16 julio, 2024
Hace tiempo que, luego de haberlo experimentado respecto de la entrada de los hoteles, sesudos informes técnicos insisten en que la primera impresión que se lleva un paciente a la hora de acceder a un hospital es imagen que quedará impresa para siempre en su retina y que propiciará un estado de ánimo ante la enfermedad en función de lo grata o ingrata, positiva o negativa que resulta esa primera sensación.
La sanidad en Compostela, más la hospitalaria que la ambulatoria, hace tiempo que cuidó no solo de la mejora en profesionales y medios técnicos, sino también en adecuar sus centros a una estética y funcionalidad modernas, accesibles y fácil de transitar como representa el buque insignia del Hospital General. Bien es cierto que el entorno del recinto hospitalario es francamente mejorable, no hablemos ya de las facilidades de estacionamiento, pero esta es deuda que cabe repartir, en sus respectivas proporciones, entre Sergas y municipalidad. Sobre todo si se tienen en cuenta las orejeras que los responsables de Rajoy mantienen como olvido de cuanto, directa o indirectamente, beneficia sobremanera a la ciudad. Ya sea Sergas, Xunta, Universidad o aeropuerto.
En el furgón de cola de la necesaria adecuación de los centros hospitalarios a las exigencias de los tiempos presentes, se quedan en un segundo plano las instalaciones del viejo hospital provincial de Conxo, remodeladas hace ya bastantes años y únicamente para atender necesidades de capacidad sanitaria, pero no para mejorar ni sus condiciones estéticas ni, menos aún, las funcionariales, además de presentar evidentes carencias en mantenimiento hasta en servicios higiénicos cuyas puertas no cierran, como ocurre en alguna planta de consultas externas.
Sin embargo, a la cola de esa atención hay que situar tanto al hospital Gil Casares –con consultas que más parecen celdas de prisión- como, sobre todo, a las consultas externas del ala psiquiátrica de Conxo, donde los desconchados en las paredes o los no adecuadamente mantenidos servicios higiénicos son el preludio, la cara manifiesta de un descuido que afecta sobre todo a la propia estructura del edificio, en estética decimonónica de un manicomio de los de entonces, falto de funcionalidad, enrevesado en su estructura compartimental y necesitado de una urgente renovación de materiales a la vista que, desde luego. no favorece aquella necesaria primera impresión favorable, coadyuvante, como estímulo, al propósito de sanación.
Eso sí, no puede cerrarse esta crítica sin hace hincapié en el contrapeso, en el equilibrio de la balanza que frente a estas carencias supone contar, en todos los casos citados, con un personal sanitario que cada día dignifica su trabajo en la atención al paciente desde las más exigentes coordenadas deontológicas para orgullo de lo que un día fue la reconocida escuela médica compostelana.