26 mayo, 2024
La política es esencial para el funcionamiento de cualquier sociedad moderna, dado que comprende el conjunto de toma de decisiones que afecta a todas las comunidades. A través de la participación política, los individuos y los grupos podemos influir en el curso de nuestro propio destino y contribuir a la consecución de una sociedad más justa y equitativa. La política está presente en todos los aspectos de la vida social, desde la forma en la que se organizan nuestras comunidades hasta el modo en el que interactuamos con el mundo que nos rodea. El proceso político es complejo y dinámico, está vivo, y evoluciona a medida que las sociedades cambian y surgen nuevos desafíos.
A pesar de la bondad intrínseca de la política, con frecuencia la sociedad la identifica como uno de sus mayores problemas y como un agente causante de desasosiego y de importantes alteraciones de la convivencia. A lo largo de la historia, la política ha sido contestada por corrientes de pensamiento anarquista, que reniegan del poder organizado a favor de la autogestión, de la libertad individual y de la responsabilidad personal. La elección entre política y anarquía no es siempre una dicotomía. La realidad es terca y presenta matices y entremezcla ambos conceptos. La búsqueda de modelos de organización social más justos, equitativos y participativos debe guiar la exploración de alternativas innovadoras que combinen propiedades de ambas doctrinas y que eviten la tentación fundamentalista.
«La política está presente en todos los aspectos de la vida social, desde la forma en la que se organizan nuestras comunidades hasta el modo en el que interactuamos con el mundo que nos rodea»
La política, matizada o no con principios anárquicos, se enfrenta a una serie de desafíos en el mundo actual, como la creciente desigualdad social, la corrupción, la apatía política, el auge del populismo, la globalización, el aumento del poder de las redes sociales, el uso de la inteligencia artificial y la demanda de una mayor transparencia y rendición de cuentas. Todos estos retos, y otros más, son solucionables si recordamos que la democracia es un proceso continuo que requiere la participación activa de todos los ciudadanos.
Sin embargo, en el debate político actual, la distinción entre democracia y partidocracia cobra especial relevancia. Si bien se utilizan a menudo como términos equivalentes, en realidad representan dos conceptos con matices diferenciales importantes. En esencia, la democracia es un sistema de gobierno en el que el poder reside en el pueblo y se basa en la soberanía popular, en la participación ciudadana, en elecciones libres y justas, en un Estado de derecho y en la protección de los derechos humanos. A su vez, la partidocracia consiste en un sistema en el que los partidos ejercen un control dominante sobre el proceso político: se caracteriza por la hegemonía de los partidos, un poder concentrado en las élites, debilitamiento de las instituciones, priorización de los intereses partidistas y una considerable limitación de la participación ciudadana. En una democracia, los partidos políticos son herramientas que permiten al pueblo participar en la vida política, mientras que en una partidocracia los partidos políticos se convierten en actores principales del sistema político, con un poder excesivo sobre el pueblo y las instituciones democráticas.
«Los políticos son los personajes que tienen la responsabilidad de tomar decisiones que afectan a la vida de los ciudadanos, por lo que es importante que sean competentes, honestos y responsables.»
La política es el marco, pero los políticos son los personajes que tienen la responsabilidad de tomar decisiones que afectan a la vida de los ciudadanos, por lo que es importante que sean competentes, honestos y responsables. En un sistema democrático, los políticos son elegidos por los ciudadanos para representarlos y defender sus intereses. Esto significa que deben rendir cuentas a sus electores y actuar de acuerdo con la voluntad del pueblo. Sin embargo, en la práctica, los políticos no siempre actúan por el mejor interés de la ciudadanía, sino que persiguen sus propios intereses o los de grupos poderosos. En una partidocracia, como la española, los políticos representan a los intereses de su partido y priorizan la agenda del mismo sobre las necesidades de los elec-tores. En un sistema partidocrático la disidencia es castigable.
Además, se tiende a fortalecer a las élites partidistas, concentrando el poder en un grupo reducido dentro de los partidos, y existe un mayor riesgo de que se produzcan prácticas clientelistas y corruptas. En un parlamento partidocrático, nuestros representantes obedecen las órdenes de los líderes de sus partidos y se limitan a aplaudir a los suyos y a abuchear a los contrarios, como si fueran espectadores de un programa televisivo. Intentar convencer y llegar a acuerdos mediante el intercambio de opiniones y razonamientos es una imagen insólita que muy pocas veces hemos podido contemplar.
«Resultaría conveniente, en este punto, no darle la razón a Groucho Marx cuando afirmaba que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».
El mal funcionamiento de nuestro sistema político no solo es el reflejo de una clase política más próxima a ocasionar problemas de convivencia que a solucionarlos, sino de una sociedad que no prioriza la ética, el trabajo, la responsabilidad y la transparencia; mas bien es benévola y complaciente con la pillería, la trampa y un autoritarismo que favorezca a unos grupos sociales frente a otros.
Defender una democracia participativa y unos políticos que intenten llegar a acuerdos en beneficio del progreso y del bien común no es un problema de ellos, sino de todos. Resultaría conveniente, en este punto, no darle la razón a Groucho Marx cuando afirmaba que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados».