3 abril, 2024
Más larga o más corta -eventualidad en la que aun no teniéndolo todo en su mano sí puede incidir decisivamente con su comportamiento- en la próxima semana se inicia la era Rueda al frente de la Xunta de Galicia, una vez amortizada con paralizante placidez, todo hay que decirlo, la etapa de provisionalidad de un año y tres meses que le tocó cubrir como presidente –se diría que en funciones- cuando Núñez Feijóo dio el salto a Madrid.
Los 40 diputados obtenidos el 18 F, que lo sitúan en medio de esa tabla que va de los 43 escaños de Fraga en el año 1983 a los sólo 37 en 2005, también de Fraga y que marcan el suelo del PP en Galicia, son fruto en una parte nada desdeñable de la bien engrasada maquinaria partidista de los populares en Galicia. Acaso, con otra parte importante aportada por el propio candidato en una campaña que, para ser del PP, esta vez no se contaminó de los habituales nerviosismos y salidas de pata de banco de última hora, como pasó en las Generales. Algo van aprendiendo. Es más, un tercer componente de ese éxito tuvo que ver con la lógica preocupación de una parte del electorado de centro derecha al ver la alternativa que se presentaba a Rueda, con el cantado ascenso del nacionalismo independentista y la autoexclusión de la batalla por parte del PSOE –sin PSdeG-.
Zanjado el importante trámite electoral y sea cual fuere el relativo peso de cada uno de los tres factores, el contador se pone a cero para el candidato Alfonso Rueda, que el día 13 tomará posesión de su cargo en razón de la mayoría absoluta conseguida por su formación.
Y es aquí, justamente, donde dos indicativos serán reveladores de lo que espera a Galicia en, al menos, los próximos cuatro años. El diagnóstico que haga desde la tribuna sobre el estado de la situación de esta Comunidad Autónoma, con sus fortalezas y debilidades, y por dónde piensa encaminar el candidato las siempre reclamadas promesas de progreso.
Una intervención que, lejos de lo protocolaria que se podría suponer dada la certeza de su elección, tiene capital importancia para todos los sectores productivos, demasiado cansados de ver los vaivenes y zozobras de sus administraciones públicas y que tanto influyen a la hora de acometer procesos empresariales e inversores.
Tiene este cronista la impresión de que, aun siendo tan trascendente, sus asesores le aconsejen –y redacten- un discurso de aliño, como para salir del paso, para apoyarse en las políticas que el PP ha venido practicando en estos largos años de Feijóo, y que toda esperanza de un ilusionante futuro se ciña a un conformista más de lo mismo. De ser así, se equivocaría sobremanera. Como también si, en concordancia con la política que se vine haciendo, basa su mandato en esa suerte de regalía incontrolada de subvenciones –injustificadas y discriminatorias- que no hacen sino actuar como freno de las políticas emprendedoras.
Lleva este juntaletras demasiado tiempo aguardando que algún político de raza, luego de Fraga aún en sus equivocaciones y de Beiras en sus encendidas contestaciones, haga desde el discurso de investidura –o de réplica- un diseño de país, un diagrama que apoyándose en las potencialidades de esta tierra programe un desarrollo de futuro ajeno a la improvisación, al salto de mata que los distintos grupos de presión, cual eficaces muñidores, logran de parte del poder y casi siempre a costa de un pueblo adocenado en su conformismo. En suma, saber qué es Galicia actualmente más allá de la obsesiva cuantificación de turistas-peregrinos, de la
eucaliptización que se nos viene encima, de la hipermegalómana y obsesionada devoción al cambio climático o de la sumisión más cobarde en la reivindicación de nuestras infraestructuras esenciales que, remedando al poeta que se nos fue, se resumen en su “onde todo é por vir e non chega”.
De modo que lo que se escuche en el pazo del Hórreo, más el día nueve en el discurso del candidato que el 11 en el turno de réplicas y contrarréplicas, será capital para saber si queda una brizna de aire fresco con que saludar esperanzado la legislatura.
Queda, luego, el otro indicativo no menor de la formación de Gobierno, de saber si se opta por rodearse de los mejores o se claudica ante medianías –excepciones hechas de Sanidad y Educación como lo digno de salvarse- con los hándicaps que suponen el pago de los favores prestados, la compensación y equilibrio territorial y, aún, nuevas servidumbres que se sospechan y sobre las que ya se están cruzando apuestas y que determinarían, no precisamente para bien, la legitimidad ética y moral de un Gobierno.
Pero esto queda para otro día.