16 junio, 2024
Echemos una mirada alrededor, a vuelapluma, como si pudiésemos recortar el mundo que observamos e introducirlo de puñado en puñado en una coctelera. En esa panorámica distinguimos políticos que prometen luchar por la justicia social y en cuanto tienen ocasión se corrompen; empresarios que explotan a los trabajadores mientras predican la importancia del bienestar laboral; medios de comunicación que defienden la libertad de prensa y en paralelo manipulan tendenciosamente la información; un sistema judicial que aboga por su independencia mientras se somete interesadamente al poder político; o una persona anónima que de verdad lamenta el drama de la pobreza y asimismo gira la cabeza cuando se le antepone en la calle. Estas pasan por ser algunas muestras del cinismo social que nos coloniza, agita e identifica.
«Que la máxima autoridad de la Iglesia católica, institución que dice defender la igualdad entre personas, atribuya a las mujeres el vicio del cotilleo y recomiende impedir a los homosexuales el acceso al sacerdocio, es un ejemplo de cinismo social particularmente significativo, por cuanto tiene de doloroso y no solo para los creyentes.»
Que la máxima autoridad de la Iglesia católica, institución que dice defender la igualdad entre personas, atribuya a las mujeres el vicio del cotilleo y recomiende impedir a los homosexuales el acceso al sacerdocio, es un ejemplo de cinismo social particularmente significativo, por cuanto tiene de doloroso y no solo para los creyentes. Impedir a los homosexuales el ejercicio eclesiástico no deja de ser un brindis al sol, dado que si no se utiliza el secreto de confesión y el interesado vela por su privacidad, no existe ningún marcador que nos informe de la orientación sexual de cada uno. Por otro lado, se supone que quienes deciden ejercer el sagrado ministerio abrazan el celibato, independientemente de su orientación, porque es una renuncia que se hace por fe y vocación. Aunque no debería existir una castidad distinta para heterosexuales y homosexuales, ya sabemos que «baile señor cura, baile, que Deus todo llo perdoa». Sin embargo, esta visión rancia de la castidad está dando paso a un concepto más amplio que abarca el uso responsable y ético de la sexualidad, independientemente de la orientación sexual. Este nuevo paradigma se centra en el consentimiento, el respeto mutuo y la expresión sexual dentro de una relación comprometida. Si la Iglesia hubiera aplicado algo tan sencillo, podría haber evitado un incalculable sufrimiento. Y, con respecto a las mujeres, tampoco existe diferencia alguna en la afición al chismorreo de unos y otras, y la afirmación contraria solo es producto del sesgo de los estereotipos de género.
«Una sociedad honesta se basa en la confianza, la justicia y la transparencia, pero no es una condición estática, ya que se construye y se erosiona constantemente a través de las acciones de las personas, de las instituciones y del Estado.»
Todas estas evidencias de cinismo estructural generan experiencias negativas con las instituciones, favorecen la apatía social y justifican la aparición de comportamientos antisociales. Pese a ello, más que resignarse, a la ciudadanía responsable le corresponde la promoción de valores como la empatía, la solidaridad y el altruismo, el apoyo de iniciativas que promuevan la justicia social y la igualdad y la lucha contra la corrupción y el abuso de poder.
Una sociedad honesta se basa en la confianza, la justicia y la transparencia, pero no es una condición estática, ya que se construye y se erosiona constantemente a través de las acciones de las personas, de las instituciones y del Estado. En la actualidad, la población no confía ni en los medios de comunicación, ni en las instituciones políticas, ni en el sistema judicial, ni en las diferentes religiones. En el ejercicio del poder, los ciudadanos percibimos falta de transparencia, incoherencia, incompetencia, parcialidad e injusticia. La falta de confianza, la polarización política y social y la desigualdad favorecen el individualismo y dificultan que se recupere la credibilidad y la coherencia social.
En general, las sociedades modernas valoran la honestidad y la franqueza. Se espera que las personas digan lo que piensan, especialmente en situaciones importantes o cuando se solicita la opinión propia. Pero la honestidad debe articularse con inteligencia y, en ocasiones, hacer voto de silencio no constituye la expresión de una mentira. La defensa de la verdad absoluta es un contrasentido, porque esa presunta verdad no existe y se corre el riesgo de incurrir en fundamentalismos. Las verdades de uno no siempre coinciden con las del otro, e incluso las verdades personales pueden cambiar con el paso del tiempo y las circunstancias. El hecho de expresar la verdad propia, con respeto a la de los otros, evita ataques personales y ayuda a solucionar los problemas de convivencia. Y, sobre todo, evita causarlos.
«Despreciar las normas de comportamiento, ser indiferente ante las injusticias y desarrollar un progresivo comportamiento egoísta y desinteresado por el bienestar de los demás, solo puede desembocar en un escenario de sangre, sudor y lágrimas.»
La coherencia social implica que los miembros de una sociedad compartan valores, normas, objetivos e intereses, y que exista una cierta armonía y consenso en la forma en la que interactúan y cooperan entre sí. Esta deseable coherencia favorece la integración, promueve la paz y la seguridad, facilita el desarrollo económico y social, refuerza la democracia y la participación ciudadana y mejora la calidad de vida. La percepción de esta coherencia en nuestro medio es negativa y tiende a empeorar. Es por ello por lo que apremia desdeñar la idea de que es un problema de los demás y apostar por el esfuerzo colectivo para reparar esta situación. Mantener una persistente crítica mordaz hacia las instituciones, despreciar las normas de comportamiento, ser indiferente ante las injusticias y desarrollar un progresivo comportamiento egoísta y desinteresado por el bienestar de los demás, solo puede desembocar en un escenario de sangre, sudor y lágrimas. Y, como podrá apreciarse, la participación del sudor es la más incierta de todas.