19 julio, 2024
Fue Martiño Noriega quien al frente de las alcaldías, primero en Teo y después en Compostela, dejó impronta de esa peculiar manera de hacer política de los partidos más radicales de izquierda que se fundamenta, a grandes rasgos, en el convencimiento de que antes de ellos –no después- el diluvio. Convencidos de que el mundo gira porque ellos le dan cuerda, imbuidos de un afianzado autoconvencimiento de ser los únicos depositarios de la verdad, desprecian todo lo heredado en creciente progresión geométrica en la medida en que esa herencia tiene como artífices a las formaciones de derechas, tan absolutamente fachas que merecerían ser borradas de la faz del mundo político. No hay más que ver la política nacional y el levantamiento de muros.
Otro factor no desdeñable y que actúa a modo de no superado complejo en este tipo de políticas es el de rechazar cuanto tenga un halo de ostentación de bienes materiales, de riqueza, de señoritismo mal entendido ¿de rancio caciquismo?. Por eso sus miradas atrás, que fundamentan casi en exclusiva su razón de ser, son para fijarse en cuanto de negativo tuvo esta tierra, en un afán redentor, de corrector de la Historia, tan ingenuo como ilusorio.
En la tradicional concentración de coches que cada mes de julio se venía celebrando en la plaza del Obradoiro concurren todos los elementos citados. Iniciativa ajena a ellos y de la que no pueden sacar rentabilidad política, exhibición de un estilo de vida que tiene más que ver con el lujo y la ostentación que con la aguerrida militancia que representan. Y, por fin, ese indisimulado complejo de una realidad que en el fondo desprecian quizá porque se ven incapaces de incorporarse a su aspecto lúdico.
Por eso el equipo de Gobierno municipal de Compostela ha decidido una vez más dejar su impronta de mando sin convencimiento, de capricho sin justificación, para prohibir la concentración de coches antiguos en el Obradoiro. Exhibición que suponía un inocente –y a la vez elegante, vistoso y bien escenificado- espectáculo concitador de la presencia de miles de personas. En todo caso, una actividad más en esa Compostela tan huérfana de la programación cultural pensada en los visitantes.
De modo que conformémonos con esa mala réplica de eventos trascendentes como supone esa Alba de Compostela cuyo espíritu de fuego y alborada en el discurso de Castelao se diluye en la mentira de los daños que los fuegos del Apóstol hacían a la zona monumental, hurtándole al relevante discurso de Buenos Aires, buena parte de su significación compostelana.
Aunque cabe la interpretación más pedestre de que lo de los coches engarce más con ese puritanismo cultural de evitar que una piedra del Obradoiro pueda levantarse o porque en toda la zona histórica no hay un solo comercio, volcada como está en los imanes de nevera, que merezca la visita de tan ilustres visitantes. ¿Para cuándo la manifestación nacionalista del 25 de julio en el Obradoiro en vez de la Quintana? Ese es, acaso, el no superado complejo. Pero no será por no propiciar el ridículo ver el número de asistentes diluidos en la inmensidad de ese Obradoiro que se reservan en exclusiva para sí mismos.
Mal negocio el de la gobernación sectaria. Que ya avisaba Baltasar Gracián del “Señorío en el dezir y en el hazer” como muestra de “una decente autoridad nacida del genio superior y ayudada de los méritos.” Aquí, ni una cosa ni otra.