Parejas de tango en la feria de Nueva Pompeya
23 junio, 2024
Los primeros arribados eligieron la zona sur de la provincia, por ser los barrios obreros de Barracas al Sud (actualmente Avellaneda), Lanús, Temperley y Quilmes mucho más económicos para alquilar que en la zona central de la Capital Federal. Los gallegos fueron radicándose en esas zonas suburbanas para luego desplazarse diariamente hacia sus tareas laborales en el centro de la ciudad: el proceso de ascenso social en varias ocasiones les permitía abandonar los conventillos donde vivían hacinados y son numerosos los casos donde a partir de la compra en cuotas de lotes o terrenos, lentamente comenzaban a construir su primera casa propia de este lado del océano.
En sus comienzos el tango era bailado entre hombres
Pero no todos tuvieron la misma fortuna y aunque muchos no se animaban a contarlo públicamente, la vida del obrero gallego tan lejos de su tierra era muy sacrificada y sufrida: trabajaban en promedio 14 horas por día y los magros salarios hacían cuesta arriba el tan ansiado progreso. Además de lamentar el desarraigo, los emigrantes tenían que competir por los puestos de trabajo contra los “tanos” y por supuesto los “compadritos” criollos, que consideraban tener prioridad por haber nacido en esta tierra.
Afortunadamente con el paso de los años, para principios del siglo XX y ya con una red de asociaciones españolas instaladas que brindaban contención a los recién llegados, el esfuerzo comenzó a dar sus frutos cuando los emigrantes se inclinaron hacia el rubro gastronómico y progresivamente los bares y restaurantes fueron quedando en manos de los nacidos en la tierra de Rosalía. Además ampliaron la cadena solidaria generando trabajo entre sus compatriotas: si el dueño del bar era gallego, sus empleados también lo serían y de esa manera también atraían clientes españoles. Esta relación fraternal comenzó a generar mejores condiciones de vida para los integrantes de la comunidad pero también algunos efectos colaterales producto de tener unos pesos de más en el bolsillo.
Tras las largas jornadas laborales, sobre todo en los barrios de Monserrat, San Telmo, Parque Patricios y Nueva Pompeya las reuniones en los bares gradualmente se fueron alargando hasta la madrugada entre comidas, charlas, juegos de mesa y alcohol. Vale aclarar que aunque la inmensa mayoría estaba abocada incansablemente a obtener mejores oportunidades y lograr sus objetivos de progreso, las noches gallegas eran populares en el Buenos Aires de antaño y aún más cuando la relación con los “tanos” pasó de gran rivalidad a convertirse en complicidad, tras décadas de compartir los conventillos hermanados en su condición obrera.
Carlos Gardel, máximo referente del tango
La población llegada de Europa, mayormente masculina, además de divertirse en bares y casinos clandestinos, frecuentaba asiduamente los burdeles y cabarets de la zona. En esos barrios pobres se formaban largas colas para ingresar a los prostíbulos y en la espera los morenos, aunque eran pocos en el país, se destacaban bailando candombe. Y una noche a la que nadie podría ponerle fecha, los compadritos empezaron a imitar sus movimientos combinándolos con los de sus antepasados gauchos y comenzó una nueva danza: el tango.
Estos prostíbulos eran llamados “piringundines” y según el autor de A emigración galega no tango riopratense Manual Suárez, tal denominación surgió de un gallego. «Hacia 1873 había en la boca del Riachuelo, en el puerto de Buenos Aires, un caseto de madera donde se vendía pescado frito. Lo más probable es que un emigrante llamado José Pérez Gundín adquiriera el negocio. Los boliches fueron un sector comercial con fuerte presencia gallega. Luego, el bar cogió fama por los bailes y, sin un letrero, fue identificado con los apellidos del propietario», dice en el excelente libro. De esta manera, el bar de Pérez Gundín posiblemente haya sido uno de los burdeles más conocidos de la zona portuaria: de hecho la palabra “piringundín” sigue siendo utilizada hasta la fecha para nombrar a los cabarets clandestinos o de poca monta.
Volviendo al origen del tango, al principio era cosa de hombres y se bailaba entre ellos hasta que en 1917 aparecieron las primeras letras para acompañar la melodía: nacía el tango-canción, que primero tenía letras improvisadas y comicas, similares a las de una parodia teatral y luego fueron mutando del grotesco y la parodia hasta convertirse en profundas reflexiones sobre el amor y la dura vida diaria. Rápidamente se extendió a todas las clases sociales, llegó a los salones y romerías gallegas y logró que las mujeres se animaran a empezar a bailarlo, siendo parte esencial del desarrollo de la danza gracias a sus sensuales movimientos.
Y entre las inolvidables muñeiras, los gallegos le hicieron lugar en sus corazones al tango, destacándose tanto en letras como en su composición musical. Por ejemplo Eduardo Soto Calvo, que nacido en Padrón en 1891, fue un hombre de la noche y siendo gerente del Café Paulista en la avenida Rivadavia se inclinó por la composición musical y escribió letras para canciones que fueron grabadas por el mismísimo Carlos Gardel. También es el autor de Ramonciño, el primer tango escrito y cantado íntegramente en gallego, que en cuyos versos dice “Airiños, airiños, aires, airiños de miña terra. Son como os de Buenos Aires o corazón queda nela.” En otro de sus famosos tangos, el título lo dice todo: “Corazón gallego”, dedicado a la Colectividad Gallega de Buenos Aires y al resto de su país de origen. Además compuso infinidad de letras con muletillas, estribillos o fragmentos en su idioma natal.
La evolución del tango se afianzó con la poderosa impronta de sus letras, que reflejaban la vida cotidiana de los más humildes. Y como fiel relato de la comunión tanguera entre inmigrantes, Armando Tagini, hijo de italianos, escribió uno de los más bellos tangos en honor a Fermín, su mejor amigo. El tema se llama simplemente “Un gallego” y narra su historia de amor y vida a 10.000 kilómetros de su Santiago natal: “América fue la tierra que él soñó conquistar con su labor.. Y un día de otoño en Buenos Aires desembarcó. El rubio metal, bella ilusión, llenaba de fe todo su ser. Lo vieron pasar, rumbo al taller, la lluvia invernal… el día de sol. Los ojazos de una criolla, que con frecuencia le vieron, en el gaita produjeron la llama de la pasión. Y un puro amor nació con gran frenesí y más de un día le oí, con mucho amor, cantar así: Terruño que quedó detrás del ancho mar, ansío contemplar tu suelo encantador. Pero aquí soy tan feliz, el ancla echada está, mi vida se alza aquí. Ayer llegaste aquí buscando fortuna sin tardar. vos fuiste romántico y no supiste ahorrar jamás. A vos no te importa pobre ser, que gran capital tenés de amor… un hijo argentino Dios te dió”.
La lista de los aportes gallegos al crecimiento, desarrollo y difusión podría ampliarse entre otros con los recordados Victor Soliño, José Vázquez Vigo y José Alonso Trelles, pero esta historia de conventillos y emigrantes no podría cerrarse sin el tango que Manuel Barros escribió para homenajear a su padre (nacido en Barro, Pontevedra) apenas dos meses luego de que falleciera. La canción se llama “Papá gallego” e indudablemente su letra representa como ninguna otra la morriña en el tango de Buenos Aires: “Hombre anónimo para la muchedumbre, hormiga laboriosa que no rompió estructura pero dejó en mi alma la costumbre de vivir sin mordaza ni ataduras. Papá gallego de los años duros, Manuel de nombre, cinchador sin asco. Toda tu vida retomó el silencio cuando el destino te llamó a descanso. Papá gallego que dejó en la olla las cinco guita que le dio el trabajo y no tuvo tiempo de aprender siquiera a escribir su nombre con sus propias manos. Vos que supiste de lo llovido, desde que el mundo a caminar se ha dado, de las sopas amargas y el zurcido que tras del pantalón hemos llevado. Que supiste de la feria, la balanza, de lo sucio y lo vil de los mercados. Y supiste reír frente a mi infancia, acaso, acaso por lo mucho que has llorado. Sabes también papá, que un niño triste, hoy peregrino de cabellos canos, lleva tu recuerdo en su camino y pasea contigo de la mano.”