31 marzo, 2024
José Ramón Gómez Besteiro ejercía como presidente de la Diputación de Lugo hasta que cesó en su cargo en el año 2015. Fue procesado por una magistrada de triste recuerdo y se vio obligado a abandonar, también, la Secretaría Xeral de PSDG. Siete años después fue totalmente liberado de culpa, absuelto del más mínimo delito. Rehabilitado inmediatamente por el partido y pese al inmerecido descalabro político en las elecciones gallegas, encara su futuro con ilusión tras los pasados comicios, forma parte del Congreso de los Diputados y continúa su actividad pública bajo el viejo lema to begin, begin. Planta cara a la vida e intenta volver al comienzo de la obra perdida.
El recordatorio viene a cuento porque establece un cierto paralelismo con lo ocurrido recientemente -salvando las distancias- a la futura reina de los ingleses, Catalina Middelton. Cómo todo el mundo sabe, desaparecida de escena hace meses por enfermedad y sobre la que llovieron despiadadas conjeturas entre las que figuraban, presuntos y después claramente desmentidos episodios de infidelidades del Principe Guillermo, algún día llamado a ejercer como Rey de la Monarquía más grande del mundo, y otras inmundicias millones de veces multiplicadas en redes y medios de los cinco continentes.
La respuesta del lucense López Besteiro cuando un amigo le felicitó tras la sentencia firme de los tribunales exonherándole de toda culpa: «¿y quién me restituye siete años de mi vida, perdidos por una denuncia falsa? ¿quién me compensa del dolor causado a mi familia a lo largo de jornadas interminables de amargura? ¿quién me devuelve las miradas de reojo de vecinos, compañeros y amigos cuyo ánimo flojeaba tras el procesamiento?.
Parecidos interrogantes se podrían plantear los futuros monarcas del Reino Unido y sus tres hijos. La princesa Catalina se convirtió, tras su mensaje ante las cámaras, directo, emotivo, sincero, en una heroína tras ser demonizada, vapuleada, menospreciada y arrastrada por la bazofia de las redes y las fake news, implacables tras esparcir bulos a cada cual peor por su hoy entendible silencio. Fue tal el ruido mediático, tan escandaloso y despreciable, que llegamos a la conclusión de que viene a cuento el lema del Prestige «¡¡Basta ya!!». Declaramos la guerra a muerte contra la maledicencia y el implacable descuartizamiento mediático incontrolado al que fue sometida y ojalá nos sirva de ejemplo para no repetir en el futuro.