped, o hacerlo tan despacio que los miembros de su grupo puedan emigrar a otro portador»

La vida no es más que un plagio, porque cada célula hacía copias de sí misma hasta el aburrimiento. Para clonarse, que es como se llama eso de fotocopiarse a sí mismo, es necesario tener ADN, una secuencia de cuatro moléculas: adenina, citosina, timina, guanina. Los virus no tienen ADN, solo ARN, y viven a costa de células que invaden, rompiendo su membrana, apoderándose de su ADN, y reproduciéndose por miles de millones. El código genético es como un lenguaje que identifica a cada especie. Los virus hablan en nombre de otros: las células que han invadido, porque son como sus representantes parlamentarios. Les han robado el código para poder vivir.

Si un parásito logra vivir en simbiosis con un huésped tendríamos una simbiosis parasitaria simple. Pero puede darse el caso, como ocurre en nuestro organismo, en el que varios, o miles y miles de parásitos: virus, hongos y bacterias, convivan y compitan por el huésped. Cuando unos avanzan otros retroceden, como los hongos y las bacterias, o el virus del COVID y el de la gripe.

«Imagínese usted que va a su consulta a confesarle los sufrimientos que le ocasionan sus deseos sexuales que no puede expresar y están castigados social y legalmente. Como el doctor era un científico le explicaría que esos deseos pueden explicarse por el fenómeno del hermafroditismo»

Un país es un gran cuerpo social en que nacen parásitos que viven en simbiosis con él. Unos son beneficiosos para ese cuerpo, como es el caso de las instituciones estatales que garantizan la seguridad, la defensa y los servicios. Son como las bacterias del intestino. Si ellas no habría ni digestión ni sistema inmunitario, en buena parte. Pero hay otra clase de parásitos: los que viven en simbiosis entre sí, y en contra del huésped, como todos los microorganismos causantes de infecciones. Esos microorganismos están destinados a competir entre sí, pero se ha dado un caso nuevo, y es que los que deberían competir se unen para sobrevivir a costa del huésped, sin proporcionarle mayor beneficio. Son las coaliciones víricas y bacterianas, fenómenos naturales que permiten entender cómo funcionan nuestros parlamentos.

Todo el mundo estará de acuerdo en que esto es un descubrimiento extraordinario, que hace a su autor merecedor de toda clase de medallas y recompensas. Todo el mundo debería conocerlo, y sobre todo los parlamentarios. Para ponerlo al nivel de sus actuales intervenciones en el estrado, destacables tanto por su cortesía, educación, y sobre todo profundidad, propongo que una vez a la semana se proyecte en el Congreso y el Senado Buscando a Nemo. No es un capricho, Nemo vive en un arrecife de coral, ejemplo de simbiosis entre algas, peces, e incluso las propias rocas del fondo marino. Los colores de los peces permiten identificarlos por especies, o partidos. El único problema es que tendrían que contratar a un traductor del balleno, el lenguaje que hablaba Dory, la amiga de Nemo.