21 julio, 2024
“Actúa rápido y piensa despacio”, dice un proverbio griego. Aunque no lo parezca, no es muy diferente la interpretación de Henri Bergson: “Piensa como un hombre de acción y actúa como un hombre de pensamiento”. Para Heinrich Heine, “los hombres de acción son los instrumentos inconscientes de los hombres de pensamiento”.
La acción eficaz es la culminación de un programa bien elaborado que requiere reflexión, conocimiento y planificación. Da igual el tipo de acto que sea, desde la más tierna manifestación de cariño hasta la obra arquitectónica o científica más monumental que una mente prodigiosa pueda concebir. La acción es el resumen de todo lo previo, lo que da y quita valor, lo que sienta las bases de lo que somos, lo que marca nuestra reputación y lo que los demás perciben de nosotros. Según el conquistador persa Ciro el Grande (590-529 a.C., también conocido como Ciro II, hijo de Cambises I), “no puedes ser enterrado en la oscuridad: estás expuesto en un gran teatro a la vista del mundo; si tus acciones son rectas y benévolas, ten la seguridad de que aumentarán tu poder y felicidad”. Benjamin Disraeli añade: “Es posible que la acción no siempre traiga felicidad, pero no hay felicidad sin acción».
«La acción nos proyecta hacia el mundo y contribuye a su desarrollo o retroceso, según la naturaleza de nuestras obras. Quién no ha hecho nada, no sabe nada. La acción ha sido el motor de todo desde que el Homo sapiens se puso de pie en el centro de África hace 150.000 años»
La acción nos proyecta hacia el mundo y contribuye a su desarrollo o retroceso, según la naturaleza de nuestras obras. Henry L. Doherty opinaba que “los que más hacen por el progreso del mundo son los que menos exigen”.
Las dudas son un freno justificado a la acción. En el Prólogo de The Good Woman of Setzuan, Bertold Brecht admite que “está bien dudar si luego sigues adelante”. En Chinese Epigrams Inside Out and Proverbs, obra publicada por Tehyi Hsieh en 1948, se preludia que “la acción eliminará las dudas que la teoría no puede resolver”. El Bhagavadgita (el canto de Bhagaván, Dios de todas las opulencias), uno de los textos sagrados más importantes del hinduismo, declara que “la acción debe culminar en sabiduría; irreal es la acción sin disciplina, la caridad sin simpatía y el ritual sin devoción”. Thomas Carlyle lo ratifica: “Quien no ha hecho nada no sabe nada”. Thomas Fuller define la acción como el fruto propio del conocimiento. En las Odas de Píndaro del siglo V a.C., se lee: “La prueba de cualquier hombre está en la acción”. Aristóteles decía en su Nicomachean Ethics del siglo IV a.C. que “en la arena de la vida humana, los honores y las recompensas recaen en aquellos que ponen sus cualidades en acción”. Georges Bernanos afirmaba sabiamente que “un pensamiento que no resulta en una acción no es gran cosa, y una acción que no procede de un pensamiento no es nada en absoluto”.
La acción ha sido el motor de todo desde que el Homo sapiens se puso de pie en el centro de África hace 150.000 años. En Science and the Modern World, Alfred Northwhitehead dice que “desde el momento en que nacemos estamos inmersos en la acción, y sólo podemos guiarla de manera intermitente mediante el pensamiento”. La acción es lo que permite al cerebro madurar; y así vemos como los bebés progresan en base a los movimientos que son capaces de realizar, antes de hablar, desafiando la seguridad, generando angustia a sus progenitores que, al tiempo que disfrutan, ven el peligro cogiendo de la mano a sus retoños.
La acción en muchos momentos es la expresión de un gesto de responsabilidad. En sentir de Dietrich Bonhoeffer, el líder cristiano que participó en el movimiento de resistencia contra el nazismo alemán, “la acción no brota del pensamiento sino de la predisposición a la responsabilidad”, escribía en Letters and Papers from Prison en 1953. Según William Ralf Inge, “el mundo pertenece a quienes piensan y actúan con él, a quienes le toman el pulso”.
La acción es consecuencia de una estrategia. En Leaves of Hypnos, René Char, poeta y líder de la resistencia francesa, escribía en 1956: “En la acción, sé primitivo; en la planificación, un estratega». En términos de rutina política, quizá tenga razón T.S. Eliot en The Elderly Statesman: “Uno comienza una acción simplemente porque debe hacer algo”. Lamentablemente, no todas las acciones siguen las reglas de la lógica y el razonamiento correcto. Ya Epicuro anticipaba en sus Vatican Sayings del siglo III a.C. que “la mayoría de los hombres están en coma cuando están en reposo y cabreados cuando actúan».
Para Harry F. Banks “el secreto del éxito consiste en perseguir la constancia”. Bernard Berenson ironizaba: “La coherencia requiere que seas tan ignorante hoy como lo eras hace un año». y, en consonancia con los clásicos, Mary Beard era muy clara: “La acción sin estudio es fatal y el estudio sin acción es inútil». Henri George decía: “A menos que haya un pensamiento correcto, no puede haber ninguna acción, y cuando hay un pensamiento correcto, la acción correcta debe seguir al pensamiento”.
La acción tiene su medida, su dosis. El moralista estadounidense, pionero de los libros de autoayuda, y fundador de la revista Success Magazine, Orison Swett Marden, allá por el primer cuarto del siglo pasado ya decía que “vivimos en una época de prisas en la que algunas personas cuando miran un huevo esperan que cante”. El exceso de acción es un tóxico contaminante que ahuyenta sensatez y mesura. La hiperactividad oculta pobreza espiritual; es una forma de llenar con actos el vacío en el que habita la mente.
«El ruido mediático, la cantidad de estruendo, el atractivo del escándalo y la intensidad de la falacia son expresión de excesos tóxicos. Carl Bernstein decía que “la mayor felonía en el negocio de las noticias hoy en día es estar detrás o perderse una gran historia»
El ruido mediático, la cantidad de estruendo, el atractivo del escándalo y la intensidad de la falacia son expresión de excesos tóxicos. Carl Bernstein decía que “la mayor felonía en el negocio de las noticias hoy en día es estar detrás o perderse una gran historia. Por lo tanto, la velocidad y la cantidad sustituyen a la minuciosidad y la calidad, a la precisión y el contexto”. La intoxicación informativa es consecuencia de la pérdida de profundidad, coherencia y veracidad; es un exceso de acción para rellenar huecos intelectuales y falta de mensajes creativos.
Los tiempos de la acción pueden convertirse en una medida de su calidad. Las prisas nunca fueron buenas consejeras. “Lo que se hace apresuradamente no se puede hacer con prudencia”, decía Publilius Syrus. Lord Chesterfield pensaba que “un hombre sensato puede andar apurado, pero nunca debe tener prisa; quien tiene prisa demuestra que lo que está haciendo es demasiado grande para él”.
La acción es fundamental en los negocios, donde el movimiento es el único transporte que te lleva a la consecución de objetivos. Una estrategia eficiente requiere una mentalidad ejecutiva que la dinamice. Quien solo predica, siendo incapaz de convertir la palabra en hechos, es como un cirio al viento, incapaz de alumbrar el camino del éxito. Lord Chesterfield decía que “la capacidad ejecutiva es el alma de los negocios”; y para Lucius Columella “lo más importante de todo negocio es saber lo que se debe hacer”. El político británico James Ramsay MacDonald, líder del Partido Laborista en la Cámara de los Comunes en 1914 y dos veces primer ministro del Reino Unido, era elocuente al respecto: “El hombre que ahorra tiempo galopando, lo pierde al perder el rumbo; el pastor que apresura a su rebaño a llevarlo a casa pasa la noche en la montaña buscando a los perdidos; la economía no consiste en la prisa, sino en la certeza”.
La actividad es enemiga de la pasividad a la que conduce la tristeza. En palabras de Christian Bovée, “las naturalezas activas rara vez son melancólicas. La actividad y la tristeza son incompatibles”. La falta de acción ante la necesidad te empequeñece, te amilana, te anula, te deja al arbitrio de las circunstancias. Según William Gilmore Simms, considerado por Edgar Allan Poe como el mejor novelista que jamás haya producido Estados Unidos, combatía la inacción personal y política con comentarios lapidarios como “el estancamiento es algo peor que la muerte; también es corrupción”. Leonardo da Vinci consideraba la inactividad como una forma de herrumbre de la mente: “El hierro se oxida por el desuso, el agua estancada pierde su pureza y, en tiempo frío, se congela; de igual forma, la inacción mina el vigor de la mente”.
La acción sensata suele provenir de mentes limpias no contaminadas o de mentes reflexivas curtidas en la experiencia. Art Buck lo expresaba así: “Aunque el bien puede venir de la práctica, esta verdad primordial perdura: la primera vez que se hace algo, lo hacen los aficionados”; y “toda obra noble es al principio imposible”, decía Carlyle. Un gran número de acciones, aparentemente imposibles, surgen de la inocencia de mentes nobles cuyos hechos consagra el tiempo. La inquietud, la preocupación, el deseo de innovación se convierten en un ejercicio de presión psicológica que solo la acción puede liberar. J.T. Fisher expresaba esa sensación diciendo que “la presión recae sobre nosotros por la naturaleza del trabajo; y el rendimiento libera presión”. Carlo Goldoni añadía: “La sangre noble es un accidente de la fortuna; las acciones nobles son las principales marcas de la grandeza”.
«Lo positivo, lo que te distingue, lo que te diferencia de la masa, trae satisfacción personal, pero también genera anticuerpos reactivos de la mediocridad contra ti y es un perfecto caldo de cultivo para la envidia. Las acciones indeseables también cobran su tarifa»
Tanto la ejecución de lo adecuado como de lo inadecuado siempre tiene consecuencias. Lo positivo, lo que te distingue, lo que te diferencia de la masa, trae satisfacción personal, pero también genera anticuerpos reactivos de la mediocridad contra ti y es un perfecto caldo de cultivo para la envidia. Las acciones indeseables también cobran su tarifa. Benjamin Franklin lo interpretaba así: “Si haces lo que no debes, debes soportar lo que no harías”.
Es muy corriente en mentes fantasiosas soñar con grandes cosas. A estos perfiles, Thomas Robert Gaines les recuerda: “Es bueno soñar, pero es mejor soñar y trabajar. La fe es poderosa, pero la acción con fe es más poderosa. Desear es útil, pero el trabajo y el deseo son invencibles”. William Hazlitt pensaba que “los grandes pensamientos reducidos a la práctica se convierten en grandes actos”. Sin embargo, en palabras de Henry George, “el principio fundamental de la acción humana es que los hombres buscan satisfacer los deseos con el menor esfuerzo”.
Nuestras acciones se mueven en el círculo del placer y del dolor. Claude-Adrien Helvétius decía que “el placer y el dolor son los únicos resortes de acción en el hombre”. La gente de bien encuentra placer y premio en la alabanza a las buenas acciones ajenas. El teólogo protestante suizo, Johann Caspar Lavater, decía en su Physiognomische Fragmente que “es incapaz de una acción verdaderamente buena quien no encuentra placer en contemplar las buenas acciones de los demás”. Nuestras acciones se revalorizan cuando repercuten positivamente en la vida de otros. El escritor y biógrafo estadounidense Albert Bigelow Paine, conocido por su trabajo con Mark Twain, fue quien dijo: “Lo que hemos hecho solo para nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hemos hecho por los demás y por el mundo permanece y es inmortal».
Hay determinadas acciones que requieren ilusión. A ello se refería Elbert Hubbard al decir que “la acción es un pensamiento templado por la ilusión”. Muchas acciones son la expresión de nuestros sentimientos. El padre de la Psicología Funcional, William James, explicaba a sus alumnos de Harvard: “La acción y el sentimiento van de la mano y, regulando la acción que está bajo el control más directo de la voluntad, podemos regular el sentimiento, que no está bajo el control de la voluntad.”
«Las buenas acciones son consecuencia de la limpieza espiritual. “Dar a una buena acción el crédito de un buen motivo; y dar a una mala acción el beneficio de la duda”. El fin de todo conocimiento debe estar en la acción virtuosa»
Todos nuestros actos tienen consecuencias, para bien o para mal. Henry Wadsworth Longfellow lo ejemplificaba así: “Una palabra que se ha dicho puede no ser dicha; no es más que aire. Pero cuando se realiza una acción, no se puede deshacer, ni nuestros pensamientos pueden alcanzar todos los males que puedan seguir”. Brander Matthews sugería ponderar las acciones con “dar a una buena acción el crédito de un buen motivo; y dar a una mala acción el beneficio de la duda”. Las buenas acciones son consecuencia de la limpieza espiritual. El empresario, filántropo y teórico socialista galés Robert Owen decía que “sin coherencia no hay fortaleza moral”. Las palabras de Platón, “que los hechos coincidan con las palabras”, encontraron eco en Shakespeare: “Adecua la acción a la palabra, la palabra a la acción; con esta observación especial, no sobrepasas la modestia de la naturaleza”. Su contemporáneo, Philip Sidney, una de las figuras más prominentes de la época isabelina inglesa y modelo de hombre renacentista, insistía en que “el fin de todo conocimiento debe estar en la acción virtuosa”. Quedémonos con la reflexión de Horace Mann: “Es bueno pensar bien; es divino actuar bien”.