6 abril, 2024
Napoleón Bonaparte (1769-1821), el emperador que dejó profunda huella, símbolo de la grandeza de Francia incluso con sonoros fracasos, sentenció hace más de dos siglos que cuando China despertase el mundo temblaría. Su profecía se cumplió. El periodista tuvo ocasión de comprobarlo durante un viaje inolvidable que comenzó en Hong Kong y finalizó en la provincia de Wenzhou, al borde del Pacífico. Por el camino, Shanghai, Xián (patria del más famoso ejército de terracota del mundo), Pingyao, ciudad amurallada Patrimonio de la Humanidad, y Pekín, con su mítica Plaza Roja, la Ciudad Prohibida y la asombrosa e inacabable Muralla China. Miles y miles de kilómetros en una maratón inolvidable, en marzo de 2007, al amparo de un empresario excepcional: Carlos Pérez Padrón, que desde la cercana Caldas de Reyes se convirtió en una especie de Cristóbal Colón del siglo XX.
El político francés Alain Peyrefitte, ministro de Justicia y riguroso narrador, reconocía ese pronóstico en los años setenta cuando elaboró un documentado tratado que todavía hoy continúa vigente. Con 1.412 miles de millones de habitantes, a escasos cinco mil de India, que ejerce la supremacía demográfica en nuestro planeta, los chinos tienen un poderío asombroso que contrasta con quienes de niños, a instancias de los sacerdotes escolapios, postulábamos por nuestros pueblos pidiendo “una limosna para los pobres chinitos”.
Bajo los auspicios de nuestro anfitrión, el periodista coincidió en la capital del imperio con Vicent Sanclemente, que ejercía la corresponsalía de TVE en ese inmenso país. Sus crónicas superan el paso del tiempo y son materia documental fiable. Su mujer, impresionada por tanta miseria, creó una ONG para facilitar a padres españoles la adopción de hijos cuyos familiares delinquían. Tal era el castigo a los recién nacidos que penaban por el delito de sus progenitores. Increíble pero cierto. En otro encuentro, celebrado en la sede del consulado español en Shanghai, metrópoli de casi 20 millones de habitantes, el responsable Alejandro Alvargonzález y su esposa, que por cierto ejercía el periodismo, ofrecieron una cena servida por cuatro colaboradores al estilo colonial, sin faltar un detalle. Esa noche se abordó por vez primera el poderío chino visto por un diplomático español. Opinó que: “Jerarcas del régimen, con los que me reúno, creen que en unos 25 años China será la primera potencia del mundo”. Buen olfato.
Jornada inolvidable fue la vivida en Wenzhou, minúscula provincia china en la que el empresario gallego acotó su territorio. Allí estaba programada una cena de singular relevancia. Los anfitriones eran jefes políticos de una pequeña parte del territorio, solo diez millones de habitantes. Al frente, el parlamentario de más rango. El menú se componía de una decena de platos diversos, que se elegían a voluntad de los comensales en una plataforma rodante sobre la mesa redonda. El vino, abundante y similar a nuestro Rioja, animaba el ambiente. Al grito imperativo de cualquier comensal ¡Cambei!, traducible por ¡Bebamos!, todo el contenido de la copa debería ser ingerido. Bajo los efluvios del alcohol se puso sobre el tapete la cercana superioridad china en el mundo, y el periodista preguntó, ¿Cómo piensan conseguir esa supremacía? La respuesta del líder fue instantánea: “Porque seremos muchos menos funcionarios y habrá muchos más empresarios”.
La cena remató de madrugada, y levantarnos temprano al día siguiente mereció la pena. A las siete en punto, el empresario gallego que proporcionaba trabajo a casi un millar de chinos cumplió el ritual de cada mañana antes de incorporarse al trabajo. Con la plana mayor ante la fachada principal de la factoría, firmes, en actitud castrense y respetuoso silencio, se izaron tres banderas: la china, la española y la gallega. Al periodista se le puso la piel de gallina… y lloró en silencio.
(Un gallego bueno y generoso, Carlos Pérez Padrón, que honró a nuestra tierra al otro lado del mundo, falleció muy joven a causa de un infarto fulminante que le sobrevino cuando gestionaba inversiones en el país azteca. Su recuerdo permanece. Su ejemplo y su obra también).