13 agosto, 2024
Desde el primer día en que DIARIO DE SANTIAGO se asomó a través de las redes sociales a la curiosidad del lector, lleva a gala cerrar la edición de cada día con cuatro galerías de imágenes con una variopinta finalidad: desde enseñarnos lo mejor de nuestros paisajes a ser aldabonazo en la memoria por los tiempos idos, a través de estampas de cómo eran nuestras ciudades no hace tanto. También, con voluntad de contraponer lo bello de un paraje con el descuido de sus responsables a la hora de mantenerlo en las condiciones ideales para su disfrute, ya sea físico, transitándolo, ya sea visual, contemplándolo.
Ahora mismo mantiene vivas dos galerías de las que cabe extraer más de una conclusión y unas pocas preguntas.
La primera de ellas corresponde a la carballeira de San Lourenzo y muestra el singular paraje del robledal sujeto a las veleidades del tiempo y del poco cuidado fitosanitario, mostrando una suerte de Jekill y el señor Hyde, de espléndida belleza y robustez de algunos ejemplares frente a la fantasmal presencia de troncos caídos y otros que mantienen en pie el orgullo de la frondosidad de otro tiempo, trasmutada ahora en un tronco viejo, horadado, no exento de melancólica tristeza tras haber caído víctima de plagas vegetales, convertido ya en naturaleza muerta.
La segunda de las estampas se corresponde con el ideado proyecto de erigir en lo alto del monte Pedroso un mirador de estrellas, propósito que luce en la placa que recuerda que fue posible gracias a fondos europeos. Sin embargo, las moles de hormigón diseminadas por el monte y aún el semicírculo de asientos para tal contemplación estelar, denuncian la falta de cuidado municipal, en ruta que se promociona no se sabe si para asistir a tal abandono o para poner a prueba los pies por la pedregosa carretera que lleva hasta allí y que en nada tiene que envidiar a las viejas corredoiras.
Asombra, en fin, que desde las responsabilidades políticas seamos incapaces tanto de cuidar y mantener la vieja robleda, próxima al pazo del que Emilia Pardo Bazán escribió, siendo apenas una adolescente, uno de sus mejores cuentos. Del mismo modo que no se entiende que se recaben dineros de la UE para proyectos que, una vez certificada la entrega de la obra, se abandonan a su suerte.
Sucedió con los dineros del famoso Plan E de Zapatero, que algún municipio aprovechó para hacer una megalómana fuente para la que ni acaso había el agua suficiente ni, desde luego, la capacidad municipal para afrontar el gasto de su mantenimiento.
Ahora mismo parece que se repite en la iluminación artística del puente sobre la ría de Noia, a lo que se ve tan costosa que ni en verano, ni siquiera en fin de semana veraniego, se enciende para mostrar a vecinos y forasteros la belleza de una obra arquitectónica de primer nivel. ¿A santo de qué, entonces, las luces diseñadas?
¿Tiene sentido toda la literatura medioambientalista con que nuestras autoridades nos regalan los oídos y que se ve contrarrestada por tamañas muestras de desidia?