15 junio, 2024
Seis en punto de la tarde, cielo nublado, viento del norte, 16 grados de temperatura ambiente, el agua del Atlántico que baña la Ría de Noia y Muros a 14,8 grados. Una decena de jóvenes juegan a la petanca en la playa bien abrigados. De repente emerge la figura de un varón, se desviste y en bañador camina despacio hacia el agua; se sumerge, bracea y minutos después, con la parsimonia en la que entró, vuelve a la arena, da un paseo, se deja fotografiar y cuenta lo bien que se siente tras el reparador baño en agua semi helada.
Es el único bañista en una tarde fría en la playa de Coira, urbana, que se extiende casi un kilómetro en Portosín. A esas horas, con sol espléndido y en fin de semana, podría estar abarrotada de bañistas; dadas las circunstancias, sólo un héroe es capaz de soportar experiencia de tal calibre.
Al fondo, en paralelo al paseo marítimo, todo está lleno de bloques de viviendas; en verano son cientos o más de mil los visitantes que las ocupan. Tal como estaba el tiempo, sólo fueron testigos de esta singular audacia su mujer María Luisa y cuatro vecinos y amigos de Santiago, uno de los cuales ejerce la medicina en la capital gallega. Los cinco aplaudieron al héroe de la jornada que es José Luna, de 73 años, técnico jubilado de la multinacional Siemens. Hace una treintena de años se le diagnosticó un cáncer, que superó, y desde entonces le saca infinítamente más partido a la vida.
Ahora es un gallego de adopción, con residencia en Portosín, frente al mar. En conversación con Diario de Santiago, y parodiando la conocida expresión del pensador Virgilio hace más de dos mil años sobre Roma, afirmó «qué felices serían los gallegos si supieran que son felices».
Su mujer y sus cuatro amigos en la terraza de una romántica vivienda unipersonal, color azul intenso, única que sobrevive frente a los grandes bloques del entorno, aplaudían encantados.