7 abril, 2024
Soy hijo de la emigración, un damnificado por esta lacra pese a que toda mi vida viví y trabajé en el interior de Galicia. Mis seis hermanos, cinco mujeres y un varón, ante la falta de oportunidades abandonaron nuestra tierra en busca de un futuro mejor. Su destino, Londres, Suiza, Francia y Cataluña. Antes, cuatro tías jóvenes hermanas de mi padre embarcaron en Vigo para “hacer las américas” en Buenos Aires. Mi madre, que enviudó a los 52 años, y sobrevivió a su marido algo más de treinta, también trabajó en Londres hasta afincarse en Barcelona cerca de varios hijos.
Recuerdo a mi padre con fervor, por su bondad y espíritu de sacrificio. Falleció a temprana edad quemado por el trabajo duro y dos cajetillas de tabaco que fumaba cada día. Nuestra ignorancia sobre el veneno de la nicotina era absoluta en los años de penuria y hambre que sucedieron a la posguerra, y la esperanza de vida hace una treintena de años era infinitamente peor que hoy. Estos episodios personales, carentes de interés informativo, tienen mucho que ver con las reflexiones de un hombre clarividente publicadas ayer en El Mundo. El autor es Jordi Canal, natural de Olot (Gerona), historiador y profesor en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales en París, que pone el dedo en la llaga sobre Cataluña.
Afirma que Junts y ERC necesitan humillar al Estado y han encontrado un Pedro Sánchez dispuesto a cargarse la igualdad; que la amnistía servirá para calmar la superficie pero no para atajar ninguno de los problemas de fondo; que la historia que se explica en los colegios es inventada, nada ocurrió como se cuenta; que el Gobierno no puede olvidar que la mitad de los catalanes no quiere la independencia, y que se incumple la ley. La lengua en la que educan a los niños catalanes contiene una visión claramente nacionalista. Al margen de este bien fundamentado relato en boca de una persona de acreditado prestigio, el empirismo de cada día viene a corroborar el hecho de que la colonia gallega, y otras en más medida, sufren las consecuencias de lo que semeja un racismo incipiente.
¿Y todo lo anterior, a qué viene a cuento? Al catastrófico cambio que el nacionalismo catalán, con ramalazos fundamentalistas, está llevando a cabo con intensidad creciente en los últimos años. En este territorio, también en Euskadi, se expande el fantasma de las dos Españas. El ejemplo es muy claro en la familia de este periodista. Lo resume de manera gráfica uno de mis hermanos: “Nuestra madre se llevaba muy bien con sus vecinas catalanas. Habían creado un numeroso grupo de compañeras entrañables que realizaban viajes todos los años. Algunos subvencionadas por el Inserso; otros no.
Muchos desplazamientos eran por la zona levantina, pero también por Galicia. Organizaban cenas de confraternidad, asistían juntas a tertulias, disfrutaban con espectáculos y formaban pandillas estupendas de jubiladas felices. Hoy, los hijos de las amigas de nuestra madre si nos ven en el vecindario caminar por la misma acera cruzan la calle para no encontrarse con nosotros”. Un giro de 180 grados tan radical en solo una generación es un delicado síntoma que no augura nada bueno. De ahí la crispación que nos estremece. No resulta difícil llegar a la conclusión de que algo huele mal… también en Cataluña.