14 mayo, 2024
La sociedad Scholar GPS es un referente internacional que en el plano académico goza de singular prestigio. Se trata de una herramienta que a través de evaluaciones continuas logra conocer el nivel científico de los investigadores en todo el mundo. Permite localizar documentos, libros, tesis, revistas especializadas, fuentes fiables y otras publicaciones. Su trabajo valora el prestigio asociado al universo de expertos de mayor cualificación y citarlo urbi et orbe. Pues bien, un cambadés de lujo, el Dr. Ramón Cacabelos -colaborador de Diario de Santiago- acaba de ser nombrado «Número uno del mundo en Farmacogenómica durante los últimos 5 años y el quinto mejor del planeta en medio siglo». Impone. Le entrevistamos en su cuartel general situado a escasos kilómetros de A Coruña.
— Se licenció en Oviedo, doctoró en la USC, especializó en la Universidad de Osaka (Japón) y logró la primera cátedra de Medicina Genómica de Europa, además de publicar más de medio centenar de libros y escribir miles de artículos. ¿Cómo se puede hacer tanto en tan pocos años?
Organizando bien el tiempo, jerarquizando prioridades, no dejándote distraer por el ruido que te rodea, durmiendo lo justo (con la conciencia tranquila), viviendo en armonía contigo mismo, renunciando a las muchas trivialidades a las que la vida cotidiana te invita, estudiando y manteniéndote al día de los progresos científicos, viviendo con humildad y austeridad, y teniendo paz en casa, gracias a una familia que entiende lo que haces, que acepta las renuncias a las que la sometes diariamente, y que es la piedra angular de tu estabilidad emocional.
— La Farmacogenómica es el estudio del modo en que los genes de una persona afectan la manera en que responden a los medicamentos. Se usa para elegir el mejor fármaco y la dosis más adecuada. ¿Funciona?
De todos los cambios revolucionarios que nos ha permitido implantar la Medicina Genómica, la Farmacogenética es uno de los más importantes, junto con el entendimiento molecular de la patogenia (las causas primarias de la enfermedad) y el diagnóstico precoz. Estas 3 áreas son los pilares de la medicina: etiopatogenia, diagnóstico y tratamiento. En cuanto a la patogenia, hasta ahora no se conocían ni un 10% de los mecanismos moleculares responsables del 80% de las principales causas de morbimortalidad, como son los problemas de corazón, cabeza y cáncer. Los avances en la última década han sido espectaculares. Esto ha permitido crear biomarcadores diagnósticos, basados en la genómica y la epigenética, con los que poder hacer diagnósticos presintomáticos, años antes de que la enfermedad dé síntomas; y ambas cosas han impulsado también el desarrollo de la farmacogenética, que es la personalización del tratamiento farmacológico basado en el perfil genómico de cada persona. Todo el mundo sabe que un mismo fármaco no funciona igual en todos los pacientes. La experiencia clínica diaria enseña que la eficacia de la mayoría de los medicamentos no rebasa el 30% en gran parte de las enfermedades; y la eficacia y seguridad, así como la farmacocinética y la farmacodinámica, de los medicamentos depende en más de un 90% del perfil genómico de cada persona. Conociendo ese perfil farmacogenético hoy es posible optimizar el uso de fármacos y reducir toxicidad y el gasto farmacéutico.
— Usted es uno de los científicos españoles con mayor reconocimiento internacional en enfermedades del sistema nervioso central, envejecimiento y demencia, ¿Cómo se lleva esta responsabilidad? ¿Cuál es su mejor recuerdo y lo más complicado de su trabajo?
A pesar de los grandes avances de los últimos 50 años, el cerebro sigue siendo el órgano más complejo y enigmático; asimismo, las enfermedades del cerebro representan el 10-15% de la morbimortalidad en los países desarrollados, con el agravante de que los trastornos neuropsiquiátricos, además de la discapacidad personal que generan, minan la dignidad humana y afectan al entorno sociofamiliar del paciente. Por otro lado, a medida que envejecemos la probabilidad de que nuestro cerebro sufra daños aumenta progresivamente, tal como muestra la epidemiología de los trastornos cerebrovasculares y la demencia. Mi preocupación profesional siempre ha sido buscar la forma de proteger al cerebro, desde la infancia a la vejez, para optimizar su función y reducir las consecuencias que puede tener el heredar genes defectuosos que puedan causar un trastorno cerebral o aquellos factores medioambientales (alimentación, toxicidad, estrés, etc.) que en cerebros genéticamente vulnerables puedan abocar a una disfunción cerebral, desde un fracaso escolar a un trastorno neuropsiquiátrico o a un proceso neurodegenerativo senil. Todo esto es muy complicado y requiere un ordenamiento metodológico exquisito. He tenido la suerte de disfrutar de buenos maestros, especialmente en Japón y Estados Unidos, que entendieron mi planteamiento para abordar estos temas y ello me permitió in aportando nuevas ideas para mejorar el funcionamiento cerebral y dedicar los últimos 30 años a buscar soluciones contra la degeneración cerebral.
— Pertenece a más de medio centenar de comités científicos mundiales y asesora a entidades gubernamentales en países de varios continentes. ¿Cómo lo ha logrado?
Simplemente aportando nuevas ideas. Son los comités científicos internacionales y los gobiernos los que te buscan una vez que comprueban que puedes serles útil para los fines que persiguen.
— La Tarjeta Farmacogenética inventada por usted es pionera en el planeta y contribuye a frenar enfermedades neurodegenerativas y personalizar el tratamiento farmacológico en multitud de dolencias. ¿Cómo se le ocurrió?
Siempre he entendido que el abordaje de cada enfermedad debe hacerse de forma personalizada, pues no hay dos seres humanos iguales. El conocimiento del Genoma Humano nos permitió acercarnos a la enfermedad basándonos en la estructura genómica individual; luego progresamos en el entendimiento de la genómica funcional y la epigenética, para ver cómo se expresaban los genes, cómo se alteraba su función y cómo esas alteraciones eran responsables de más del 80% de las enfermedades prevalentes. Una vez que identificas el defecto genético tienes que buscar la forma de corregirlo, generalmente con fármacos u otros procedimientos, como silenciamiento genético, edición por CRIPR, etc. Para ello teníamos que buscar un modelo que nos permitiese lograr la forma de obtener los mejores resultados terapéuticos con los fármacos disponibles, evitando efectos secundarios y aprovechando al máximo las propiedades limitadas de cada fármaco.
Cuando tomamos un medicamento, esa sustancia química concreta interacciona con, al menos, 5 categorías de genes: (1) genes patogénicos, aquellos cuyo defecto causa la enfermedad; (2) genes mecanísticos, aquellos que codifican proteínas, enzimas y mensajeros químicos responsables del mecanismo de acción del fármaco; (3) genes metabólicos, que codifican las enzimas hepáticas que metabolizan y permiten la eliminación correcta de fármacos; (4) genes transportadores, aquellos que codifican las proteínas transportadoras que permiten que un fármaco alcance la diana terapéutica que queremos tratar (por ejemplo, un tumor o un problema cerebral, que requiere que el fármaco atraviese la barrera hematoencefálica); y (5) genes pleiotrópicos, miles de genes que se activan o desactivan cuando un agente extraño penetra en nuestro organismo.
La primera Tarjeta Farmacogenética que diseñamos allá por el 2005, integraba todos estos genes y nos permitía saber cómo los fármacos principales interactuaban con el genoma. Actualmente, hemos incorporado modelos bioinformáticos inteligentes y hemos convertido aquella tarjeta original en un dispositivo digital que cualquier persona puede llevar en su teléfono móvil o instalarlo en su ordenador para cuando un médico le prescribe un medicamento saber si es adecuado o no. Este dispositivo, llamado Mylogy, permite al médico saber qué medicamento debe prescribir a cada paciente en función de su perfil farmacogenético; y a cualquier persona que consume fármacos saber si el fármaco que está tomando es adecuado o no. Con ello optimizamos su uso de forma personalizada, reducimos efectos secundarios, eliminamos más de 30% de costes innecesarios relacionados con la ineficacia o toxicidad de la mayoría de los más de 1000 fármacos aprobados por la FDA en USA o la EMA en la UE.
— Se enfrenta con armas y bagajes a dos de lo las enfermedades más temibles en la vejez: el Alzheimer y el Parkinson, y tiene en su haber fórmulas patentadas, incluso en Estados Unidos. ¿Hay esperanza de erradicarlas o suavizar sus efectos?
El Alzheimer y el Parkinson son las dos enfermedades neurodegenerativas más importantes en nuestra sociedad. Lo que la población debe saber es que, aunque estas enfermedades se manifiestan en la vida adulta y en la vejez, en realidad están destruyendo el cerebro desde que deja de madurar alrededor de los 30 años. Por lo tanto, tenemos más de 3 décadas para interceptar el proceso neurodegenerativo asociado a múltiples defectos genómicos que hacen a una persona vulnerable a padecer Alzheimer o Parkinson. Si los medicamentos convencionales no funcionan es porque cuando aparecen los síntomas ya han muerto miles de millones de neuronas y no hay ningún fármaco que resucite neuronas muertas. La única forma de controlar a una enfermedad neurodegenerativa es evitando que mueran las neuronas. Esto es lo que venimos persiguiendo en los últimos 20 años. Nuestro trabajo se ha centrado fundamentalmente en identificar a la población de riesgo, especialmente aquellas familias con antecedentes, tipificar el riesgo genético mediante un rastreo genómico e implantando tratamientos profilácticos, con fármacos y bioproductos ya disponibles, o buscando nuevos tratamientos, como vacunas o bioproductos neurotróficos que protejan a las neuronas frente al proceso de muerte prematura al que están condenadas.
— Un ser humano adulto tiene, según estimaciones científicas, unos 30 billones de células; y dentro de cada célula existen miles de millones de moléculas, que a su vez forman millones de combinaciones. ¿Qué hace para profundizar en ese universo inacabable?
Es obvio que hoy necesitamos un alto poder de computación para entender cómo funcionan los más de 20.000 genes que integran nuestro genoma, cómo influyen los fármacos sobre él y sobre las células, y cómo los millones de factores medioambientales, a través de la interacción genoma-entorno, contribuyen a la enfermedad o a la preservación la salud. Aparte de la alta tecnología informática, en términos de hardware, hoy empezamos a contar con la Inteligencia Artificial para integrar toda esta información y luego poder interpretarla.
— Vivimos en un mundo casi irreal en el que la Inteligencia Artificial está cambiando ya nuestra forma de vida. En su profesión se cree que permitirá acelerar largos experimentos que pueden ahorrar miles de años de trabajo. ¿Qué opina?
Sin duda. En ello estamos. De hecho, Mylogy, nuestro sistema bioinformático inteligente es un claro ejemplo de la aplicación de IA a la Farmacogenómica.
— ¿Se logrará controlar esa máquina casi perfecta que es el cerebro humano con la ayuda de la IA, ahora que la tecnología aplicada a los males cerebrales resuelve en segundos lo que antes eran años de trabajo experimental?
La IA debe aprender del cerebro, no al revés. La IA ayudará a entender muchas funciones cerebrales que hoy son un enigma, pero no creo que ninguna modalidad de IA pueda superar la complejidad, capacidad y sutileza del cerebro. No hay que olvidar que el cerebro es el órgano más sofisticado de la evolución. Por encima de él no hay nada. La IA es un simple producto metodológico del cerebro humano instruido a los ordenadores mediante las ciencias de la computación. El cerebro piensa, razona, crea, tiene emociones y sentimientos; hasta ahora, la IA obedece a algoritmos de órdenes lógicas; lo cual no excluye que en el futuro alcance cierta capacidad para razonar y expresar emociones básicas.
— Hay peligro en la IA, temor a que se convierta en arma biológica, o serán más los beneficios que los riesgos?
Toda creación humana tiene riesgos. Cualquier forma de progreso debería representar un beneficio potencial para nuestra especie. Depende de las manos en las que caiga, de los principios morales que rijan en una sociedad o en la mente de quienes la posean, el uso bueno o malo que se haga de ella. Si la IA o un robot se hacen perversos es porque alguien (humano) les mostró el camino.
— ¿El cáncer (que afecta a casi una de cada dos personas) puede ser una enfermedad curable, cuestión del pasado, como en su día fue la tuberculosis, gracias a los nuevos sistemas de investigación aplicada?
El tema de los procesos neoplásicos es muy complejo, pues -potencialmente- pueden existir tantos tipos de cáncer como tipos de células. Aunque se han producido avances impresionantes en oncología, hasta que no se logre entender las causas primarias de cada tipo de cáncer a nivel molecular y se apliquen tratamientos personalizados, el cáncer seguirá siendo un problema de salud prevalente durante décadas, entre otras cosas porque quizá sea un claro paradigma del desconocimiento que tenemos respecto al diálogo entre genoma y ambiente.
— ¿Será más fácil llegar a ser centenario con tantos cortafuegos a nuestro alcance? ¿Cuál es el límite de vida posible sin casi dependencia de los demás?
Desde que Otto von Bismarck creó la Seguridad Social entorno al 1900, la población mayor de 65 años pasó del 1% a más del 30%; lo cual indica que la esperanza de vida es mejorable en paralelo con las condiciones de salubridad medioambiental y la atención médica. Otra cosa diferente es la longevidad de especie, lo que nuestro genoma nos permite vivir libres de enfermedad. Nuestra longevidad de especie anda alrededor de los 120 años.
— Los vetustos manicomios del siglo XX, hoy casi superados por modernas clínicas y otras mejoras de calado, ¿desaparecerán, pasarán a ser solo una dolorosa historia del pasado?
Los hospitales psiquiátricos, así como muchos centros geriátricos, son instituciones que la sociedad ha creado para aislar y marginar a los que la norma considera inútiles o revoltosos. Lamentablemente, con el envejecimiento poblacional la política asilar se propaga como una infección que invade la geografía de los países desarrollados. Creo que es un retroceso conceptual, una falta de respeto a las personas que han hecho posible el modelo de bienestar que disfrutan muchas sociedades, y hasta cabría calificarlo de inmoralidad cuando el asilo se convierte en un mercado de pacientes terminales. En una sociedad avanzada, los ancianos debieran vivir en sus casas, con la asistencia domiciliaria más adecuada; y cuando el hogar o las condiciones de la familia sean insuficientes o inadecuadas es cuando tiene sentido la institucionalización; pero, en cualquier caso, las instituciones asilares debieran dejar de ser centros custodiales y convertirse en centro terapéuticos o polivalentes que velen por mantener la capacidad y dignidad de las personas. Hoy, lo mismo debe ser aplicado a los manicomios.
Más del 80% de los trastornos mentales, excluidos los secundarios a traumatismos, infecciones y neurotoxicidad, tienen un fondo genético potencialmente detectable. Esto es valido para los trastornos del neurodesarrollo, como el autismo, y los trastornos psiquiátricos más prevalentes, como son la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia, los trastornos de la personalidad y muchos trastornos de conducta. Conocido el fondo patogénico, lo que se requiere hacer es modificar el paradigma terapéutico desarrollando nuevos fármacos capaces de corregir el fallo patogénico causante de la enfermedad. Históricamente, la psicofarmacología ha sido muy útil en el tratamiento de muchos trastornos psiquiátricos, especialmente psicosis, depresión y ansiedad; pero la realidad es que el 90% de los psicofármacos giran en torno a 5 neurotransmisores (noradrenalina, dopamina, serotonina, acetilcolina, GABA).
Obviamente, este reduccionismo neuroquímico es incapaz de curar; solo controla y reprime conductas, pero no restaura funciones ni tiene efecto anti-patogénico. La revolución psicofarmacológica del futuro, para la inmensa mayoría de los trastornos neuropsiquiátricos, pasa por sustituir los tratamientos sintomáticos (que solo eliminan o reducen síntomas) por tratamientos anti-patogénicos, que reparan el daño o evitan la disfunción neuronal. Siempre habrá trastornos mentales, pero la forma de abordarlos debe cambiar radicalmente, desde la incorporación de nuevos fármacos neuroprotectores hasta la personalización de cualquier medicamento que tenga que tomar un enfermo mental para dignificar su vida y mantenerle como un miembro activo y respetable de nuestra sociedad plural.