19 junio, 2024
Se cumplen hoy 10 años del acceso al Trono de España del único hijo varón de los reyes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia. El 19 de junio de 2014 pasó a la historia como el primer traspaso real en el siglo XXI de la monarquía instaurada tras la muerte del dictador Franco y el advenimiento de la democracia. La ascensión de Felipe VI a la Corona puso fin a los 39 años de reinado de su padre y se celebró con pompa y boato en una solemne ceremonia en el Palacio Real. Dos semanas antes, el gallego Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno, adelantó a los asombrados españoles que el soberano había tomado la decisión de abdicar, cierto que forzado por una sucesión preocupante de escándalos que hacían peligrar la esencia de su reinado.
España entera conmemora el ascenso al trono de nuestro monarca, y Madrid, capital del reino, se viste de gala para celebrar por todo lo alto el 10º aniversario de un hito infrecuente. En contraposición, al repasar los acontecimientos de nuestros días tenemos la impresión de que todo se desmorona. Son tiempos de profunda división política, inestables, tensos, de polarización extrema, con las instituciones hilvanadas o medio cosidas con alfileres. Los poderes del Estado parecen haberse vuelto locos, enfrascados en una guerra, por ahora incruenta, en la que todos están contra todos, no hay tregua y los pilares del Estado se vienen abajo. Los valores en los que se sustentaba nuestra Constitución se resquebrajan.
Véanse sino los dispares criterios en la Fiscalía, en los que son necesarios el voto de calidad y el de una polémica fiscal politizada para sacar adelante lo que algunos consideran un monumental escándalo sobre el procés. Analicen la solidez mental y profesional de quienes pasan del insulto soez a la más burda de las manipulaciones, con tal de mantenerse en sus poltronas. Asistimos a luchas intestinas en la Justicia, las retóricas populistas para aferrarse al cargo, los instintos sectarios, la banalización y frivolidad de una casta política que está bajo mínimos en la escala social. Y como telón de fondo, las peores mentiras que son las de quienes niegan sin rubor que mienten.
Frente a tan desolador panorama, emerge la figura de Felipe VI, una especie de ente superior, nada discutible salvo por minorías, que está muy por encima y al margen de la confrontación partidaria. Ahí está, el rey, frente a la superficialidad y el encono, argumentando con prudencia, animando a practicar la concordia antes que el odio, practicando la transparencia en sus actos y cuentas, poniendo orden en el caos catalán, ejerciendo como fiel de la balanza, exhortando a la sana convivencia, respetando todas las facciones, siendo ejemplar en su conducta privada… incluso renunciando a la herencia de su padre para predicar con el ejemplo, el buen ejemplo.
Hay muchas más luces que sombras en su reinado, incluso frente a quienes ejerciendo funciones de gobierno no le profesan el respeto debido. Un rey con más genética materna que paterna, que hereda de su madre la «profesionalidad» y la grandeza de su origen, digna heredera de sus ancestros. La vinculación de Felipe VI a Galicia está fuera de duda. No en vano eligió a un gallego, el lucense Jaime Alfonsín Alfonso, abogado del Estado y persona de una extraordinaria brillantez y discreción, para ejercer la jefatura de la Secretaría del Príncipe, primero, y tras el acceso al Trono elevarlo a la jefatura de su Casa en La Zarzuela, hasta febrero de este año. Tres décadas fecundas de trabajo eficiente en la sombra, que se prolongarán en el tiempo como consejero privado.
La presencia del jefe del Estado en Galicia está en la memoria cercana de los gallegos. Salvo excepciones, legítimas en una sociedad plural, es inapelable la admiración, el cariño y la cercanía con la que los gallegos recibimos a Su Majestad. Se le respeta y se le quiere porque él se hace respetar y querer. Disfrute pues, Señor, de su 10º Aniversario. Cumpla muchos más. Comparta con otros peregrinos el Camino de Santiago para abrazar al Apóstol Santiago. Por encima del bien y el mal, en este valle de lágrimas, casi nadie está; pero haciendo honor a la verdad, Don Felipe VI se aproxima mucho. Y cada día más.