5 mayo, 2024
No es cierto que los historiadores sean los profetas que paradójicamente predicen el pasado, porque en sus libros cuentan las cosas de maneras tan distintas que da la impresión de que, en vez de un pasado, hubo muchos. El pecado original del historiador es el anacronismo, que puede ser político, social, o religioso, fingiendo que las religiones, que son históricas porque histórica es la humanidad, han permanecido incólumes.
Anacrónica es la idea de Europa y su historia, que se extendería desde el paleolítico hasta la Unión Europea. Se habla de la Europa prehistórica y en la historia antigua se dice que Grecia era Europa, cuando se enfrentaba al imperio persa; y la ecuación imperio romano = Europa se da como demostrada. Sin embargo nadie habló de Europa, ni como cultura, ni como religión, ni como entidad política, hasta llegar al período de 1517 a 1648, en el que se destruyó la idea de cristiandad, cuando la Paz de Westfalia de 1648 puso fin a la Guerra de los Treinta años. Fue entonces cuando los reyes pasaron a controlar las religiones cristianas, a declararse la guerra por supuestos motivos religiosos, y a acudir a todos los medios, que incluían la tortura y el asesinato judicial para lograr sus propósitos. Esto se podrá ver en la pequeña y gran historia de la pobre Elizabeth Barton (1506-1534), conocida como la santa doncella de Kent, aunque nunca llegaría a ser reconocida como santa.
Nació Elizabeth en Aldington. Nada sabemos de su familia, pero sí que pasó a trabajar como sirvienta en la casa de Thomas Cobb en 1525, siendo Cobb bertonarius o administrador de un manor, una granja de las tierras del Arzobispo de Canterbury. En las actas del juicio que la llevaría a la horca se dice que antes de esto había trabajado en una taberna, lo que ella negó. Y se dijo esto porque una chica que trabajaba como tabernera en esa época pasaba por tener una dudosa reputación. Como chica de origen humilde que era, Elizabeth tenía solo una formación religiosa mínima, similar a la de un catecismo elemental. Sin embargo ya en 1526, a sus veinte años, comenzó a hacer profecías.
«Anacrónica es la idea de Europa y su historia, que se extendería desde el paleolítico hasta la Unión Europea. Se habla de la Europa prehistórica y en la historia antigua se dice que Grecia era Europa, cuando se enfrentaba al imperio persa»
Elizabeth entraba en trance, tras caerse al suelo, tener dificultades para respirar, hasta quedar como muerta, pronunciando sin embargo misteriosas palabras. Se la describe así: «cambiaba de color, se quedaba pálida, sus miembros se agitaban, todo su cuerpo convulsionaba, sus piernas no eran capaces de sostenerla. Y, tras caer al suelo su boca se abría de tal manera que parecía que se le iba a desencajar la mandíbula». Aunque los diagnósticos psiquiátricos retrospectivos son muy arriesgados, los especialistas se inclinan por una epilepsia, conocida como de petit mal, unida a la histeria.
Nuestra adolescente veía lo que le habían enseñado en el catecismo. Pero como las experiencias místicas tenían por entonces un gran prestigio adquirió una cierta influencia, y personajes eclesiásticos y civiles de importancia le dieron un cierto crédito, que nunca sería confirmado por la Iglesia. Se nombró una comisión episcopal, presidida por el Arzobispo de Canterbury – que no asistió a las sesiones – y formada por siete miembros, que dictaminó en 1526 que sus profecías no tenían validez y aconsejó que Elizabeth ingresase como novicia ese mismo año en la abadía benedictina del Santo Sepulcro, a pesar de que sus antecedentes de desequilibrio nervioso obrasen en su contra. Y es que una novicia dotada supuestamente del don de la profecía solía alterar el orden de un convento. Pero como la abadía dependía del propio arzobispo fue aceptada. Y así se cumplió el fatal destino de una chica campesina que quería ser mártir y lo fue, pero como un mero peón en los juegos de la alta política inglesa y del resto de la cristiandad.
Nuestra adolescente veía lo que le habían enseñado en el catecismo. Pero como las experiencias místicas tenían por entonces un gran prestigio adquirió una cierta influencia, y personajes eclesiásticos y civiles de importancia le dieron un cierto crédito, que nunca sería confirmado por la Iglesia.
Lo que hizo Elizabeth fue totalmente lógico para una monja, cuando Henry VIII decidió anular su matrimonio con la reina Catalina de Aragón, para casarse con Anne Boleyn, hija de Thomas Boleyn, cuya esposa había sido, con el consentimiento de su marido, amante del propio Henry, que también había tenido como amante a Mary, la hermana de Anne, conocida como la » gran e infame puta». Mary no era más que una pobre chica arribista, hija de un padre manipulador, atrapada por los deseos sexuales y las intrigas cortesanas de las cortes francesa bajo Francisco I y luego inglesa. Las hermanas Boleyn, como la propia Elizabeth, fueron víctimas a su manera.
El rey Henry se encontró con que algunos cortesanos, como el obispo Wolsey, se opusieron a anular su matrimonio por razones religiosas, ya que Catalina había sido mujer de su hermano Arthur, aunque no llegase a consumar su matrimonio. La Biblia en uno de sus libros consideraba nulo el matrimonio con la viuda del hermano, aunque en otro decía lo contrario. De todos modos, un rey, amante de una mujer y sus dos hijas simultáneamente tampoco podía presumir mucho de virtud. Pero otro arzobispo, Thomas Crammer, William Tyndale, que era un protestante radical, y parte de la corte aceptaron el nuevo matrimonio del rey, al que se opusieron Thomas More, el propio Papa, el sobrino de la reina Catalina, Carlos V, y muchos más.
Elizabeth comienza a profetizar la muerte del rey y el fin reino, y se ve envuelta en una gran intriga, tramada por Hugh Rich y Henry Gold, un fraile y un sacerdote. En ella llegó a relacionarse con personajes de la Corte, aunque la reina Catalina no quiso recibirla, pero sí su hija, la princesa Mary, la condesa de Salisbury, madre de un pretendiente al trono, Lord Montague. La lista es muy larga. Solo citaremos a Thomas More, dos marquesas, el obispo J. Fisher, varios nobles, siete monjas de la abadía de Syon, 7 frailes cartujos, 3 franciscanos, 2 sacerdotes seculares, y varios cortesanos más.
Profetizar la muerte del rey y el fin de su reino se consideraba delito de alta traición, aunque se hiciese por fidelidad al Papa, que era otro agente en este conflicto internacional que llevó a la creación de la Iglesia anglicana, cuya nueva cabeza sería un rey. Por ello parte de los conjurados fueron detenidos, y entre ellos Elizabeth, siendo condenados siguiendo las Institutes of the Laws of Engand, London, 1642, artículo High Treason, aplicándosele a Elizabeth Barton, Edward Bocking, John Dering, Hugh Rich, Richard Risby y Henry Gold, la pena siguiente.
Tras llegar al cadalso arrastrados por un caballo, y ante un público entusiasmado, fueron colgados del cuello, pero descolgados antes de morir, para arrancarles las vísceras en vivo, cortarles el pene e introducírselo en la boca, y luego ser quemados aún vivos.
Tras llegar al cadalso arrastrados por un caballo, y ante un público entusiasmado, fueron colgados del cuello, pero descolgados antes de morir, para arrancarles las vísceras en vivo, cortarles el pene e introducírselo en la boca, y luego ser quemados aún vivos. Luego se les cortó la cabeza, se dividió el cuerpo en cuatro partes, que se cocieron bien para que no se descompusiesen, y junto con la cabeza quedaron exhibidas en distintos puntos de la Londres. Además se les expropiaron sus bienes. Y, si eran laicos, sus hijos pasaron a ser considerados bastardos y sus apellidos malditos. Las mujeres no debían ser decapitadas ni ahorcadas, sino quemadas vivas. Pero Elizabeth tuvo suerte porque fue ahorcada sin más. La misma suerte tuvo Anne Boleyn, decapitada tras ser acusada de alta traición e incesto, y condenada en un juicio amañado por su antiguo amante y marido.
Elizabeth y sus compañeros son conocidos como los «mártires de Henry VIII». Pero la sucesora de ese rey, su hija Mary (Bloody Mary), sembró nuevos mártires en nombre del catolicismo. Lo hicieron también todos los reinos de lo que se llamaba la Cristiandad. Esos reinos, todos cristianos: Portugal, España, Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico, el imperio Austrohúngaro, Suecia, Polonia, el imperio de los Zares y las repúblicas protestantes se masacraron desde 1517 a 1648 en guerras de religión, en las que los mercenarios católicos pasaron a ser protestantes por una paga mejor. Así se acabó con la idea de Cristiandad, pues todos se mataron en nombre del mismo Dios. Como ya no se pudo hablar de Cristiandad se pasó a hablar de Europa, cuna de las naciones que desde entonces siguieron matándose en un batiburrillo de apelaciones a la patria, la civilización, o a ese Dios grabado en el cinturón de los soldados alemanes: Gott mit uns. No sabían ellos que Dios era francés, o inglés, o que Dios era solo de uno de los bandos en la Guerra Civil española, proclamada cruzada en nombre de una Cristiandad desaparecida desde el siglo XVII, cuando la religión fue devorada por la política.