28 abril, 2024
A estas alturas de la grave situación a que Pedro Sánchez ha conducido la política española y el Estado de derecho, culminada con esa disparatada carta a la ciudadanía hecha pública desde “las máquinas del fango” como calificaba Umberto Eco a las redes sociales, no hay ciudadano en este país que no vea en la misiva presidencial otra cosa que una demostración más, acaso la más grotesca y cursi, por infantiloide, de la principal condición de su carácter, el delirio de grandeza que en su caso produce monstruos. Ni Nerón lo hubiera hecho mejor.
Por eso, a veinticuatro horas de que el inquilino deshoje el último de los pétalos de su particular “sí me quedo/no me quedo/sí me quedo” –en cadencia que no diferirá de la apuntada salvo que Pegasus venga con sorpresas-, no importan tanto cuál sea su decisión, sino la nueva y torticera utilización que pretende al interpretar en clave personal esa parodia de adhesiones inquebrantables que ni Franco superaría en sus gloriosas mañanas de las Plaza de Oriente, prietas las filas.
Porque es justamente en la jocosa irrelevancia de un pataleo de niño caprichoso donde habría que situar la nueva ocurrencia sino fuera porque la carta incluía afirmaciones y amenazas que en puridad política no pueden dejarse pasar por alto. Son las concretas alusiones descalificadoras y hasta amenazantes con los partidos de la oposición, con los representantes de la Judicatura y hasta con los medios de comunicación que se dedican a hacer su tarea, informar.
Los años de presidencia de Sánchez están trufados hasta la saciedad de la reiterada manipulación de las instituciones, de tomarse las leyes a chufla promoviendo otras a su personal conveniencia, de la arbitrariedad del castigo con quienes no le son afines y hasta, como se está investigando, de la conculcación de la ley por parte de la Fiscalía en defensa de quien es su mentor. “¿De quién depende la fiscalía, pues eso?”. Incomprensible abnegación, por cierto, de unos funcionarios sumisos ante un jefe que les conducirá, antes que tarde, a esa inefable verdad de que “nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto” que recordaba el título de la premiada película de Díaz Yanes.
Por eso, por esas amenazas no veladas y por el riesgo serio que existe de que en una nueva muestra de megalómana autosuficiencia Sánchez interprete esas multiplicadas adhesiones como una suerte de plebiscito plenipotenciario, era necesario poner pie en pared. Recordar a Sánchez y a la ciudadanía toda que hay, por encima de las veleidades del presidente, un Estado de derecho, una exigencia de explicación sobre las numerosas sombras de sospecha que se ciernen sobre su mandato que es preciso conocer, que la ley no va a supeditarse a sus caprichos de enamoramiento y que, como le recordaba Puigdemont, a la política se llega llorado de casa.
Un recordatorio que correspondía al primer partido de la oposición y que el presidente del PP, Alberto Núñez Feijoo, entendió que debería hacerse desde la seriedad de la situación actual, con la firmeza que obliga exigir cuentas a quien gobierna y desde la legitimidad de una Constitución que, por mucho que se empeñe Sánchez en su conculcación, sigue siendo la obligada norma a cumplir.
Es ésta, luego de los discursos de la investidura frustrada y de la réplica a la de Sánchez, la tercera vez que Feijóo se sitúa en el líder de la oposición que este país necesita. Contando las verdades del barquero sin necesidad de descender al fango. Con tono sereno, con la dosis justa y equilibrada de solemnidad que la situación merecía, sin recurrir a la agresividad verbal y con la mirada y el argumento puestos en el interés de la ciudadanía, tan necesitada de estas demostraciones de rigor y análisis cabal de a dónde quiere conducirnos un presidente tan absorto en su egocentrismo. Tanto, como para que la nueva pataleta narcisista le haya resultado, en lo familiar, la más desafortunada de sus múltiples ocurrencias, condenando a su esposa a la pena del telediario de toda Europa y América. ¡Que ya es tener vista!
Esas máquinas del fango a que Sánchez aludía en su carta, tienen conocido acomodo, como se decía aquí el viernes, en La Moncloa, con inmediata proyección en el Congreso, singularmente en las sesiones de control al Gobierno. Por eso resulta tan frustrante como melancólica esa persistencia del PP en pretender obtener una respuesta mínimamente coherente y argumentada a las preguntas que se formulan cada miércoles. Y por eso también, a juicio de este cronista, Feijóo se haría un favor a sí mismo y se lo haría a este país, huyendo de esas encerronas de los miércoles y dejando que Sánchez se regodee, él solo, en el fango pocilguero que le preparan sus asesores.
La sopesada comparecencia de prensa de Feijóo, tan minuciosamente preparada a lo largo de toda una madrugada, justa, equilibrada y medida incluso en la admisión del par de preguntas, debe marcar el camino de futuro al líder de la oposición, ahí donde brilla en plenitud de político cabal, y salirse de una vez de la emponzoñada trifulca con quien tiene como único objetivo –declarado en sede parlamentaria- levantar muros, dividir a los españoles.