7 abril, 2024
El 18 de julio de 1936 una parte del ejército español inició un golpe de estado, organizado por el general Mola. Un golpe que fracasó debido a la inesperada resistencia de otra parte de ese mismo ejército, de fuerzas de la Guardia Civil y de diferentes organizaciones políticas y sindicales, que pronto consiguieron armar milicias ciudadanas. La coyuntura internacional favorecía en cierto modo ese golpe en una Europa en la que Hitler gobernaba Alemania, Mussolini Italia, y en la que otros países de tradición y gobiernos democráticos, como Francia e Inglaterra, veían con buenos ojos al fascismo italiano y a la política de herr Hitler, porque consideraban que el peligro de expansión de la Revolución rusa, que tenía una clara vocación internacionalista, era para las clases medias y superiores de esas naciones un peligro real. Fue ese contexto lo que explicó la inhibición internacional y el abandono de la República por esos países. Solo la URSS apoyó a la República, porque vio ocasión para expandir su área de influencia.
Según algunos historiadores, Franco, elegido como jefe de los alzados, y su ejército de África – que era el único que tenía capacidad de maniobra – hubiesen podido concluir la guerra si hubiesen avanzado sobre Madrid y no se hubiesen desviado a Toledo. Si no lo hizo, se debió a su incompetencia militar, para algunos autores, o a que quiso prolongar la guerra con el fin de consolidar su poder y el control total del país.
El gobierno republicano consiguió reorganizar su ejército gracias a generales competentes, como el general Miaja, a pesar de tener que convivir con milicias de distintos partidos: comunistas, anarquistas y con las fuerzas enviadas desde el exterior con las Brigadas Internacionales. Hubo intentos de poner fin a la guerra, negociando, por ejemplo, la liberación de José Antonio Primo de Rivera, al que se acusó de ser el organizador del golpe – cosa inverosímil, porque llevaba ya tiempo encarcelado. De hecho fue juzgado por un tribunal de magistrados que vieron que esa causa era inverosímil, razón por la cual fueron sustituidos por un tribunal popular. Ni Franco quería libre a José Antonio, porque era intelectualmente superior a él y le podría hacer sombra políticamente, ni aquellos que en el bando republicano pensaron que una guerra era la ocasión para una revolución. Lo que era erróneo, porque cuando se inicia la guerra se acaba la política, y sus vencedores son los que imponen la política posterior.
Si todas las guerras son horribles, las peores son las guerras civiles, como ya había dicho el historiador griego Tucídides, porque lo que más se odia es lo que se ha amado y el odio más radical de todos es el odio entre semejantes y hermanos. En todas las guerras hay víctimas. En primer lugar están los soldados movilizados por reclutamiento obligatorio, que en nuestro caso combatieron en ambos bandos según el lugar en el que estuviesen viviendo en las fechas inmediatas al golpe. Los soldados en las guerras no son monstruos, en la mayoría de los casos, sino sus víctimas, y verdugos a la vez. Y ese fue el caso de todos aquellos que no se alistaron voluntarios en el ejército regular, en las milicias falangistas, carlistas, o en las de los sindicatos y partidos de izquierda, que hicieron reclutamientos por su cuenta.
«Si todas las guerras son horribles, las peores son las guerras civiles, como ya
había dicho el historiador griego Tucídides, porque lo que más se odia es lo que se ha
amado y el odio más radical de todos es el odio entre semejantes y hermanos. En todas
las guerras hay víctimas».
Junto con los soldados están los civiles, víctimas inocentes casi siempre. Son las mujeres, niños y toda clase de persona muertas en bombardeos, o como consecuencia del hambre, los problemas de salud y de todo tipo que trajo la guerra. Y entre estas víctimas ocupan un lugar especial quienes fueron víctimas de la represión política, ya fuese tras juicios carentes de garantías, o como resultado de crímenes, que ahora y entonces ya eran crímenes, pues el código penal siguió estando en vigor durante la guerra y el franquismo. Y que era además, como casi todo el derecho, era anterior al franquismo.
En la guerra y el franquismo por una parte se aplicaron mal las leyes, se manipuló la justicia de múltiples maneras, con complicidad y negligencia de muchos. Pero no se creó un derecho desde cero, como ocurrió en el nazismo o en la URSS, y es por eso que el franquismo fue un régimen autoritario, pero no totalitario plenamente, tal y como se definen esos regímenes en la ciencia política. Agustín de Foxá, un escritor franquista bastante cínico, definió al franquismo como el fascismo moderado por la incompetencia. Lo que es una forma peculiar de decir esto.
En realidad no es que hubiese incompetencia, pobreza y miseria moral e intelectual en muchos casos. Lo que ocurrió es que el franquismo resucitó la ideología nacional católica, cuyo gran exponente intelectual fue Menéndez y Pelayo. Y junto a esa ideología se mantuvieron el conservadurismo tradicional, «las derechas de toda la vida», los movimientos carlistas, los monárquicos de Alfonso XIII y luego Don Juan y más tarde los movimientos tecnócratas que transformaron la economía y la administración.
«Los soldados en las guerras no son monstruos, en la mayoría de los casos, sino sus víctimas, y verdugos a la vez. Y ese fue el caso de todos aquellos que no se alistaron voluntarios en el ejército regular, en las milicias falangistas, carlistas, o en las de los sindicatos y partidos deizquierda, que hicieron reclutamientos por su cuenta. Junto con los soldados están los civiles, víctimas inocentes casi siempre»
En el franquismo se aplicó la jurisdicción militar, que sirve solo en la guerra, fuera de ese contexto. Y los juicios de tipo político o sindical acabaron centralizados en el TOP (Tribunal de Orden Público), formado por magistrados muy ideologizados, para evitar que los juzgados ordinarios impusiesen muchas veces las penas menores. Fuera de ese ámbito el derecho fue el que ya había, en lo fundamental, un derecho bastante conservador, que convivió con las leyes franquistas del ámbito del «derecho político.
Hace ya 88 años que se inició la guerra civil. En los dos últimos años casi ningún medio recordó el 18 de julio. Quienes han llegado este año a su mayoría de edad han nacido 70 años después del inicio de la guerra civil y por eso no pueden tener memoria de ella, ni del mundo de casi la mitad del siglo XX, que les resulta extraño. Sin embargo se ha organizado una tramoya antifranquista, que nada tiene que ver con los sufrimientos de las víctimas de todo tipo de la guerra y el propio franquismo, en muchos casos. Una tramoya que quiere resucitar un discurso de guerra civil fuera de la realidad, y a la que se apuntan personajes de distinto tipo, que dejan en la sombra a la realidad histórica y el sufrimiento real de sus víctimas -que tendrían que ser sus abuelos, en el mejor de los casos-, y que se creen ingeniosos hablando de cosas como la fachosfera, como si ellos fuesen el nuevo Frente Popular.
Es verdad que el franquismo supuso un grave daño, derivado de la guerra, un gran retroceso en la cultura y el desarrollo económico, que reprimió las lenguas y culturas de buena parte de las personas, que practicó la represión en campos en donde no tenía sentido. Pero el franquismo duró 39 años, y se transformó de filo-fascista en anticomunista pronorteamericano. Pasó de predicar la heroicidad y el sufrimiento por Dios y la patria a querer mostrarse como garante del bienestar y el desarrollo económico, consecuencia de la evolución económica del mundo tras la II Guerra Mundial. Tras esos años el franquismo murió como Franco, con goteros por todas partes.
Tras él quedó vivo en 1975 el sufrimiento de muchas personas en sus vidas y las de sus familiares, y los daños en sus propiedades, así como el de muchos colectivos culturales, nacionales y sociales, que salieron a la luz en lo que fue el gran retorno de todo lo que se había reprimido. Esos fueron las verdaderas víctimas. Y no quienes por su historia familiar no conocieron a ninguna de estas víctimas, o que fueron hijos de familias del régimen, y por eso nunca sufrieron nada de esto en sus propias carnes.
Son los oportunistas de la tramoya antifranquista: los políticos demagogos que quieren manipular los sentimientos de la gente decente, los profesores que solo saben pedir dinero para investigar lo que no vivieron y lo que no son capaces de entender, y que creen que pueden enseñar a sufrir a los que sufren – para lo que necesitan estar bien pagados; y toda clase de personas que necesitan inventarse lo que fue su franquismo imaginario para poder enfrentarse con esos molinos de viento, que son los fantasmas que crean para su beneficio exclusivo, y para poder creerse decentes.