28 agosto, 2024
1552.- Un incendio reduce a cenizas el célebre monasterio de Oseira, con la sola excepción de la iglesia.
Enclavado en un lugar abrupto, en una concavidad de la sierra de Martiñá, perteneciente al ayuntamiento de Cea, a 34 kilómetros de distancia de la capital de la provincia, Ourense, y muy próximo al lugar donde esta provincia se junta con las de Pontevedra y Vigo, se ubica el monasterio.
Comenzó su andadura histórica, en descripción que tomamos de Fray Damián Yáñez Neira, bibliotecario del convento, y que figura en la página web del propio convento, el año 1137, integrándose en la orden del Císter en 1141, bajo la dependencia de Claraval. En un principio comenzaron con edificios muy modestos que fueron ampliándose a medida que fue desplegando el potencial económico de la casa, merced a las continuas donaciones que se les hizo, y a las compras efectuadas por los propios monjes.
El templo monástico, construido en las últimas décadas del S. XII y en las primeras del XIII, de amplias proporciones, está concebido para una comunidad respetable, lo que delata un número considerable de monjes, ya que es de las mayores iglesias de la orden en España.
Entre las posesiones más antiguas y lucrativas que tuvo Oseira, figuran la villa y puerto de Marín, donde ejerció una justicia social admirable, promoviendo la pesca entre sus colonos y defendiendo la entrada de la ría de Pontevedra por medio de un fuerte. La flota pesquera que allí tenía organizada, surtía de pescado a la comarca y a los propios monjes.
Oseira atravesó por un período crucial en el S. XV, época difícil en la historia de la Iglesia, a la que sucedió otra peor en 1513, con la llegada de los abades comendatarios, personas extrañas a la abadía que la llevaron al borde de la desaparición. Duró poco tiempo, porque de lo contrario, hubiera desaparecido el monasterio como tantos otros. A todo puso fin en 1545 la Congregación de Castilla.
En 1552 sufrió el monasterio un incendio horroroso, que redujo a cenizas todos los edificios, fuera del templo. Eran unas circunstancias críticas en que se planeaba en Valladolid una nueva casa, y como ninguna abadía se comprometía a enviar monjes, creyeron muchos que era buena ocasión trasladar la comunidad de Oseira a ocupar la nueva casa proyectada, dejando en el monasterio sólo un pequeño contingente de monjes para atender a los colonos y cuidar de la hacienda. Mas todos los planes quedaron desbaratados ante los argumentos del abad de Oseira, fray Marcos del Barrio, precisamente nacido en el corazón de Castilla. Se desistió del traslado, y se inició la reconstrucción del monasterio en el mismo sitio que tuvo siempre con la grandiosidad que hoy todos pueden admirar.
En 1820, cuando el período constitucional, fueron expulsados los monjes y el monasterio quedó a merced de las turbas que lo asaltaron y saquearon por completo. Cuando regresaron en 1823, se encontraron con un caserón desmantelado, carente de puertas, ventanas y mueblaje.
A consecuencia de la desamortización, todos los monjes fueron arrojados de los monasterios, con prohibición expresa de poder volver a reunirse en corporación. En esta ocasión desapareció para siempre la congregación de Castilla, de brillante historial, la rama más culta de toda la orden.
Cerca de un siglo llevó abandonado el monasterio, habiendo llegado los edificios al borde de una ruina inminente. Merece grabarse con letras de oro en la historia de la abadía el nombre de don Florencio Cerviño González, obispo de Orense (1922-1941), quien a poco de tomar posesión de la diócesis y visitar el monasterio, concibió la idea de devolverle a la vida, no parando hasta lograr instalar en él un grupo de monjes cistercienses el 15 de octubre de 1929. Hasta 1966 no se comenzaron en serio las obras de restauración, con tal rigor que en 1990 fueron distinguidos con el premio Europa Nostra, que entregó, en el monasterio, la reina de España, Sofía de Grecia.
Al par que la obra restauradora, se ha enriquecido el monasterio con una notable biblioteca y un pequeño archivo que están prestando señalados servicios a la cultura, volviendo a recuperar el monasterio el distintivo característico de los monjes antiguos, como los mejores transmisores de la cultura, además de contar con una hospedería y un albergue de peregrinos.
1704.- Ala edad de 69 años (según algunos el día anterior) muere en La Habana, de donde era obispo, el gallego D, Diego Evelino de Compostela, buen orador, de quie dice una Historia de Cuba que, sin querer herir susceptibilidades, consiguieron su elocuencia y sus ejemplos singulares mayores frutos que las censuras y conminaciones de sus antecesores.