23 julio, 2024
No se trata de hacer leña del árbol caído en esta ocasión, sino de poner el acento en cómo, de nuevo, la esfera política vuelve a mostrar su naturaleza más perversa.
La renuncia del aún presidente pero ya ex candidato a repetir en la Casa Blanca, Joe Biden, evidencia la existencia de esos hilos y resortes que se mueven en la oscuridad de detrás del telón (algo que ya sabíamos), pero, sobre todo, evidencia que tanto la clase política como una buena cantidad de medios y profesionales de la información han sido capaces de defender hasta la saciedad algo bien evidente, pero que tan solo cuando ya era un hecho tan escandaloso que se han atrevido a reconocer, que el líder estadounidense no se encontraba en condiciones de afrontar ni estas elecciones ni un eventual nuevo mandato. Traducido, una mentira.
Y es que si tira uno de hemeroteca podrá encontrar programas, noticiarios, tertulias y hasta intervenciones de distintas figuras políticas de primera fila que defendían a ultranza, solo unos días de aquel ya fatal debate para Biden, el mismo discurso: que si el presidente es el mismo de hace cuatro años, que si está mejor y más ágil que nunca… La retahíla es de traca.
Sabemos que no es culpa de Biden, pero hoy es él quien escenifica el peor rostro de la política, tal vez involuntariamente, pero lo hace.
Porque ese mantra bélico tan americano del ‘nunca se deja a ningún hombre atrás’ no es solo una gran mentira, tal y cómo han evidenciado en este caso los demócratas, sino que usaron al presidente mientras fue útil y, entonces, pues eso, dejó de ser útil y ya sabemos lo que pasó.
Si quieren ponerle a Biden la medalla de patriota, pues perfecto, como si quieren hacer un remake del célebre film de Mel Gibson protagonizado por el propio presidente, pero al menos que no nos mientan a la cara porque no se aguanta más.
Si Biden se va es porque las previsiones eran tan desastrosas, como bien saben en la Casa Blanca, que no quedaba otra. Así funciona el mundo.