18 mayo, 2024
El engaño es una especie de inmundicia mental. Y las inmundicias huelen mal, aunque solo sea en el aspecto moral y en sentido figurado. El problema es que, con la repetición de actos, nos acostumbramos a no decir la verdad y terminamos cayendo en el lodazal de la mentira, que es la débil frontera hacia el engaño. Los medios actuales de información son especialmente favorables a la difusión de trolas. Intentaremos exponer con brevedad, algunos de los canales donde se cuela, con frecuencia, el engaño. Son, especialmente, sensibles los anuncios por televisión mediante reportajes, más o menos largos, con exhibición de productos en los que prevalece el reclamo basado en precio, tamaño o color. Otros ofrecen mercancías sanitarias, de eficacia curativa dudosa, según el criterio médico generalizado. Nos suena la coletilla del spot ”llame ahora y recíbalo en su casa, por solo diez euros al mes”. Lo que no dice es cuantos meses, no vaya ser que el ciudadano eche cuentas y aborte el pretendido resultado.
La publicidad, sin ser dañina, puede desarrollar efectos psicológicos capaces de llevar al embeleco y causar una venta forzada
Los mensajeros del engaño tienen a su favor la tecla y la pantalla, dos medios poderosos para la divulgación. Los supuestos compradores tienen en su contra, la falta de tiempo y de conocimiento para evaluar la propuesta y no caer en manos del posible vendedor. Detrás del engaño están la insatisfacción y el disgusto. Otras empresas de verdadero delirio son las redes telefónicas y eléctricas, que, además de ser campeonas en contratos difusos te fastidian el tiempo de la siesta, con llamadas insistentes para vehicular un posible enganche. Incluso hay algunas que, al año de firmar un contrato, ya están ofreciendo otro al mismo cliente. ¿Qué hacemos?, colgar. Y no digamos los fraudes propuestos por esos salteadores de los caminos de internet, los hackers. Estos trabajan en la captación de datos. El engaño viene después ¿Qué hacer?, colgar y no dar datos. Vamos a dar una vuelta por otro terreno especialmente proclive al engaño. Es el que pisan las gentes del mundo político. Estos personajes, la más de las veces, no engañan, pero mienten o, por lo menos, inyectan veracidad a su mensaje. Es decir, mentira solapada. Un espécimen raro, por su categoría social y política es nuestro presidente de Gobierno que cuando le arguyen de mentir, dice que él no miente, solo cambia de opinión. La primera vez que cambió de opinión fue cuando accedió a la presidencia, diciendo que no pactaría con quien no solo pactó, sino que tenía el pacto ya firmado. Fue un cambio de opinión muy rentable. Para ellos. Para los que lo acordaron. Para terminar. La mentira es fea, el engaño es siempre una trampa intencionada. Decía mi recordado padre “Este mundo es una trampa”.