30 junio, 2024
En el año 1994, pudimos demostrar que la fiebre, incluso moderada, influía de modo muy negativo en la evolución de los pacientes con lesiones cerebrales. Este efecto se evidenció en un incremento de la mortalidad y de las secuelas neurológicas: los pacientes con temperaturas corporales por encima de 37,5 ºC presentaban una mortalidad ocho veces superior y unas secuelas cinco veces más incapacitantes que las de quienes registraban temperaturas inferiores. Esta relación dependía directamente de la intensidad de la fiebre. Posteriormente, y de forma experimental, comprobamos que el aumento de la temperatura corporal incrementaba las lesiones cerebrales, mientras que la disminución hasta los 33 ºC se asociaba a un menor tamaño lesional y a una mejor evolución. Las nuevas tecnologías de espectroscopia por resonancia magnética también demostraron que las lesiones cerebrales que crecían más lo hacían bajo la influencia de temperaturas cerebrales más elevadas, justo en su periferia. Todo ello acompañado de niveles elevados de neurotransmisores cerebrales (las sustancias químicas que transmiten señales entre las neuronas) con efectos deletéreos para el funcionamiento del sistema nervioso.
Este conocimiento se aplicó, bajo los estrictos controles de los ensayos clínicos, a los pacientes. En los niños más pequeños, con las fontanelas abiertas, la colocación de cascos para inducir frío es ya una práctica habitual, eficaz y segura. En los adultos, con cráneos soldados y más gruesos, este método no resulta útil, por lo que cabe inducir una disminución de la temperatura corporal hasta los 32-33 ºC, un procedimiento muy molesto para el paciente. Si bien es eficaz, no es seguro, ya que se acompaña de un gran número de posibles complicaciones, algunas de ellas graves. En este contexto, seguimos pendientes del desarrollo de las investigaciones de físicos y farmacólogos para obtener métodos con los que enfriar el cerebro de forma eficaz y segura.
«Los pacientes con temperaturas corporales por encima de 37,5 ºC presentaban una mortalidad ocho veces superior y unas secuelas cinco veces más incapacitantes que las de quienes registraban temperaturas inferiores»
La relación entre el aumento de la temperatura corporal y el funcionamiento irregular del cerebro añade más preocupación a los efectos adversos del cambio climático. El cerebro humano precisa de una temperatura estable de 37 ºC, un poco más elevada en la corteza que en la sustancia blanca. Este estricto control térmico lo realiza el hipotálamo, región cerebral que está conectada a los termorreguladores de la piel y envía señales a diferentes partes del cuerpo para ajustar la producción y pérdida de calor según sea necesario. El calor corporal puede afectar a la producción y liberación de neurotransmisores en el cerebro, con el consiguiente impacto en el estado de ánimo, en el comportamiento y en la función cognitiva. Uno de ellos, el glutamato, es conocido por su capacidad de alterar la función cerebral, de dañar las neuronas y, en ocasiones, de conducir a la muerte celular y a otras disfunciones neurológicas.
Todas estas alteraciones se producen debido a cambios bruscos de la temperatura; pero ¿qué sucede ante cambios lentos y mantenidos en el tiempo? La Organización Mundial de la Salud advirtió de que el cambio climático, además de representar un riesgo para el planeta, supone un peligro para la salud mental al provocar el desarrollo de trastornos como el malestar emocional, la ansiedad, la depresión o la aparición de conductas suicidas. En los últimos años, se han publicado informes que asocian las olas de calor con las enfermedades mentales, con los crímenes y suicidios, e incluso con el incremento de los enfrentamientos entre la población recluida en penales.
«La Organización Mundial de la Salud advirtió de que el cambio climático, además de representar un riesgo para el planeta, supone un peligro para la salud mental al provocar el desarrollo de trastornos como el malestar emocional, la ansiedad, la depresión o la aparición de conductas suicidas»
Resulta de gran interés el trabajo de J. M. Stibel, científico del Museo de Historia Natural de California, publicado en Brain, Behavior and Evolution en 2023. Stibel evaluó 298 especímenes humanos de los últimos cincuenta mil años, junto a registros naturales de temperatura, humedad y precipitaciones globales, para entender el impacto de los cambios ambientales en el sistema nervioso y en el comportamiento humano. Los resultados mostraron que a medida que las temperaturas van en aumento, el tamaño medio del cerebro va disminuyendo progresivamente. Por ejemplo, se reveló que el tamaño del cerebro humano se redujo en un 10,7 % durante el Holoceno, cuando se produjeron temperaturas muy altas.
Las glaciaciones provocaron cambios drásticos en el planeta, los cuales ocasionaron una reestructuración de los ecosistemas; sin embargo, el efecto sobre la población humana parece que fue positivo, ya que propició migraciones y adaptaciones evolutivas que favorecieron el desarrollo tecnológico y social. Las glaciaciones tuvieron un impacto duradero en la configuración del planeta y en la evolución de la vida. Ahora bien, el aumento actual de la temperatura está ocurriendo a un ritmo mucho más acelerado, lo que genera preocupación por las consecuencias a corto plazo para la habitabilidad del planeta.
«Es imprescindible que comprendamos las relaciones complejas entre la temperatura y la vida, para poder evaluar los impactos del cambio climático y tomar medidas colectivas con las que proteger la biodiversidad y los ecosistemas»
Con la excepción de algunos primos, preferiblemente desinformados a malintencionados, ya no se pone en duda el cambio climático. A pesar de las evidencias, cada vez más concluyentes, seguimos mirando hacia otro lado. Preferimos creer que los únicos responsables del desastre que se avecina son los gobiernos y las conferencias internacionales sobre el clima, y no asumimos que limitar nuestros desplazamientos, o disminuir ligeramente la calefacción, o reducir el consumo de ciertos productos, puede mitigar el problema.
Es imprescindible que comprendamos las relaciones complejas entre la temperatura y la vida, para poder evaluar los impactos del cambio climático y tomar medidas colectivas con las que proteger la biodiversidad y los ecosistemas. Pero, desde una perspectiva más egoísta, es fundamental comprender el impacto del cambio climático en el tamaño del cerebro y, en última instancia, en el comportamiento de las personas.