30 junio, 2024
En una sociedad decadente la prudencia es un bien escaso en desuso. La prudencia mesura la conducta, templa el sonido que emite la cuerda, regula la intensidad con la que se agita la víscera, frena la volatilidad inútil, pone bozal al sinsentido, emite silencio en el ruido y adorna de sensatez la manifestación absurda; es una virtud sin reposo; no es exigible ni implantable. Se tiene o no se tiene. Según el crítico teatral, obispo y teólogo inglés Jeremy Collier, famoso por sus ataques a las comedias de los años 1690 en su panfleto Short View of the Immorality and Profaneness of the English Stage, “la prudencia es el ingrediente necesario de todas las virtudes, sin la cual degeneran en locura y exceso”.
El mundo que nos rodea es un mosaico de imprudencias, desde el adoctrinamiento escolar -contrario a la enseñanza neutra que cultiva el pensamiento libre-; la agitación turbia de las conductas juveniles -ajena a lo que debe ser una adolescencia equilibrada-; una universidad endogámica y tóxica -donde el sindicalismo ideológico, la apatía y las luchas intestinas dominan al conocimiento-; el amor descomprometido que se rompe ante la adversidad -antítesis de la caridad comprensiva y tolerante que predicaba San Pablo en su carta a los Corintios-; la vida familiar sobresaltada -donde el refugio del hogar se convierte en caverna de aislamiento-; un entorno laboral crispado e inestable -donde la conflictividad asfixia a la sana convivencia y alimenta la inseguridad-; una política alejada de las necesidades reales -donde la egolatría, el caudillismo, la embriaguez de poder, el aldeanismo nacionalista, la debilidad mental, el belicismo ideológico, la mentira sistemática y la toxicidad sectaria son enemigos cotidianos de lo que un ciudadano normal espera de los representantes que elige y paga-; las conversaciones incandescentes de debates repugnantes -que son la negación del diálogo inteligente-; el basurero de las redes sociales -donde la verdad y la mentira tienen idéntico peso bajo tutela de poderes incontrolables-; la infidelidad de la prensa -prostituida por la política, vendida al mejor postor, de espaldas a la ciudadanía-; una sanidad despersonalizada -donde el paciente es un número colgado a una lista de espera-; y una vejez incierta, insegura, descapitalizada e incapacitante -donde el objetivo común es la fecha de defunción y la fiesta del funeral para los que esperan herencia. Todo muy triste, insensato, imprudente…propio de una sociedad descerebrada, sin GPS.
«El mundo que nos rodea es un mosaico de imprudencias, desde el adoctrinamiento escolar -contrario a la enseñanza neutra que cultiva el pensamiento libre-; la agitación turbia de las conductas juveniles -ajena a lo que debe ser una adolescencia equilibrada-; una universidad endogámica y tóxica -donde el sindicalismo ideológico, la apatía y las luchas intestinas dominan al conocimiento-; el amor descomprometido que se rompe ante la adversidad…»
A los que viven ajenos al abismo social que amenaza a la gente cuando no hay reacción ante los abusos, incongruencias y contradicciones que sirven los camareros de la política nacional en cada desayuno, el polímata francés Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais les clava en la solapa: “Prefiero preocuparme sin necesidad que vivir sin atención”. Así lo refería en El Barbero de Sevilla de 1775. A los que se meten en charcos sin medir las consecuencias, un proverbio de los Ashanti de Ghana les recuerda que “nadie prueba la profundidad de un río con ambos pies”. Otro proverbio inglés lo apuntala: “Si no puedes ver el fondo, no entres”. Un proverbio francés lo remata en el aire: “No intentes volar antes de tener alas”. Y Thomas Fuller lo antropomorfiza en su Worthies of England de 1662: “Si tu corazón te falla, no se te ocurra subir”.
A los que se aprovechan de las injusticias actuales y disfrutan de privilegios que les proporciona la fauna dominante, nuestro sabio Cervantes pone en boca del Quijote: “Es parte de un hombre sabio reservarse el hoy para mañana y no arriesgar todos sus huevos en una sola cesta”. Platón lo interpretaba de forma parecida en Truculentus: “Consideremos al ratoncito, ese animal tan sagaz que nunca confía su vida a un solo agujero”.
A los que se lanzan a la guerra con palos para enfrentarse a bayonetas y cañones, un proverbio birmano les susurra: “Aunque quieras golpear al perro, también debes considerar la cara de su amo”. Y William Blake les suelta uno de sus proverbios de 1790 en The Marriage of Heaven and Hell: “La prudencia es una solterona rica y fea cortejada por la incapacidad”; algo parecido a lo que de forma más elegante quiso decir Cicerón: “Es una verdad demasiado conocida, que la temeridad asiste a la juventud, como la prudencia lo hace a la vejez”. Quizá por ello prudencia y juventud nunca se llevaron demasiado bien.
A los observadores pasivos, que siempre tienen algo que decir y nada que hacer, Lord Chesterfield les aconseja: “No se requiere juicio en todas las ocasiones, pero siempre discreción”. La discreción y la prudencia son hijas de la experiencia y hermanas de leche que siempre flirtean juntas. Un proverbio germano dice: “Un trago de discreción vale más que una libra de sabiduría”. André Maurois, seudónimo de Émile Salomon Wilhelm Herzog, novelista y ensayista francés, le decía a su hija: “La sinceridad es cristal, la discreción es diamante”.
«La prudencia reduce miedos porque va protegida por la fuerza de la coherencia. Dice un proverbio danés: “Actúa de tal manera en el valle que no temas a los que están en el monte”. La prudencia ayuda a aplicar los recursos y a no confundir las funciones. La prudencia ayuda a medir lo que se escucha, lo que se dice y a quien se dice»
A los mojigatos acongojados e inmovilistas que prefieren lo malo conocido que lo bueno por conocer, Charles Caleb Colton les sugiere pragmatismo: “Para comprobar si un recipiente tiene fugas, primero lo probamos con agua antes de confiarle el vino”.
En la primera serie de sus Essays de 1841, Ralph Waldo Emerson decía que “el ojo de la prudencia nunca puede cerrarse”. No hay actividad en la vida que no luzca con el vestido de la prudencia. El ser prudente es útil en cualquier circunstancia y en cualquier lugar. Thomas Hobbes lo explicita en Leviathan, allá por el 1651: “La prudencia es una presunción del futuro, contraída a partir de la experiencia del pasado”. La prudencia reduce miedos porque va protegida por la fuerza de la coherencia. Dice un proverbio danés: “Actúa de tal manera en el valle que no temas a los que están en el monte”. La prudencia ayuda a aplicar los recursos y a no confundir las funciones. Un proverbio húngaro lo rubrica: “El hombre prudente no hace de la cabra su jardinero”.
La prudencia ayuda a medir lo que se escucha, lo que se dice y a quien se dice. Un proverbio italiano así lo aconseja: “No digas todo lo que sabes, no creas todo lo que escuchas, no hagas todo lo que puedas”. Sobre este asunto, William Penn apuntaba en Some Fruits of Solitude en 1693: “Si lo piensas dos veces antes de hablar una vez, hablarás el doble mejor”. Unos 400 años antes, el jeque Sa’dī (Musharrif al-Dīn ibn Muṣlih al-Dīn Shiraz) señalaba en Gulistan: “No reveles todos los secretos que tengas a un amigo, porque no sabes si ese amigo puede convertirse en un enemigo en el futuro; y no hagas todo el daño que puedas hacerle a un enemigo, porque algún día puede convertirse en tu amigo”. Sobre un argumento paralelo, se atribuye a Wilson Mizner y a Jimmy Durante la frase: “Sé amable con la gente en tu camino hacia arriba porque los encontrarás en tu camino hacia abajo”.
“Sé moderado en la prosperidad y prudente en la adversidad. Un proverbio persa refrenda: “El que quiera una rosa debe respetar la espina”. La prudencia contribuye a la seguridad, evita las sorpresas derivadas de la improvisación, crea certidumbres y reduce excesos»
La prudencia te hace previsor. Un proverbio malayo lo refiere así: “Aunque llueva, no tires la regadera”. La prudencia te ayuda a ser tú mismo, a no aparentar lo que no eres y a no meterte donde no te llaman. Otro proverbio malayo recomienda: “No pidas prestado a un nuevo rico; no visites a los recién casados”. En una traducción de Walter Kaufmann del Thus Spoke Zarathustra de Nietzsche, parece que el alemán decía: “El que no es pájaro no debe construir su nido sobre abismos”.
La prudencia ayuda a asfixiar la adversidad. En Lives and Opinions of Eminent Philosophers, Diógenes Laertius atribuye a Periander un consejo del año 585 a.C.: “Sé moderado en la prosperidad y prudente en la adversidad”. Un proverbio persa refrenda: “El que quiera una rosa debe respetar la espina”.
La prudencia contribuye a la seguridad, evita las sorpresas derivadas de la improvisación, crea certidumbres y reduce excesos. En sus Moral Sayings, Publilius Syrus decía: “Es bueno amarrar tu barco con dos anclas”. Por su parte, el polímata suizo francófono Jean-Jacques Rousseau escribía en Discours sur l’économie politique, ensayo publicado como parte de la «Encyclopédie» de Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert en 1755: “Nunca excedas tus derechos, y pronto serán ilimitados”. En la fábula de Le Lion et le Rat, Jean de La Fontaine decía: “Hay que obligar a todos en la medida de sus posibilidades. A menudo uno necesita a alguien más pequeño que uno mismo”.
La prudencia puede ayudarte a dar con el mal menor. Cuando el 18 de diciembre de 1971 le preguntaron en el Guardian Weekly al presidente Lyndon B. Johnson por qué retenía a J. Edgar Hoover como director del FBI, Johnson respondió: “Prefiero tener a ese tipo dentro de mi tienda orinando hacia fuera que fuera de mi tienda orinando hacia dentro”.
La prudencia te hace previsor, ponderado en tus deseos y comedido en tus ambiciones. Un proverbio escocés dice que “es mejor comer pan reseso en tu juventud que en tu vejez”. Ya en el 409 a.C., Sofocles dirimía en Philoctetes: “Si no tienes problemas, estate atento al peligro; y cuando vivas bien, entonces considera más tu vida para que la ruina no te tome por sorpresa”.
“El hombre prudente hace bien a sí mismo; el hombre virtuoso hace bien a los demás”. Seguramente quede alguno capaz de ser prudente en las dos direcciones, sin olvidar -como decía Epicuro- que “es imposible vivir placenteramente sin vivir con prudencia, honorabilidad y justicia»
Sé también prudente con el exceso de prudencia, que puede convertirse en freno a tus aspiraciones. A este respecto, Robert Louis Stevenson dice en Virginibus Puerische: “Tan pronto como la prudencia ha comenzado a crecer en el cerebro, como un hongo funesto, encuentra su primera expresión en una parálisis de los actos generosos”. A esto añade Tehyi Hsieh en Chinese Epigrams Inside Out and Proverbs: “A veces la prudencia te lleva demasiado lejos, hasta bloquear el camino del progreso”. En la misma dirección apuntaba el jurista Lord Edgar Algernon Robert Gascoyne Cecil (vizconde Cecil de Chelwood): “No hay duda de que la prudencia es una cualidad valiosa, pero la prudencia que degenera en timidez rara vez es el camino hacia la seguridad”.
A veces la prudencia colisiona con el destino. Syrus decía: “Donde el destino comete un error, la prudencia humana es inútil”. Voltaire sostenía que “a menudo el prudente, lejos de decidir su destino, sucumbe a él; es el destino el que lo hace prudente”.
La prudencia debe ser un mecanismo de defensa contra ella misma cuando genera pereza, indiferencia y apatía. La activación de ese recurso suicida lo proporciona la experiencia y la madurez a lo largo de la vida. Llevándolo al pensamiento de Terencio en El Eunuco del 161 a.C., podríamos decir que “ningún sabio se pone detrás de un asno cuando da coces”. Quizá el toque más crítico a la prudencia, colocándola por debajo de la virtud, lo puso Voltaire en 1764: “El hombre prudente hace bien a sí mismo; el hombre virtuoso hace bien a los demás”. Seguramente quede alguno capaz de ser prudente en las dos direcciones, sin olvidar -como decía Epicuro– que “es imposible vivir placenteramente sin vivir con prudencia, honorabilidad y justicia; o vivir prudente, honorable y justamente, sin vivir placenteramente”.