De José Luis Villar Palasí a Román Rodríguez González

El valenciano José Luis Villar Palasí (1922-2012) fue uno de los ministros más recordados, admirados y liberales del franquismo. De él se contaron cosas tan admirables como que era una especie de fénix de los ingenios, reencarnación de Leonardo da Vinci, una personalidad inigualable dotada de múltiples dimensiones desde la prodigiosa memoria hasta sus asombrosas facultades tanto en el plano intelectual como en el culto al deporte. Un ser excepcional en todos los aspectos.

Catedrático de Derecho Administrativo en la universidad madrileña, destacaba por su sensatez, una erudición fascinante, mentalidad joven y un insuperable y asombroso afán de transmitir el conocimiento. Puso en el mercado de su época un tomo de casi 800 páginas, en tapa roja, base de su acción política, que era y fue hasta su fallecimiento la Educación Permanente.

Esta obsesiva misión abrió las puertas a mayores de 25 años para acceder a estudios universitarios pese a no haber superado el bachillerato ni las obligatorias pruebas de selectividad. Un giro copernicano que generó polémicas y rechazos en el profesorado pero que permitió en época de sequía de títulos acceder a muchos al sueño de estudiar una carrera.

Los cuatro pilares que marcaron su vida antes y después de los años finales de la dictadura fueron, según propia definición, la bondad, sencillez, afabilidad y generosidad. Ministro de Educación (1968-73), dominaba una docena de idiomas y hablaba correctamente el japonés y el chino; practicaba, además, deportes orientales que le permitieron llegar a los 90 años en muy buen estado de forma. Falleció en mayo de 2012 y dejó tras de sí un ejemplo inigualable.

Sin  establecer comparaciones, que no se sostendrían por el espacio temporal, y cuando en plena democracia, cincuenta años después, el franquismo no solo pasó de moda sino que ni siquiera hay más que unos cuantos rescoldos, en Galicia tenemos nuestro Villar Palasí particular encarnado en el actual conselleiro de Educación, Ciencia, Universidades y Formación Profesional, Román Rodríguez González.

Coincide con el exministro franquista en los cuatro pilares (bondad, sencillez, afabilidad y generosidad) y en su dimensión ceñida a nuestra tierra, también fue un número uno en otras cuestiones. La principal: su indiscutible eficacia y solvencia al frente de un ente vital para el país, que es la educación. El Premio de la Crítica en Galicia por su trabajo ‘De aldeas a cidades’ le hizo justicia.

Formado en la Universidad de Santiago, se licenció en  Geografía e Historia con Premio Extraordinario; fue profesor en la Universidad de León y posteriormente en la compostelana; se incorporó a la Consellería de Cultura, Educación y Orientación Universitaria en 2015; con el paso del tiempo asumió nuevas responsabilidades, entre ellas las de Formación Profesional, hasta su destino más reciente que no difiere mucho de los anteriores.

Al frente de los distintos planes de enseñanza destacó, y destaca, por su capacidad para el diálogo, esmerada selección de sus colaboradores directos, mano izquierda, entrega al cargo y sentidiño, muy apreciado por los dos presidentes gallegos que le otorgaron su confianza: Feijóo y Rueda.

Y así llegamos a nuestros días: comienza un nuevo curso con total normalidad, nada menos que en más de 1.500 centros, el 70% de titularidad pública, con recursos para una mejora permanente, con más profesores que nunca, aulas adaptadas a la baja natalidad, más de 300.000 alumnos a quienes preparar para el futuro y casi 32.000 profesores/as y especialistas de apoyo para atender a los más necesitados. No decimos un mundo feliz, porque no es el caso, pero se aproxima.

Bien, don Román. Bien. Feliz curso, y no cambie.