12 septiembre, 2024
“Con él llegó el escándalo” fue una película de los años 60 del siglo pasado en la que los protagonistas, Robert Mitchum y Eleanor Parker, se consagraron en base a lo que el título definía con rotunda claridad. Con José Luis Rodríguez Zapatero, en lo que a política española se refiere, ocurrió lo mismo entre los años 2004 y 2011 de nuestro tiempo. La escandalera de entonces –días negrísimos-, con la crisis de 2008 colapsando el sistema financiero, un grave deterioro de la economía nacional y leyes que todavía hoy generan más problemas que soluciones, se podría decir que de aquellos incendios estos rescoldos.
Pero inasequible al desaliento, o eso parece, el 5º presidente del Gobierno de España después de la Transición camina inexorablemente cuesta abajo en la rodada –como el tango gardeliano- y cada día que pasa, convertido por obra y gracia de sí mismo en defensor del despotismo nada ilustrado, se enfanga más y más en una especie de lucha interna, extenuante e incontrolada, “hasta que la muerte nos separe”, entre él y el innombrable dictadorzuelo venezolano Nicolás Maduro.
El odiado y temido presidente manu militari de un país destrozado (ya desde Hugo Chávez) por décadas de férrea disciplina castrense, lleva desde 2013 oprimiendo a los ciudadanos de uno de los países más ricos de Latinoamérica, convertido hoy –triste paradoja- en uno de los más pobres. Ni siquiera el oro líquido que mana sin cesar, reservas de petróleo para muchos años, es capaz de sostener un nivel de vida digno para quienes, en masa, abandonan el país en busca de libertad y recursos. Suman más de ocho millones los exiliados. Eran 28,3 millones de habitantes en el censo en 2022. Ahora ni se sabe.
Lo que sí funciona bien en el país hermano son Maduro, los militares y sus adláteres y aliados, entre ellos el nada tonto útil de Zapatero. Si las fuentes que se dicen bien informadas son fiables, el expresidente español Rodríguez Zapatero recibió como pago a su alianza estratégica con el universo del dictador nada menos que una mina de oro. No es una metáfora; la mina según parece existe y está garantizado el apoyo incondicional del vallisoletano dispuesto a venderse al mejor postor a cambio de influencia mediática.
Lo del expresidente español –da vergüenza recordarlo- es de un cara dura increíble. No solo ignora a organismos internacionales tras denunciar el escándalo de las actas ocultas que otorgaban un holgado triunfo a la oposición, sino que tanto él como sus compinches continúan maniobrando en la sombra para que Estados Unidos no sancione a Maduro. Además, incansables, buscan apoyo en otros ámbitos para que más países se sumen al reconocimiento del clarísimo fraude electoral denunciado por instituciones internacionales de reconocido prestigio, con el añadido de la brutal represión que encarceló a miles de ciudadanos por el mero hecho de manifestarse pidiendo justicia.
Mientras (Dios los cría y ellos se juntan), el ministro de Exteriores del Gobierno de España, José Manuel Albares, descarta imponer sanciones a los gobernantes venezolanos y se “cabrea” con el PP de Núñez Feijóo por meterse con el protegido del sanchismo. Vivir para ver.
¿Cómo es posible, y a cambio de qué, ver al expresidente del 4º país de la Unión Europea erigido en defensor y salvaguarda de una de las más abyectas dictaduras del mundo? ¿Acaso será por el oro de la mina? ¿Y los muertos de hambre, qué? ¿Y los encarcelados a la brava, qué? ¿Y las represiones generalizadas, qué? ¿Y los emigrantes a la fuerza, qué? ¿Y hasta cuándo…?