27 junio, 2024
Por decirlo en román paladino y que se entienda a las claras. Un diario digital español citando fuentes de Esquerra Republicana de Cataluña –y no desmentidas por La Moncloa- informa que el presidente Pedro Sánchez promete a la formación independentista “recolocar a sus altos cargos del Govern si facilita la investidura del candidato socialista Salvador Illa”.
Eso sí, pagados con pólvora del rey, es decir de los contribuyentes, que ya decía la vicepresidenta Carmen Calvo que el dinero público no es de nadie. En este caso, y de aceptar la indecente propuesta sanchista, ese dinero provendría del pago de nóminas que van de los 50.000 a los 160.000 euros anuales en cargos que no exigen dedicación exclusiva y que se concretan en puestos de representatividad en consejos de empresas participadas por la SEPI o consejos de dirección de empresas públicas, como Correos, Paradores, Enagás, Senasa y un largo etcétera. Todo porque “hay un par o tres de personas cuya recompensa ya está amortizada y se podrían cambiar”.
Es más, según el citado diario que cita ahora fuentes cercanas al presidente, aunque la oferta se verbalizó en las últimas semanas, la promesa arranca ya desde 2020. Después de un nuevo cambio de opinión de Sánchez, que dos años antes de llegar a La Moncloa prometió en entrevista televisiva el fin de las puertas giratorias, “hay que cerrarlas”.
Pero fue tomar posesión y empezar a abrir todas esas puertas para colocar a amigos en empresas de tan importante calado como Correos, cuya gestión lleva, desde entonces, camino de la bancarrota.
Como se constata, una práctica que viene de viejo y de la que el PNV ha sido tradicionalmente el mayor beneficiado con esa calculada ambigüedad de jugar a dos manos, según sople el temporal, hasta la debacle actual por tanto ejercicio saltimbanqui. Tenían, en todo caso, aquellas viejas prácticas la pretendida decencia de usarse como pago de favores recibidos, de méritos prestados que siempre se podían disimular en favor del interés público, pero sin entrar, como ahora, en la puja directa de la compra de voluntades, programas y compromisos con el votante a cambio de las bíblicas trece monedas de plata.
En todo caso, el siempre eficaz veredicto del tiempo dirá si la propuesta, no desmentida, es cierta. Y, más que eso, como en todo proceso de corrupción que implica a cuantos participan, si los recepcionistas de la promesa miden su actuación por idéntico grado de corruptela.
¿Realmente están haciendo los partidos políticos esfuerzos por dignificar su tarea o, antes al contrario, siguen alimentando a diario esa cloaca de inmundicias en que la han convertido? ¿Es esa la fórmula más eficaz de buscar la empatía de la ciudadanía con sus representantes públicos? ¿En tan poca estima se tiene a los usuarios como para encargar la gestión de empresas públicas de servicios a cualquier inepto? ¿Qué nuevo espectáculo, elevando su categoría en el despropósito, nos espera tras esta transacción de votos por dinero?