9 agosto, 2024
Pocas veces, como en la presente, una acción ilegal –la presencia de Puigdemont en las calles de Barcelona a su libre albedrío y capricho- fue tan anunciada de antemano, tan previsible en el tiempo concreto en que se iba a desarrollar, con tanta parafernalia previa y a la vista de todos –la preparación, la víspera, de ese palco y tarimas desde las que era fácil entender que se organizaron para un acto pretendidamente mayoritario- y puede que hasta con la lógica autorización que se supone habrán pedido al ayuntamiento para el montaje del necesario andamiaje para tan bochornoso espectáculo.
Que, pese a todo ello, el atrabiliario ex presidente catalán haya organizado el show circense del escapismo sólo es comprensible, desde la lógica que dicta el sentido común, con bastantes más complicidades que la de los dos mossos detenidos como oportunos conejillos de indias que no tendrán demasiado castigo –de tres meses a seis años dice la ley, pero con más de una y de dos complacientes atenuantes-, dadas las peculiaridades del caso.
Y si bochornoso fue que Puigdemont se escapara en medio de una de las mayores exhibiciones de fuerzas del orden en las inmediaciones del evento, no fue menor ridículo tanto la anunciada persecución de un coche blanco –que es tanto como presumir que el fugitivo es tonto del haba- como el establecimiento y levantamiento de esas operaciones jaula que, en cuanto a efectividad, no tenían otra que no fuera demostrar a la ciudadanía una pretendida preocupación de los Mossos que no se creían ni ellos mismos.
Pero como la causa interesaba al independentismo, ni habrá dimisiones, ni investigación sobre los hechos y mucho menos se derivarán responsabilidades. Al tiempo. Entra todo en el circo que de unos años a esta parte nos regala el nacionalismo catalán. La verdad es que bastante cutre, todo hay que decirlo. Pero, con su pan se lo coman.
Pero el desprestigio a escala internacional va más allá del proceder de la policía autonómica y deja con los calzones al aire a las fuerzas del orden del Estado y a su genuino ministro, capaz de sorprendernos cada día con una nueva y más acentuada vuelta de tuerca de su irresponsabilidad en hierático rostro de plomo. Pero son tantas y tan continuadas las desmesuras del titular de Interior, está tan absolutamente amortizada su manifiesta incapacidad, que una más no le provocará el mínimo sentido de responsabilidad.
Tema distinto es el papel en el que queda el CNI, el pomposo Centro Nacional de Inteligencia, que si en el pasado reciente ha dado muestras de cómo la perversión política también ha llegado hasta allí, con la defenestración de los funcionarios más capaces a los que se responsabiliza de culpas ajenas, precisamente por ello, por insobornables, con la aparición y nueva huida de Puigdemont ratifica su plena adscripción a centros de inteligencia similares a la T.I.A. de Mortadelo y Filemón. ¿No hay nadie que exige a nuestro servicio de inteligencia la debida responsabilidad por este bochorno sufrido por el Estado?
Porque Puigdemont montó la performance del jueves con el único propósito de reírse de los jueces y del Estado español, como bien observa la práctica totalidad de la prensa extranjera. Lo peor del caso es que el propio Estado, desde las responsabilidades del Ejecutivo, es el que aparece como claro sospechoso de cómplice necesario. A ese grado de degradación ha llegado el Gobierno.
Para los anales de la Policía quedará ese titular en primera plana del prestigioso diario The Times: “Puigdemont retorna a España y vuelve a desaparecer ante 300 policías”. A veces, como en este caso, la mera descripción de la verdad es más escandalosa que cualquier adjetivación.