21 julio, 2024
Se calcula que hace unos ciento ochenta millones de años, cuando aún dominaban los reptiles el planeta, aparecieron los primeros mamíferos sobre la Tierra. Las cuantiosas especies de mamíferos que comenzaron a desarrollarse a partir de entonces eran muy diferentes de las que actualmente conocemos y muchas de ellas desaparecieron por completo. Para los paleontólogos, el punto de inicio de la historia de la humanidad empezó con la aparición de los primates, hace unos sesenta y cinco millones de años. Los primeros eran unos pequeños seres que empezaron a vivir en los árboles en lugar de permanecer en el suelo, como la mayoría de los mamíferos. Entre las especies que pertenecen a los primates están, además del ser humano, los simios, los monos y las musarañas. Durante su desarrollo evolutivo, estos primates adquirieron ciertos rasgos especiales: buena visión, manos con las que poder sujetar firmemente objetos y un cerebro relativamente grande.
«La evolución humana tuvo su punto inicial cuando una población de primates del noroeste de África se dividió en dos linajes que evolucionaron de modo independiente: mientras uno de ellos permaneció en los árboles, el otro migró a la llanura»
La evolución humana tuvo su punto inicial cuando una población de primates del noroeste de África se dividió en dos linajes que evolucionaron de modo independiente: mientras uno de ellos permaneció en los árboles, el otro migró a la llanura. Debido a presiones ambientales, las siguientes generaciones de este último linaje aprendieron a erguirse sobre las patas posteriores, liberando así las anteriores y propiciando la génesis de las manos, capaces de construir y sostener herramientas.
«La primera especie del género Homo apareció hace dos millones y medio de años y se dispersó gradualmente por África, Europa y Asia. Los Homo sapiens se extendieron por la Tierra más que ninguno de los primates anteriores»
Los límites que señalan el comienzo y el final de los distintos homínidos no son exactos. Se calcula que aparecieron hace cuatro millones y medio de años y se extinguieron hace dos. Durante mucho tiempo debieron de coexistir diferentes tipos, y el final de una especie se entremezcló con las generaciones de otra en el transcurso de miles de años. Los científicos distinguen entre varias especies de homínidos. Todos ellos comparten algunas características básicas: pueden mantenerse erguidos y caminar sobre dos pies, tienen un cerebro relativamente grande en relación con el de los monos y la mano destaca por un dedo pulgar desarrollado que les permite manipular objetos. La primera especie del género Homo apareció hace dos millones y medio de años y se dispersó gradualmente por África, Europa y Asia. Los Homo sapiens se extendieron por la Tierra más que ninguno de los primates anteriores.
Lo que dio al hombre moderno su control sobre la Tierra no fue su físico, sino la capacidad de aprovechar y transmitir a sus descendientes la información cultural por medio de la inteligencia. La vida del ser humano durante el Paleolítico fue difícil. Como todos los seres de la prehistoria, los primeros hombres tuvieron que enfrentarse a peligros continuos y a cambios climáticos que ponían en riesgo su supervivencia como especie. Para colmo, el ser humano nunca se ha encontrado adecuadamente adaptado para vivir en cualquier medio natural porque sus defensas corpóreas son generalmente inferiores a las que posee la mayor parte de los animales. El hombre no tiene un abrigo de piel semejante al del oso polar, para conservar el calor del cuerpo en un ambiente frío. Su cuerpo no está especialmente adaptado para la huida, la defensa propia o la cacería. No tiene un color que lo proteja, como el tigre o el leopardo; ni una armadura, como la tortuga o el cangrejo; ni garras o pico, o un oído o vista agudos; tampoco posee alas para escapar o una gran fuerza muscular para atrapar presas de su tamaño o defenderse de ataques.
Sin embargo, la desventaja corporal del ser humano frente al resto de seres vivos se compensa con un órgano invaluable: un cerebro grande y complejo. El cerebro constituye el centro de un extenso y delicado sistema nervioso. Gracias a este equipo, el ser humano puede dar diferentes respuestas, apropiadas a una amplia variedad de objetos y condiciones exteriores. Como la mayor parte de los mecanismos de adaptación se encuentran localizados en el cerebro, cuando las condiciones exteriores cambian, el ser humano puede adaptarse a ellas y garantizar así su supervivencia y multiplicación.
Las distintas especies humanas contaron con cerebros de distintos tamaños que dotaron al ser humano de la inteligencia necesaria para idear y producir sustitutos para la carencia de defensas corpóreas: abrigos para el frío, armas para la defensa y cacería o habitaciones para refugiarse. Pero este proceso de aprendizaje y transmisión del conocimiento no fue continuo ni homogéneo, por eso pasaron miles de años antes de que la especie humana pudiera hacerse con rasgos culturales complejos, como el lenguaje articulado, la escritura, el uso de metales o el pensamiento religioso. En el momento en el que los seres humanos fueron capaces de evitar las catástrofes mediante la prudencia, la previsión y la habilidad, empezó a funcionar una nueva fuerza en el proceso de selección, algo muy semejante a lo que se denomina inteligencia humana.
«Nosotros, los seres humanos, somos los únicos entes de la naturaleza que nos preguntamos por nuestro origen, por nuestra evolución y por el destino que nos aguarda, así como por el sentido de la existencia»
Nosotros, los seres humanos, somos los únicos entes de la naturaleza que nos preguntamos por nuestro origen, por nuestra evolución y por el destino que nos aguarda, así como por el sentido de la existencia. La capacidad de formular preguntas como estas y la capacidad de elaborar respuestas que sean racionales, que estén debidamente argumentadas y que sean empíricamente fundamentadas, es, sin lugar a duda, una de las características que nos singulariza frente a los demás animales, y nos convierte en únicos. Una de las grandes preguntas que se plantea la ciencia actual es qué nos hace tan diferentes de otras especies animales. Las respuestas a estas preguntas son múltiples, pero una de las más contundentes es que lo que nos hace distintos es nuestro cerebro. En el cerebro residen las claves para entender la singularidad de nuestro comportamiento.
Siempre que se habla de humanización aflora el término encefalización. Se puede dar por sentado que ser humano y tener un cerebro más grande son prácticamente sinónimos, aunque ni en términos absolutos (el elefante tiene un cerebro de 5 kg), ni relativos (la musaraña, con un cerebro de 0,25 g, tiene una relación con su peso corporal superior al resto de los animales), se pueda demostrar. La comparación minuciosa del cerebro de los humanos con el de nuestros parientes primates vivos, incluidos los chimpancés, ha demostrado que las partes de la corteza cerebral que se ocupan de las funciones cognitivas de alto nivel, como la creatividad y el pensamiento abstracto, han aumentado su tamaño de forma llamativa. Estas regiones corticales, conocidas como áreas de asociación, maduran relativamente tarde en el desarrollo posnatal. Algunas de las conexiones neurales de largo alcance que vinculan tales áreas con otras y con el cerebelo (que interviene en el movimiento voluntario y en el aprendizaje de nuevas habilidades) son más numerosas en los humanos que en otros primates. En estas redes mejoradas se localizan el lenguaje, la fabricación de herramientas y la imitación. Incluso los ancestrales sistemas de recompensa del área subcortical, denominada cuerpo estriado (un centro de actividad para el neurotransmisor dopamina), parecen haberse remodelado durante la evolución del cerebro humano. Es muy probable que este cambio sirviera para prestar más atención a las señales sociales y facilitar el aprendizaje del lenguaje.
Otro aspecto indicativo de la evolución del cerebro es el enorme incremento de la tasa metabólica; en el hombre, el cerebro representa el 2-3 % del peso corporal y consume más del 20 % de la tasa metabólica total. El cerebro humano tomó para sí el ahorro energético que le ofreció la marcha bípeda, así como el ahorro metabólico gastrointestinal al pasar de una dieta basada en vegetales, de más larga digestión, a una dieta carnívora rica en proteínas y energía de digestión más rápida. El fuego contribuyó al facilitar más la absorción de las proteínas. El bipedalismo fue el primer salto cualitativamente importante, ya que tuvo consecuencias morfológicas, metabólicas, cerebrales, visuales e impactó, incluso, en una naciente afectividad, al reforzar el vínculo de las parejas. La marcha bípeda cambió la forma corporal. Esta se adaptaba con más eficacia al calor de la sabana porque permitía refrescar mejor el cuerpo que una marcha cuadrúpeda. De este modo, se podían recorrer largas distancias, se facilitaba la visión estereoscópica y el ahorro energético pudo ser asimilado por el cerebro para su crecimiento. Y algo importante: liberó las manos para la construcción futura de instrumentos. Además, el bipedalismo, al estrechar la abertura pélvica en la mujer al mismo tiempo que el cerebro crecía, convirtió el parto en un evento doloroso y social: la hembra necesitaba la ayuda de otros miembros del grupo para que la cría pudiera aumentar las posibilidades de sobrevivir y esto, a su vez, empezó a reforzar los vínculos de una afectividad que asomaba por primera vez.
Si nos preguntamos por los motivos por los que desarrollar un órgano tan costoso energéticamente, la respuesta seguramente indique que para generar un proceso cognitivo cada vez más complejo, que ha servido como una estrategia muy efectiva de supervivencia para una especie físicamente muy débil. A lo largo de nuestra evolución las mejoras en el cerebro y el cuerpo se han complementado recíprocamente: cuando una avanzaba, esta impulsaba la mejora de la otra siguiendo un ciclo de retroalimentación positiva. De esta manera, ponerse de pie fue uno de los primeros hechos trascendentales de la humanidad. Está constatado que esto sucedió antes de la aparición de los pulgares prensiles, de la habilidad de fabricar herramientas o del desarrollo del lenguaje.
«La plasticidad es especialmente importante porque confiere a los individuos la habilidad de adaptarse a entornos concretos y ofrece una base para los procesos de evolución conductual y cultural, los cuales son esenciales para nuestra especie»
La evolución humana se caracterizó por la triplicación del tamaño del cerebro y por una expansión desmesurada de las áreas de asociación frontal y parietal del córtex cerebral. Sin embargo, estudios más recientes se han centrado en otras propiedades del cerebro. Entre ellas, consideramos que la plasticidad es especialmente importante porque confiere a los individuos la habilidad de adaptarse a entornos concretos y ofrece una base para los procesos de evolución conductual y cultural, los cuales son esenciales para nuestra especie.
En comparación con otros mamíferos, el ritmo de desarrollo de los primates se considera relativamente precoz; es decir, las crías nacen tras un largo período de gestación con unas conductas y una movilidad relativamente avanzadas y maduras. No obstante, los humanos somos secundariamente altriciales, lo cual significa que nacemos en un estado relativamente inmaduro en comparación con otros primates. La altricialidad es evidente en cuanto que la independencia de las crías humanas es lenta y estas requieren una mayor atención y cuidado parental. El desarrollo altricial de nuestra especie implica que el establecimiento temprano de la conectividad cerebral ocurre durante un período crítico en el que estamos expuestos a una gran variabilidad social y ambiental. Esto podría ser especialmente importante para alcanzar hitos de desarrollo que típicamente ocurren en el período inicial de la vida, como las primeras palabras. Esa maduración prolongada en los humanos podría ser producto de los cambios del desarrollo que ocurren en etapas anteriores, o de una adaptación concreta relacionada con una mayor refinación en las funciones cognitivas y ejecutivas que caracterizan la transición de la adolescencia al comienzo de la edad adulta.
Los cambios en el desarrollo tardío también pueden tener un efecto en la plasticidad cerebral. El período extendido de desarrollo cerebral observado en el Homo sapiens ofrece una oportunidad adicional para la maduración cerebral dependiente del entorno durante la adolescencia y el comienzo de la edad adulta, durante el cual ocurren procesos importantes como la mielinización y la poda continuada de las espinas sinápticas en el córtex prefrontal. Es de esperar que este período de maduración cerebral prolongado cumpla un papel menos crítico que el período posnatal inicial en el aumento de la plasticidad cerebral, ya que durante el período inicial es cuando tienen lugar los procesos más importantes de crecimiento cerebral y establecimiento de dominios corticales. No obstante, se ha sugerido que el período de adolescencia es importante en la adquisición de habilidades sociales y en el establecimiento de formas adultas de lenguaje y comunicación. Cada vez hay más pruebas de que una de las especializaciones clave del cerebro humano es su alto grado de plasticidad. Un cerebro plástico puede usar de forma más eficiente la experiencia externa para formar los circuitos neuronales que son responsables del comportamiento, por lo que la plasticidad cerebral puede servir como enlace entre la evolución biológica y la evolución cultural.
Las preguntas acerca de qué hace del cerebro humano un órgano tan particular, de por qué es cognitivamente tan especial, aun en comparación con el cerebro de primates superiores y homínidos ancestrales, o de cuándo nuestro cerebro llegó a ser realmente humano, solo han sido parcialmente contestadas. Aunque el entendimiento completo de las funciones cerebrales cognitivas conductuales y de memoria aún no está a nuestro alcance, el conjunto enorme de esfuerzos de muchos investigadores de todos los ámbitos nos acerca, cada vez más, a descubrir la estructura biológica más compleja de nuestro planeta. El hombre sigue siendo una incógnita apasionante: quizá siga siendo oportuno que ese misterio no sea totalmente revelado.