9 abril, 2024
Más allá de los resultados de audiencia que brinde la televisión autonómica y que en todo caso reflejarían la cercanía o lejanía que la ciudadanía tiene respeto de quienes la representan, el discurso, ayer, del candidato Alfonso Rueda desde la tribuna del Hórreo para solicitar el apoyo a su nominación como presidente de todos los gallegos tenía el valor añadido de que, en tanto que el primero libre de tutelas, permitiría al candidato ofrecer una visión personal y sin ataduras de su proyecto para Galicia en los próximos cuatro años.
Pero, lo decíamos aquí la semana pasada, los tiempos de los Fraga, Beiras o Camilo Nogueira quedan ya lejanos en el tiempo como para que los políticos de ahora puedan seguir su ejemplo a la hora de ofrecer una visión coherente y armónica de lo que –desde lo cultural a lo económico, desde la productividad de sus riquezas autóctonas a lo social- cada uno de ellos, en su caso, tenía de por dónde debía de caminar Galicia.
Por eso el de ayer, más que un discurso de proclamación de intenciones de futuro, no pasó de ser un a modo de debate del estado de la Autonomía en el que el relatorio y la autocomplacencia de lo conseguido hasta ahora marcanel camino de continuidad que se quiere seguir. Una enumeración con la pretensión de abarcarlo todo, siquiera fuese desde la mera enunciación, que podría concluirse en un “café para todos, paga la Xunta”.
En todo el discurso, apenas se escucharon un par de referencias a la ordenación del territorio, una referida a lo forestal, para la ordenación del monte, y la otra a las infraestructuras viarias, sin que esa promesa de puertas abiertas a nuevos inversores y generadores de empleo mereciera una mínima referencia a qué sectores productivos en concreto, con qué prioridades, en que zonas específicas del territorio o desde qué directrices y preferencias de la Comunidad Autónoma a la hora de su potenciación. De nuevo el café para todos, moros o cristianos y caigan donde caigan.
Por eso sonó a mera disculpa la encendida defensa de los técnicos “independientes” de la Xunta a la hora de redactar los informes de impacto ambiental, quizá porque en la ciudadanía anida desde hace tiempo la bien ganadasombra de la sospecha, del mismo modo que hay el convencimiento que en la oposición nacionalista permanece inamovible una actitud de cerrazón hacia todo lo que atente contra esa imagen bucólica de una Galicia atrasada y complacida en su far niente. Y de ahí no saldrán, sean molinos, minas, fábricas o conserveras.
El candidato planteó la necesidad de un pacto por la industria y la energía y no es compromiso baladí si desde él se logra que tanto explotaciones mineras, como la atención que merece el sector del metal o como palas eólicas dejen de ser la piedra arrojadiza que se tiran unos a otros con más intención que rigor, con más visceralidad que raciocinio. Y si la Justicia ayuda, claro, que no es el caso.
Las escasas palabras dedicadas al sector primario no pasaron de una declaración inconcreta de intenciones desde, en el rural, la archirrepetida referencia por la calidad, ahora que el conselleiro desistió de robárselo al departamento específico, mientras que la alusión al sector pesquero se quedó en la necesidad de modernización de la flota. una protesta por el reparto de cuotas y una esperanzada, ésta sí, apuesta por incrementar las ayudas a la I+D del sector. ¿Y la acuicultura como posibilidad de futuro ante unos recursos naturales cada vez más escasos?
Con los conselleiros en forzado primer tiempo de saludo, evidenciando con la seriedad de su rostro la inquietud sobre su posible continuidad, el discurso dedicó buena parte de su tiempo a magnificar el país subvencionado en el que nos estamos convirtiendo, con la lectura de las notas que, departamento por departamento, le fueron sugeridas sobre los repartos tan anacrónicos como injustificados, tan insolidarios como infectos de burocracia. Incluso esa promesa de la gratuidad de matrícula para universitarios que superen las materias no es sino un nuevo y descontrolado despilfarro –como lo fue el abaratamiento de las matrículas- si carecen de elementos correctores que limiten el café para todos y, eso sí, garanticen a la vez que ningún alumno dejará de estudiar por falta de recursos económicos. Sonó, sin embargo, a jocosa la referencia al buen entendimiento Xunta-Universidades incapaz de calmar las permanentes demandas de mayor atención inversora por parte de los rectores.
Burocracia, he ahí la palabra. He ahí el mal que ejerce tal fuerza coercitiva que es capaz de provocar la renuncia o desistimiento a buena parte de las ayudas o reclamaciones por parte de la ciudadanía para no verse inserta en esa maraña imposible de superar. Pues bien, las referencias del candidato apenas pasaron de una breve alusión a la reducción de papeleo en el rural y en el acceso a la carrera docente y la agrupación de las ayudas ahora dispersas para los emprendedores. Por el contrario, sí se jaleó el crecimiento del funcionariado. Ni siquiera los pequeños reajustes que se hacen en algunos departamentos tiene como finalidad hacer más efectiva la relación Administración-ciudadano. Saludemos en todo caso la exigua referencia al turismo que por primera vez se contempla “sin obsesionarnos na cifra”. ¡Albricias!
En resumen, tras lo escuchado ayer en el Hórreo hay la sensación creciente de encaminarnos más hacia el populismo del papá-Estado subvencionador de la pobreza antes que encauzar la acción política por los derroteros de responsabilidad y exigencia de sacrificio colectivo, de modo que más que ciudadanos subvencionados tengamos ciudadanos autosuficientes en sus economías y condiciones de vida.