21 julio, 2024
Aunque en la actualidad es masivamente considerado como el primer autor de la literatura “moderna” de Buenos Aires, la obra de Roberto Arlt fue duramente criticada durante la primera mitad del siglo XX. Su estilo natural, directo y algo descuidado sigue generando discusiones: varios novelistas todavía aseguran que escribía mal. «Podría citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias», respondió con ironía, siempre creando polémicas, en una de sus últimas entrevistas. Autodidacta, nació en abril de 1900, murió joven y se definía como un perfecto egoísta. Según sus propias palabras, lo importante era que todos lo entendieran, aportando un lenguaje callejero, a veces casi marginal. A partir de las críticas, se encargó de mostrar una imagen pública contradictoria y con datos imposibles de confirmar, como si su vida fuera un personaje de sus propios relatos.
Solo le interesaba ser leído y vaya que lo consiguió. Sus artículos periodísticos fueron publicados repetidamente entre 1928 y 1933 por el diario “El Mundo” de Buenos Aires. Dichos trabajos eran retratos fragmentados de un momento concreto; grabados en tinta de la decadente sociedad argentina en aquellos años. Por eso los tituló “Aguafuertes porteñas”. Pronto se convirtieron en un clásico de lectura diaria, plagado de humor, ironía y desenfado. Cada publicación matutina era devorada por el público: el análisis de los cambios que iba sufriendo el mundo a su alrededor eran plasmados en esas columnas. Biografías de ladrones o prostitutas, historias de vida de minorías o marginados y hasta la publicación de las cartas de sus lectores fueron un sello distintivo. Usaba el léxico del pueblo y marcaba la diferencia por su manera de expresarse.
La repercusión de sus crónicas y la edición de la majestuosa novela “Los siete locos”, hicieron que la directiva del diario “El mundo” enviara a Arlt a España y África. Así surgieron sus ácidas “Aguafuertes españolas”. En ese mismo viaje, visitó gran parte de Galicia: enriquecido por las vivencias del viaje, la mirada más aguda y con un fervor indisimulable, desde allí envió su serie de notas más notable: fueron publicadas bajo el nombre de “Aguafuertes gallegas” en 1935.
Su experiencia de Galicia sólo se completa al confrontarla con su recuerdo positivo de los gallegos de Buenos Aires. Allí escribe: «en cada una de estas casas gallegas, la República Argentina no es una noción geográfica, sino un país tan concreto en el conocimiento popular, que son familiares los nombres de las calles y la numeración de las casas”. Además, los define de fincas alegres y naturaleza aventurera, esforzados, observadores y «entrenados entre la montaña y el mar», que nunca dejan de trabajar. Hombres de acción, curiosos y emocionantes. Y mujeres «de miel», por su dulzura, pasión y nostalgia.
El texto de las Aguafuertes Gallegas proclama con énfasis y en varias ocasiones que era un disparate hacerle fama de bruto al gallego. «Nuestro desapego por el trabajo físico es tan evidente que de él ha nacido la desestima que cierto sector de nuestro pueblo experimenta hacia la actividad del gallego. Convertimos en síntoma de superioridad la falta de capacidad. Razonamos equivocadamente así: ‘Si el gallego trabaja tan brutalmente, y no le imitamos, es porque nosotros somos superiores a él’. En este disparate, índice de nuestra supuesta superioridad, nos apoyamos para hacerle fama al gallego de bruto y estólido, sin darnos cuenta que esa superioridad es, precisamente, síntoma de debilidad» escribió en una de las primeras entregas.
Según el escritor, en Galicia «el paisaje y las personas son uno solo. Pasear por un camino gallego al caer de la tarde, entre bardales de piedra revestidos de hiedra, a lo largo de los viñedos, frente a los festones de montaña azul que circundan el horizonte de espejismos brumosos, con sus bosquecillos escalonados, es recibir una inyección de ensueño y espiritualidad». En cuanto a las ciudades, a Pontevedra la vió dormida, estrecha y solitaria, donde se habla de Dios y política y huele a incienso. Y Betanzos fue considerada marinera y campesina, pero al mismo tiempo festiva y bullanguera.
Para Arlt Vigo era activa y sobria, donde predominaba la sensatez. Discreta, con gente cordial y reflexiva que rehuye de las frivolidades y donde todos tienen parientes en Argentina. «Creo conocer las principales ciudades de España, con excepción de Barcelona, y en ninguna me he sentido cohibido como aquí, en Vigo. Tan seria es la gente, tan seria como ferozmente honrada, capaz de dejar sus casas con la puerta abierta. Ciudad puerto, habituada al olor a sardina, me pregunto a qué hora limpiarán los barrenderos la ciudad, porque aún no les he visto las caras y las calles tan limpias y pulidas.»
En cada entrega ha insistido en que le llamaba la atención la seriedad del gallego, «pero la seriedad a la que me refiero no es la del ceño fruncido, sino esa gravedad reflexiva, disuelta en la expresión del semblante, por el hábito de la meditación. Es decir, gente franca y con la preocupación del ser humano, y para el cual la naturaleza es una permanente incitación al combate. Las mujeres, terriblemente femeninas, aun las que se ocupan de trabajos pesados» constituyendo una obra que trasciende lo literario por su valor como documento, como colección de retratos de un periodo histórico e irrepetible y en un contexto de crisis socioeconómica que generaba la emigración masiva hacia las tierras americanas.
A su vez, La Coruña se muestra cosmopolita, donde se vive alegremente entre playas, bares y cines, con gente que charla hasta por los codos: un Madrid de Galicia pequeño, vivaracho, cosmopolita, cuya jovialidad contrasta duramente con la reposada gravedad de Vigo. Una ciudad que manchada de numerosos edificios modernos actúa con resolución, donde las deudas no preocupan y los medios de vida de muchos son un misterio. Y con picardía, ofrece un párrafo a las mujeres locales, relatando que «las muchachas contestan a los piropos, se ríen, los provocan, resultan encantadoras y desenfadadas. Con sus lindos cuerpos se pavonean dichosas de mostrar sus torneadas piernas. Pienso que no pasarán muchos años, en que el nudismo deje de ser una moda para convertirse en una sana costumbre».
Las Aguafuertes gallegas comprenden en total veintiún crónicas de toda Galicia, pero Santiago de Compostela se lleva las principales páginas de su obra. Para él es una ciudad bucólica, de milagro y veneración. Intensamente medieval, silenciosa, fría y gris: «La Edad Media con sus vastos lienzos de piedra, donde podemos salir desnudos a la calle sin que nadie se entere. Las casonas de piedra, de tres pisos con vastas escaleras oscuras, parecen un pretexto para rellenar el espacio que dejan entre sí los cuarenta y seis edificios religiosos, monumentales. Los comercios, bajo las torcidas recovas, con mostradores de granito y las pocas personas caminando bajo sus arcadas pulidas por el viento. Calles oblicuas y en pendiente, con nombres taciturnos: Angustia, Lagarto, Pescadería Vieja, Ánimas, Sal-si-puedes, Calderería. Puertas verdes, escudos de armas en las fachadas, campanas que resuenan y pilares de piedra en el centro de las calzadas. Un sol mojado de lluvia, silencio y pocos árboles». Y destaca el Pórtico de la Gloria como la mayor obra de arte de la historia, mientras se muestra impactado ante la “potencia” de la Catedral.
Así queda reflejado parte de su recorrido por Galicia a mediados de la década de 1930, donde finalmente nos regala un comentario que resume sus vivencias: «Aunque quiero deshacerme del recuerdo de los gallegos en Argentina, no puedo. Me siento gallego, pero no en España sino en Buenos Aires». La sinceridad del relato, digna de su propia visión como humilde inmigrante, sirvió de escenario cultural reformulando las representaciones acerca de Galicia y de los gallegos, tan profundamente arraigadas en la Argentina. De esta manera, dibujando espejos en el imaginario popular, nos enseñó que describir la Galicia de hace casi un siglo sigue siendo la mejor manera de explicar Buenos Aires.