22 julio, 2024
Dicen las crónicas municipales compostelanas que Lucía Freitas fue elegida pregoeira de las Fiestas del Apóstol de Santiago en su doble condición de “vinculación con Compostela” –y vaya si la tiene, porque aquí nació- y por su “prestixio tanto a nivel nacional e internacional”. Visto en su literalidad, el honor del pregón le correspondió por dos circunstancias ajenas a la propia Lucía: la coincidencia de haber nacido en Compostela como pudo ser en otro lugar, y por el factor igualmente externo de ser reconocida por los demás. ¿Y ella?
Por fortuna, la ilustre pregoeira es más que eso, mucho más que las limitadas orejeras de una municipalidad que no se sabe salir del guion del pan y circo que ya practicaban los romanos.
Porque, efectivamente, goza Lucía de prestigio internacional, sí. Pero no por concesión gratuita llegada de afuera sino como fruto de una larga preparación por los centros de mayor prestigio que dan como resultado la excelencia en su quehacer diario que la Guía Michelín o los soles de Repsol no hacen más que reconocer, hacerle justicia.
Y quedan, en ese vacío institucional, otras dos imprescindibles referencias en la trayectoria personal de la elegida que bien merecerían ser destacadas con ocasión de tan alto honor pregoeiro –en cuyo transcurso pudo verse el exhibicionismo de unos ateigados balcones municipales en contraste con una plaza que evidencia lo mucho que se dejó sin hacer por parte de quien tenía esa responsabilidad y la protagonista merecía-
Porque el compostelanismo vivencial de la reconocida cocinera es, más que hecho circunstancial, profesión de fe, compromiso inherente a su propia actividad a la que ayuda a ser “a mellor cidade do mundo”, como evidencia cada día en la positiva imagen de marca que sus compras en el Mercado de Abastos suponen para las excelentes viandas que allí se comercializan en medio de la desidia municipal. Una apuesta por el comercio de proximidad, tan necesario a día de hoy, como lo es su defensa de un turismo sostenible a través de sus personales experiencias gastronómicas que permiten captar la esencia de un pueblo, la larga tradición de los pucheros de nuestras abuelas elevándolos a la categoría de arte.
Y hay, por encima de todo ello, el compromiso personal de la pregoeira de “una vangarda primaria”, que parte del origen, la esencia y la memoria como ejes esenciales de su continuada inmersión en la tradición y el pasado para innovar. “Eu cociño Galicia”. Filosofía en la que harían bien en profundizar nuestras autoridades autonómicas desde las distintas consellerías que tocan, transversalmente, el resultado de una excelente gastronomía. Legado respeto del que Lucía y otros compañeros cocineros van va a tener que esforzarse para seguir adquiriendo las exquisiteces autóctonas que la política desdeña con la ausencia de la adecuada falta de ayudas –y no ese permanente café para todos-.
Y hay, por último, una destacada tarea activista en favor de las “amas da terra” que quiere poner en valor a las mujeres invisibilizadas que son el sustento de gastronomía y territorio, esa dualidad esencial en nuestra idiosincrasia: las labregas, mariscadoras, horticultoras, ganaderas, artesanas…”as custodias dos saberes”.
Hace ya algunos años que el premiado arquitecto y gran conocedor y amante de esta tierra, David Chipperfield, quiso abrirnos a todos los gallegos los ojos sobre las potencialidades del minifundismo de nuestra tierra, desde la herencia recibida. Hay dudas de que en el amplio patio de butacas, que llenaban más de un millar de persoeiros, el mensaje llegase a calar. Ahora es una de nosotros, Lucía Freitas, la que nos está mostrando un camino que enlaza con el propósito del arquitecto y que, por ser coincidente en objetivos, supone idéntica potencialidad para esta tierra. Lucía lo dijo desde el balcón municipal. ¿habrá alguien que la escuche? ¿Se tomará alguien la molestia de profundizar en lo dicho por la pregoeira más allá de la superficial vanidad de este tipo de actos?