20 julio, 2024
Todos sabemos lo que es la estadística, pero no que se llama así porque nació en el siglo XVIII como la «ciencia del estado», o las matemáticas sociales, cuando comenzaron a medirse, por ejemplo, la talla de los reclutas, las muertes por diferentes tipos de enfermedades, edades o regiones. Y cuando se pudieron hacer cálculos para poder predecir cuántos impuestos se podrían cobrar, o que mercancías valía la pena comprar, para revenderlas a buen precio. La estadística predecía la conducta de la gente, y por eso se relacionó con el problema la libertad. Y es que, claro está, si se puede predecir lo que yo voy a hacer, ¿vale la pena que tome una decisión, o mejor miro las medias?
Fue I. Kant, que impartía entre otras cosas clases de «mecánica racional» y conocía las matemáticas newtonianas, quién observó que, si se estudiaba con quién y cómo se casaba la gente, se podría predecir con cierto margen de acierto el matrimonio de cada cual. Pero ¿también se puede saber de quién se va a enamorar cada uno? Porque si algo nos parece radicalmente libre es la elección de nuestras parejas y preferencias amorosas. Su respuesta fue que esto no era contradictorio, porque la estadística predice mi conducta cuando me considera como fenómeno, o sea, como cosa, mientras que cuando pienso, siento y escojo a mi pareja, actuó como nóumeno, o sea, como ser racional y libre.
La estadística y la sociología estudian a las personas de modo objetivo, es decir, solo como cosas. Y eso es así para poder entender por qué grandes grupos piensan igual, toman las mismas decisiones, y sienten, aman, y odian de la misma manera, como de la misma manera piensan los estadísticos y los sociólogos. Si queremos comprender las transformaciones de todo tipo debemos utilizar estos métodos, y no juicios de valor, o dar rienda suelta a nuestros prejuicios, que nos lleven a pensar que un grupo de edad, una cultura, o una opción política es cosa de tontos que no saben lo que eligen. Eso no es verdad, pero si lo fuese daría igual, porque sus elecciones son hechos que forman parte de la realidad, y por eso deben ser tenidos en cuenta y habrá que explicarlos.
«Nuestros estudiantes poseen el mismo número de neuronas que sus profesores, pero son muy diferentes a ellos, y rompen los esquemas de lo que hasta ahora se consideraba que eran los universitarios, y de lo que fueron desde la Edad Media»
Un caso en el que deberemos actuar así es el de los cambios de todo tipo que se pueden observar en los estudiantes. Nuestros estudiantes poseen el mismo número de neuronas que sus profesores, pero son muy diferentes a ellos, y rompen los esquemas de lo que hasta ahora se consideraba que eran los universitarios, y de lo que fueron desde la Edad Media. En todas las sociedades se da un contraste entre los viejos y los jóvenes. Los más viejos suelen ser quienes controlan el poder político. En Roma, por ejemplo, el Senado se llamaba así por estar formado por quienes eran ya senex, o sea ancianos, cosa que ocurría cuando una persona pasaba de los 50 años en un mundo con una esperanza de vida muy pequeña si la comparamos con la actualidad. A los viejos se les atribuía un mayor conocimiento, más capacidad para razonar y decidir políticamente. Y se pensaba, como decía Cicerón en su diálogo De Senectute, que en la vejez casi todo son ventajas, lo que es una notoria exageración. Yo casi le habría recomendado a Marco Tulio Cicerón en un aparte que le añadiese un subtítulo, y la obra quedase así: La vejez, o el que no se consuela es porque no quiere.
Los jóvenes desde la prehistoria a la actualidad se asocian a la vitalidad, los impulsos no bien controlados ni medidos, la búsqueda de la pasión, la alegría, e incluso el recurso a la violencia. En muchas sociedades se ve cómo son más proclives a la guerra que los viejos, y que éstos tienen que frenarlos a la hora de tomar decisiones. Los jóvenes quieren el cambio y los viejos que se respete el orden establecido. Siempre fue así, y los estudiantes universitarios no iban a ser una excepción.
En la Edad Medida los estudiantes solían tener pocos recursos, con excepción de los hijos de los nobles, y además de estudiar necesitan expandirse en las tabernas, que en muchos casos eran a la vez burdeles en un mundo en el que la prostitución formaba parte del orden establecido. Las prostitutas tenían a su santa María Magdalena y su fiesta patronal, la Iglesia administraba los burdeles, de uso relativamente amplio, y a los que se consideraba válvulas de escape necesarias en un mundo en el que, en teoría, el sexo solo eran lícito en el matrimonio.
No debemos juzgar al pasado con etiquetas rígidas, porque fue más complejo de lo que se nos quiso enseñar. Lo que nos tiene que quedar claro es que los jóvenes querían vida, cambio y opciones para vivir, mientras los mayores estaban en lo esencial satisfechos con el mundo que había. Ellos pensaban que «la juventud es una enfermedad que se cura con la edad», y que cuando los jóvenes tuviesen empleo, familia, poder e influencias se pasaría a su lado. En el caso de la universidad todavía más, porque en ella se formaban las clases privilegiadas, ya que eran incubadoras de abogados, clérigos y futuros funcionarios.
«Asociamos la imagen de esos estudiantes – siempre varones- a la diversión, las fiesta, el alcohol y la búsqueda del amor y el placer con los antiguos tunos, herederos de una tradición hoy casi desaparecida. Esa imagen se rompió a fines de los años 60 en el mundo occidental, cuando los estudiantes comenzaron a criticar el orden establecido»
Asociamos la imagen de esos estudiantes – siempre varones- a la diversión, las fiesta, el alcohol y la búsqueda del amor y el placer con los antiguos tunos, herederos de una tradición hoy casi desaparecida. Esa imagen se rompió a fines de los años 60 en el mundo occidental, cuando los estudiantes comenzaron a criticar el orden establecido, ya fuese en los EE.UU. por su rechazo a la guerra de Vietnam, en Francia por las guerras coloniales y en España por su creciente oposición al franquismo. Así tras 1968 el movimiento estudiantil, unido a la llamada revolución sexual – que tenía mucho más sexo que revolución – pasó a asociarse con la idea de cambio radical de la economía, la política y la sociedad, y por supuesto de la propia universidad, que comenzó a vivir huelgas estudiantiles y de profesores jóvenes, y a ser visitada por las fuerzas de orden público y la famosa Brigada Político Social del franquismo.
«…pero los alumnos, nacidos en el siglo XXI , no entienden ni les dice nada la guerra civil iniciada hace 88 años, ni saben lo que era la URSS, ni Vietnam; y tienen claro que el dinero es una cosa, el poder otra, y el sexo no es algo que se derive de la lectura de S. Freud, sino una realidad tangible»
Muchos profesores de hoy aún comparten ese estereotipo, que ya carece de valor, de que universidad es igual a cambio, transformación y rechazo del orden. Pero sus alumnos, nacidos en el siglo XXI , no entienden ni les dice nada la guerra civil iniciada hace 88 años, ni saben lo que era la URSS, ni Vietnam; y tienen claro que el dinero es una cosa, el poder otra, y el sexo no es algo que se derive de la lectura de S. Freud, sino una realidad tangible. Además para ellos 1978 es el pasado lejano que asocian a una Constitución de la que no saben nada, si no estudian derecho o ciencias políticas. La Constitución es algo del mundo de sus padres, o de sus abuelos. De la misma manera todo lo que se reivindicó en contra del franquismo ya se asumió como parte de una realidad, que les es muy poco favorable, si lo piensan un poco.
«Se les ha inculcado que en la vida no puede haber ninguna frustración. Y lo han aprendido bien. Se les ha formado para ser futuras víctimas y peones de un mundo que los controla y no controlan»
Pedir a los estudiantes que sean tunos es mero folklore, pero también lo es decirles que hagan la revolución, unidos a los obreros, o vayan a luchar a la guerrilla. La situación se ha invertido. La mayoría de ellos no quieren un cambio radical del mundo, sino tener un lugar en él. Y, por la época que les ha tocado vivir, no comprenden ni lo que es la pobreza, ni la represión, ni la guerra, que creen que nunca les va a afectar, porque si estalla otros irán al frente en su lugar. No quieren cambiar el mundo, quieren vivir, pero como se dan cuenta de que tienen muchos problemas, y por eso están insatisfechos, comienzan a rechazar el sistema parlamentario. Vemos cómo dicen en clase que las dictaduras son mejor que las democracias, siendo las democracias lo que se ve que son. Se les responde que vale, pero si estás con el vencedor, si no, no claro. Se les han enseñado los valores del mercado, el individualismo y la competencia de todos contra todos. Se les ha inculcado que en la vida no puede haber ninguna frustración. Y lo han aprendido bien. Se les ha formado para ser futuras víctimas y peones de un mundo que los controla y no controlan.
Por eso tienen dos opciones, o resignarse, u organizar protestas minoritarias, como las que han tenido lugar con la guerra de Gaza. En ella asumieron unos lemas que repitieron hasta la saciedad, demostrando que ni conocen la realidad, ni desean conocerla. Y además pretendieron imponer sus etiquetas en el mundo académico con una intransigencia propia de niños malcriados. Llegaron las vacaciones, Gaza siguió donde está, a muchos miles de kilómetros, y ellos se fueron a sus casas y a la playa. Es lo que tiene ser solidario a distancia, en el espacio, o en el tiempo, como hacen algunos de ellos cuando hablan también de la República y la Guerra Civil como si hubiesen luchado en ella.