10 agosto, 2024
Anda el lobo, en estos últimos tiempos, haciendo de las suyas, en los campos norteños de nuestra Galicia. Hiere la vista contemplar los restos de cadáveres de animales domésticos abandonados en los herbazales por la acción depredadora de un lobo feroz y hambriento. El lobo es, por instinto, cazador y montaraz que sale en busca de la presa, el animal doméstico, cuando tiene hambre o hay que sacar adelante la camada. Si no encuentra recursos alimenticios en el bosque donde vive, se acerca a las cabañas ganaderas rurales para cazar animales domésticos.
El lobo trajo la muerte para salvar su vida y la de sus cachorros y arruinar, un poco más, la maltrecha economía de nuestro ganadero gallego. Y, como era natural, surgió la polémica en los medios sociales, una polémica larga y espesa donde unos defienden al lobo como favorable al ecosistema de los bosques y otros como enemigo de sus haciendas y, como tal, de sus economías. En este tira y afloja se montó un certamen dialéctico que contiene verdades, mentiras, medias verdades y manipulaciones, a destajo. Ante todo, estamos en frente a un problema económico y no ante un vano intento de montar un circo para exhibir razas de animales feroces protegidos para regocijo de un buenismo trasnochado.
El lobo existió siempre y no cambió, en absoluto, su multisecular modus vivendi, matando para comer y subsistir. Pero yo, recuerdo tristemente, en mi memoria de niño, cómo el lobo mato a una niña de la aldea, de nueve años de edad que, junto a su madre y otras amigas guardaban un rebaño de vacas, en un monte de las cercanías. La niña se alejó un poco de la vista de su madre y fue, entonces, cuando el lobo se presentó y la atacó con una dentellada en el cuello, pretendiendo llevársela rastras. A sus gritos acudieron su madre y amigas, ahuyentaron a la fiera y lograron rescatar a la niña ya muerta. Como para que me vengan a mí, ahora, con defensas a ultranza y protección de lobos y otras alimañas.
Yo no conozco ningún caso en que una niña atacara a un lobo. Pues eso. Estaremos de acuerdo en que la solución no es organizar matanzas de lobos, sin control o programadas. Hay que respetar la naturaleza y dejar que esta actúe, pero de acuerdo con sus dinámicas de vida o muerte espontáneas, no provocadas. El final de la vida y las formas de vivir no deben estar nunca en manos del hombre que tiene tendencia a divinizar todo lo que es suyo, creyéndose dueño de la vida y la muerte El aborto, la eutanasia y el asesinato de mujeres están ahí, como nunca estuvieron, regulados por la ley del hombre.
Este, tan radical en tantos de sus actos, no lo es frente a situaciones en las que se impone la defensa de la vida. El lobo mata para comer, llevado por el instinto. El hombre, cuando quita la vida, lo hace por odio, venganza o cualquier otra brutalidad. Recordemos las bellas palabras del poeta Juan de Dios Peza: “Sé bueno y deja a las fieras el vil placer de matar. “No seas hombre lobo para el hombre.