25 agosto, 2024
Don Francisco, el maestro asturiano, se vistió con sus mejores ropas de fiesta y cruzó la ría de Ribadeo junto a varios de sus familiares rumbo a la Iglesia Santa María do Campo en Ribadeo, Lugo. Según las costumbres de la época solían llevar trozos de pan para ofrecerle a las personas humildes que se cruzaran por el camino: de profunda fe católica, había llegado caminando desde Castropol para bautizar a su primer hijo, José Alonso y Trelles, luego popularmente conocido como “El Viejo Pancho”, que había nacido dos días antes. Para entonces, principios de mayo de 1857, del lado asturiano sólo había pequeñas aldeas sin iglesia parroquial y acercarse hasta Ribadeo para declarar los nacimientos era la opción más cercana. El párroco don Manuel Bermudez Marede ya estaba acostumbrado: en los últimos años había anotado como gallegos a decenas de asturianos.
Su madre Vicenta Jaren y especialmente su Don Francisco, maestro nacional, lo incentivaron a progresar en la educación y José Alonso completó sus estudios primarios y secundarios, llegando a destacarse en el arte de la escritura al punto de escribir su primer periódico personal a la edad de 7 años. Siendo adolescente cursó la carrera de perito mercantil y siguió inclinándose por el cultivo de las letras. Y aunque su familia (en un contexto europeo que comenzaba a tambalear económicamente) mantenía un nivel de vida digno gracias al trabajo de su padre, José decidió surcar los mares hacia tierras americanas en busca de mejores oportunidades laborales. Todavía no eran los tiempos de las migraciones masivas, pero el camino del protagonista comenzó igual que el de miles de compatriotas: un barco alemán desde el puerto de A Coruña lo llevaría hasta el fin del mundo.
El Viejo Pancho, de solo 17 años, tenía decidido instalarse en Argentina, pero decidió bajar una escala antes de Buenos Aires. En pleno viaje había recibido una oferta de trabajo en Montevideo (Uruguay) para colaborar en un diario: la idea lo maravillaba, pero insatisfecho por la falta de pago, soportó dos meses y luego no dudó en alejarse del país para encaminarse nuevamente hacia el puerto de Buenos Aires. Pero para entonces la situación había cambiado, sus ahorros comenzaban a mermar y tuvo que conformarse con una propuesta que no estaba entre sus planes: por necesidad aceptó un empleo rural en el interior de la provincia, exactamente en la ciudad de Chivilcoy, un pequeño pueblo de 150 kilómetros de la Capital Federal. Y paradójicamente allí, entre agricultura y ganadería, muy lejos de las grandes ciudades que anhelaba visitar, empezó el verdadero desarrollo de su profesión de poeta.
En los campos de Chivilcoy conoció la vida de los gauchos pampeanos, las culturas originarias y la tradición rioplatense. Ávido escritor, se dedicó a relatar historias de campesinos, leyendas y en particular, los detalles de la forma de vida de los habitantes de los espacios rurales argentinos. Y como a veces la casualidad definen el futuro, uno de esos textos, rústico, en un papel arrugado y de redacción descuidada llegó por azar a las manos del editor del único diario local, que vio el potencial de José y le ofreció la posibilidad de publicar sus textos semanalmente. Historias costumbristas, bien argentinas, pero desde la mirada de alguien que venía desde la otra punta del mundo fueron un éxito instantáneo hasta llegar a participar todos los días en el periódico y tener su primer sueldo como periodista.
Pero el gallego asturiano no era de aquellas personas que se quedaban calladas ante lo que consideraba como injusticias. A los tres años, luego de que un texto suyo saliera publicado con algunos cambios menores, nuevamente el supuesto atraso de la mensualidad y (según comentan sus biógrafos) un gran amor que lo flechó de manera automática, el Viejo Pancho abandonó Chivilcoy y también Argentina, pero no dejó de lado su pasión por el campo: se instaló nuevamente en Uruguay, en la localidad de Tala, en el departamento de Canelones. Con solo 20 años contrajo matrimonio con Dolores Ricetto y estuvo a cargo de un comercio en sociedad con su suegro, que funcionó bien solamente durante un corto periodo: José Alonso y Trelles ocupaba todo su tiempo en actividades literarias y periodísticas que no le generaban ingresos y descuidó sus labores comerciales. El negocio fue a la quiebra y enemistado con gran parte de su familia, tuvo que adaptarse a las necesidades. Ya tenía 4 pequeños hijos y nuevamente había perdido el trabajo.
De esta manera se vio obligado a volver a estudiar, completando en tiempo récord la carrera de Notariado y ejerciendo posteriormente la tarea profesional de procurador judicial. Así logró definitivamente estabilidad económica y laboral para dedicarse, al fin y por completo a su verdadera pasión: escribir. Fundó sus propias publicaciones de actualidad política, social y cultural en la ciudad de Tala, incluyendo un semanario humorístico, además de difundir en otros medios sus versos y prosas poéticas, comenzando a gozar de prestigio local. Utilizando el lenguaje aprendido en el campo argentino y su vida rural en el interior de Uruguay, sus composiciones fueron celebradas e nlas tertulias que animaba siempre con relatos sobre viejas tradiciones y culturas propias de la naturaleza rioplatense.
Asimiló y reprodujo a la perfección las expresiones lingüísticas y hasta las leyendas campestres de sus vecinos del otro lado del océano, llegando a ser considerado como un criollo más. Escribió varias obras de teatro de gran éxito, todas ligadas al costumbrismo, que incluían una mirada irónica pionera en su formato, además de cientos de poemas y notas de actualidad. Incluso el mismo se encargaba de imprimir, ilustrar y maquetar sus periódicos, escribiendo casi la totalidad de su contenido de cada ejemplar. Siempre centrado en la figura del gaucho y, sobre todo, en la de su sucesor en la literatura popular rioplatense, el paisano, se convirtió en el portavoz de una multitud de campesinos que hasta el momento solo eran utilizados como mano de obra barata y desechable de los gobiernos y poderes de turno.
Dueño de una capacidad creativa de gran sensibilidad, espontáneo y con un lenguaje local muy fluido, desarrolló desde poesía criolla nativista hasta profundos trabajos sociales sobre las condiciones de vida de los paisanos rurales. Su apodo de “El Viejo Pancho” surge de su seudónimo literario, que curiosamente comenzó a utilizar de muy joven, según él mismo “para que me respeten por considerarme un anciano con experiencia y no como un joven gaucho gallego”. También se destacó en sus aportes a la música criolla por excelencia, el tango, con letras como “Hopa, hopa”, “Como todas”, “Misterio” y el inolvidable “Insomnio”, que reflejan como pocas canciones el dolor del desamor y la soledad en los espacios rurales: tal fue la dimensión de su relato que todos estos versos fueron cantados y grabados por el mismísimo Carlos Gardel.
Finalmente, el poeta de alma sensible consiguió vivir de las letras y logró una identificación tan importante con las clases populares que en 1902 obtuvo la nacionalidad uruguaya y participando de la actividad política dentro del Partido Nacional se presentó a elecciones generales, consiguiendo los votos suficientes para llegar a ser diputado durante 3 años por el departamento de Canelones. Y antes de fallecer en Montevideo en 1924, se dió el lujo de volver a España para poder visitar a su madre, quien para entonces se había instalado en Ribadeo, justamente el lugar donde el nacido asturiano había sido bautizado gallego. Tal vez por tratarse de alguien venido de tan lejos o por haberlo vivido desde joven en carne propia, “El Viejo Pancho” captó a la perfección el sentir popular de una época que cambió para siempre el futuro rural de las tierras rioplatenses: con la desaparición de los gauchos rebeldes, los campos comenzaban a llenarse de esperanzados inmigrantes. Como él..