22 abril, 2024
Puede que sea una falta de respeto abuchear, en público, a tu propio presidente. Mucho más grave, si se mezclan insultos, en el peor grado de calificación del improperio. Pero fue lo que pasó. Y el presidente puso gesto mohíno. ¿Qué esperaba? Aquello no era un mitin, donde solo suenan los aplausos. De todos modos, los insultos sobran. No hay que justificarlos, pero hay que entenderlos. El pueblo, cuando sale a dar una vuelta el presidente, aprovecha la ocasión para cantar al susodicho las verdades del barquero.
Hay muchas cosas que explicar y la gente que tiene una tribuna de adoquines, en la calle, lanza al viento sus proclamas mezclando interrogantes con admiraciones para saber por dónde caminan los presupuestos y otras cosas que son del comer y del vestir. Lo que pasa es que, a veces, los españolitos de a pie nos quedamos con la parte gruesa del discurso y nos fijamos en si suena bien o mal al oído o si se ha utilizado buena cantidad de zasca para humillar al adversario o si funciona bien la clá . Esto ocurre mucho en el terreno político, sobre todo en estos tiempos en que la formación escasea y abunda la falta de elegancia discursiva.
Está de moda la ocurrencia parlamentaria y la frase hecha que es lindeza y, a un tiempo, agravio para un público al que tratan de borrego. Y el público que paga, aunque no para estas cosas, aplaude, cuando el suyo hace leña en el contrario, aumenta decibelios y maneja, con habilidad, el chascarrillo. La gresca es de naturaleza popular y la mala educación también y el fuego prende mejor, en la hoja seca del otoño, que en la acuosa verdura primaveral. De ahí que, entre el vocerío que lanza al viento sus poderes, la protesta callejera, salgan a relucir escabrosas simbiosis de quienes no alcanzan a distinguir entre abucheos e insultos.
Ahora bien, como dicen los ontólogos, “no hay efecto sin causa”. Y aquí hay muchos efectos y muchas causas. Muchas evidencias indeseables que no hace falta demostrar, tales como el capricho, la acritud, el gesto provocador, la sonrisita burlona, el cinismo, el embuste y la soberbia. Esto, por citar algunas. El cuadro es feo, de necesidad y se pasa de frenada. No celebramos este modo de hacer las cosas. Solamente tratamos de explicar por qué algunas no nos gustan, aunque haya libertad para ejecutarlas. Ponemos el cierre con un par de adagios, fruto de la sabiduría popular. “No las hagas, no las temas.” “Siembra viento y recogerás tempestades”. Cada uno que asuma la parte que le toca.